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sábado, 26 de julio de 2025

Meditamos el Evangelio de este Domingo con Fray Emiliano Vanoli OP


Lecturas del día: Libro de Génesis 18,20-32. Salmo 138(137),1-2a.2bc-3.6-7ab.7c-8. Carta de San Pablo a los Colosenses 2,12-14.

Evangelio según San Lucas 11,1-13.

Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos".
Él les dijo entonces: "Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino; danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación".
Jesús agregó: "Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a él a medianoche, para decirle: 'Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle', y desde adentro él le responde: 'No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos'.
Yo les aseguro que, aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario.
También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá.
Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre.
¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión?
Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!".

Homilía por Fray Emiliano Vanoli OP

“Pidan y se les dará…” (Lc 11,9)

¿Es acaso Dios un “genio de la lámpara” que concede deseos al ritmo de nuestras palabras? ¿Debemos tratarlo como si fuera parte de una lógica de mercado, en donde pedimos y esperamos recibir como si se tratara de una transacción comercial? A primera vista, el Evangelio de este domingo podría prestarse a esa lectura superficial. Jesús dice con fuerza: “Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá”. Incluso, refuerza su enseñanza con la parábola del amigo inoportuno, mostrando el valor de la insistencia.

Pero cuidado: esta no es una invitación a convertir a Dios en un repartidor de favores. La clave está en comprender el verdadero sentido de la oración y del pedir.

La primera lectura, que relata el diálogo entre Abraham y Dios ante la inminente destrucción de Sodoma y Gomorra, nos orienta correctamente. Abraham no pide desde un capricho; intercede apelando a la justicia divina: que no sean destruidos los justos junto con los pecadores. Su súplica es valiente, razonada y nace de un profundo conocimiento de quién es Dios. No es insistencia vacía, sino confianza fundada en el carácter justo y misericordioso del Señor.

En el Evangelio, cuando uno de los discípulos le pide a Jesús que les enseñe a orar, Él les entrega el Padre Nuestro. Esa es la gran enseñanza: antes de pedir, debemos recordar quién es Aquel a quien nos dirigimos. Dios no es un ser lejano o vengativo; es Padre, y no cualquier padre, sino nuestro Padre. Este es un giro radical que sólo Jesús nos revela: somos hijos, y por tanto, podemos hablar con confianza, abrir el corazón y expresar nuestras necesidades.

¿Entonces está bien pedir con insistencia? Sí, pero con la actitud correcta. No como quien exige o manipula, sino como el hijo que confía en el amor sabio de su Padre. Pedimos no para informar a Dios —que ya conoce nuestras necesidades— sino para abrirnos nosotros mismos a su voluntad, para que nuestra alma se moldee en el diálogo con Él. En última instancia, el mayor don que el Padre quiere darnos es el Espíritu Santo, fuente de todo bien.

Pero muchos se preguntan con sinceridad: ¿Por qué no recibo exactamente lo que pido? La respuesta es esencial para la madurez cristiana: porque Dios no es un proveedor de deseos, sino un Padre que sabe lo que realmente necesitamos, incluso cuando nosotros no lo vemos. Las propuestas que presentan a Dios como una especie de "expendedor de milagros" no sólo son falsas, sino peligrosas. Detrás de ellas, muchas veces hay intereses mezquinos que se aprovechan de la fe y la necesidad del pueblo.

La fe cristiana no promete una vida sin dolor. Al contrario, nos muestra que el camino hacia la plenitud pasa por la cruz. Así fue para Cristo, y así será para sus discípulos. Pero no caminamos solos: Jesús va con nosotros. Él ya recorrió este camino, y nos asegura que al final hay gloria, no derrota.

Por eso, aunque nuestras súplicas no siempre obtienen la respuesta que esperamos, podemos tener la certeza de que Dios siempre responde con amor, y muchas veces, nos da más y mejor de lo que pedimos. Lo importante no es obtener exactamente lo que deseamos, sino vivir en confianza filial, sabiendo que el Padre nos cuida, nos escucha y nos conduce hacia el bien verdadero.

Con la mirada fija en Cristo, conservemos el ánimo, la fe y la esperanza. Pidamos, sí, pero como hijos. Busquemos, pero con humildad. Llamemos, pero con la certeza de que la puerta se abrirá… aunque a veces, no sea la que nosotros esperábamos.

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