“El amigo fiel es un apoyo seguro, quien lo encuentra ha encontrado un tesoro” (Eclo 6,14), predicaba el sabio Ben Sirá o Sirácida. Este proverbio bíblico nos presenta la virtud de la amistad como una inmensa riqueza, invaluable, sin precio alguno. En el mundo antiguo era muy frecuente las búsquedas de tesoros escondidos, los grandes cofres con oro y perlas preciosas, y se estaba dispuesto hasta a perder la vida para encontrarlo. Esta imagen es la que usa el libro sapiencial para definir al amigo fiel.
En
el viaje de la vida que libramos todos, vamos en búsqueda de nuestros “tesoros”
que nos den felicidad. Caminamos a tientas por senderos equívocos, erramos y
volvemos a empezar. Ponemos toda nuestra confianza en personas frágiles, tan
vulnerables como nosotros, hechos del mismo barro. Vemos que la amistad que
prometemos o que nos han prometido, no es tan fiel como quisiéramos y no
siempre conseguimos un amigo o una amiga que cumpla con todos los requisitos
que exigimos. Sin embargo, “la amistad es no sólo necesaria, sino también
hermosa… y sin amigos nadie querría vivir” enseña Aristóteles. Entonces no nos
queda otra opción que confiar en esa fragilidad humana, en esa vulnerabilidad
que nos hace ser personas, sabiendo que puedo dar todo lo que esté a mi alcance
para que el otro la pase bien, tal vez no sea su best friend pero puedo quererlo con el corazón por el solo hecho de
ser amigo, sin buscar otro interés.
Ahora
bien, una verdadera amistad requiere de compartir mucho tiempo y
circunstancias. En los momentos más difíciles es donde la amistad es puesta a
prueba. Tomás de Aquino escribía que “el verdadero amor crece con las
dificultades y el falso se apaga”. Por tanto, para distinguir al verdadero
amigo del falso, basta con pasar una calamidad y entonces podremos saberlo. No
seamos tan ingenuos para creer que todos los contactos que tenemos en nuestras
redes sociales pueden ser llamados amigos. Por el contrario, la amistad suele
tener un alto grado de intimidad, por eso no es posible ser amigo de muchos,
sino de pocos. Además, la amistad perfecta requiere de una comunidad, de
compartir cosas en común, de tener conciencia que todo lo mío es tuyo y lo tuyo
es mío. De no dar las cosas como mías sino como nuestras. Este alto grado de
amistad es la que aspiran los que abrazan el consejo evangélico de la pobreza.
La
causa de toda amistad está en Dios. Por eso no podemos llegar a ser un amigo
fiel sino fuera por el Amigo con mayúsculas. Él nos ha demostrado ser fiel
hasta el final, en Él si podemos encontrar un refugio seguro en quien depositar
toda nuestra confianza. A Él podemos acudir como amigos, porque Él mismo nos ha
llamado sus amigos (Jn 15,15). Tener la conciencia que Dios me ve como su amigo
puede cambiar el modo de relacionarme con Él. Puedo tener la certeza que para
Él si soy su mejor amigo. Me mira con ternura y compasión porque anhela
restablecer la amistad que se rompe por el pecado. Cuando le hablo, Él me
escucha, y lo hace conmovido porque es mi Amigo. Me acompaña y quiere
compartirlo todo conmigo por pura amistad. Lo quiere todo de mí porque me da
todo de Él. Me regala su Vida y espera que le dé la mía. “El que pierde su vida
por mí la encontrará” (Mt 10,39). Me ofrece lo más íntimo de su corazón y me mira
complacido cuando acepto su amistad. Él es la Amistad que anhelamos, es el
tesoro que buscamos. Si nos dejamos encontrar por Él, habremos alcanzado una
riqueza eterna que no nos será quitada jamás.
Autor: Fray Ronald Andrade OP
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