Evangelio según San Juan 14,1-12.
Jesús dijo a sus discípulos: "No se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí. En la Casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes. Yo voy a prepararles un lugar. Y cuando haya ido y les haya preparado un lugar, volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde yo esté, estén también ustedes. Ya conocen el camino del lugar adonde voy". Tomás le dijo: "Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?". Jesús le respondió: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí." Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto". Felipe le dijo: "Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta". Jesús le respondió: "Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conocen? El que me ha visto, ha visto al Padre. ¿Cómo dices: 'Muéstranos al Padre'? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que digo no son mías: el Padre que habita en mí es el que hace las obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Créanlo, al menos, por las obras. Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aún mayores, porque yo me voy al Padre."
Catecismo de la Iglesia Católica
661 Esta última etapa permanece
estrechamente unida a la primera es decir, a la bajada desde el cielo realizada
en la Encarnación. Solo el que "salió del Padre" puede "volver
al Padre": Cristo (cf. Jn 16,28). "Nadie ha subido al cielo sino el
que bajó del cielo, el Hijo del hombre" (Jn 3, 13; cf, Ef 4, 8-10). Dejada
a sus fuerzas naturales, la humanidad no tiene acceso a la "Casa del
Padre" (Jn 14, 2), a la vida y a la felicidad de Dios. Solo Cristo ha
podido abrir este acceso al hombre, "ha querido precedernos como cabeza
nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente
esperanza de seguirlo en su Reino" (MR,Prefacio de la Ascensión).
1025
Vivir en el cielo es "estar con Cristo" (cf. Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1
Ts 4,17). Los elegidos viven "en El", aún más, tienen allí, o mejor,
encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (cf. Ap 2, 17): Pues
la vida es estar con Cristo; donde está Cristo, allí está la vida, allí está el
reino (San Ambrosio, Luc. 10,121).
1026 Por su muerte y
su Resurrección Jesucristo nos ha "abierto" el cielo. La vida de los bienaventurados
consiste en la plena posesión de los frutos de la redención realizada por
Cristo quien asocia a su glorificación celestial a aquellos que han creído en
El y que han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la comunidad bienaventurada
de todos los que están perfectamente incorporados a El. Cristo fue resucitado
de entre los muertos ... así también nosotros vivamos una nueva vida" (Rm
6, 4). Consiste en la victoria sobre la muerte y el pecado y en la nueva
participación en la gracia (cf. Ef 2, 4-5; 1 P 1, 3).
Realiza la
adopción filial porque los hombres se convierten en hermanos de Cristo, como
Jesús mismo llama a sus discípulos después de su Resurrección: "Id, avisad
a mis hermanos" (Mt 28, 10; Jn 20, 17). Hermanos no por naturaleza, sino
por don de la gracia, porque esta filiación adoptiva confiere una participación
real en la vida del Hijo único, la que ha revelado plenamente en su
Resurrección.
2795 El símbolo del cielo nos remite al
misterio de la Alianza que vivimos cuando oramos al Padre. El está en el cielo,
es su morada, la Casa del Padre es por tanto nuestra "patria". De la
patria de la Alianza el pecado nos ha desterrado (cf Gn 3) y hacia el Padre,
hacia el cielo, la conversión del corazón nos hace volver (cf Jr 3, 19-4, 1a;
Lc 15, 18. 21). En Cristo se han reconciliado el cielo y la tierra (cf Is 45, 8;
Sal 85, 12), porque el Hijo "ha bajado del cielo", solo, y nos hace
subir allí con él, por medio de su Cruz, su Resurrección y su Ascensión (cf Jn
12, 32; 14, 2-3;16, 28; 20, 17; Ef 4, 9-10; Hb 1, 3; 2, 13).
2796 Cuando la Iglesia ora diciendo
"Padre nuestro que estás en el cielo", profesa que somos el Pueblo de
Dios "sentado en el cielo, en Cristo Jesús" (Ef 2, 6), "ocultos con
Cristo en Dios" (Col 3, 3), y, al mismo tiempo, "gemimos en este
estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra habitación
celestial" (2 Co 5, 2; cf Flp 3, 20; Hb 13, 14): Los cristianos
están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan su vida en la tierra,
pero son ciudadanos del cielo (Epístola a Diogneto 5, 8-9).
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