Lecturas del día: Libro de
Génesis 18,20-32. Salmo 138(137),1-2a.2bc-3.6-7ab.7c-8. Carta de San
Pablo a los Colosenses 2,12-14.
Evangelio según San Lucas 11,1-13.
Un día, Jesús estaba orando en
cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: "Señor,
enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos".
Él les dijo entonces: "Cuando oren, digan: Padre, santificado sea tu
Nombre, que venga tu Reino; danos cada día nuestro pan cotidiano; perdona
nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a aquellos que nos
ofenden; y no nos dejes caer en la tentación".
Jesús agregó: "Supongamos que alguno de ustedes tiene un amigo y recurre a
él a medianoche, para decirle: 'Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis
amigos llegó de viaje y no tengo nada que ofrecerle', y desde adentro él le
responde: 'No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo
estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos'.
Yo les aseguro que, aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se
levantará al menos a causa de su insistencia y le dará todo lo necesario.
También les aseguro: pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se
les abrirá.
Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le
abre.
¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan?
¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente? ¿Y si le pide un
huevo, le dará un escorpión?
Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el
Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan!".
Homilía por Fray Emiliano Vanoli
OP
“Pidan y se les dará…” (Lc 11,9)
¿Es acaso Dios un “genio de la
lámpara” que concede deseos al ritmo de nuestras palabras? ¿Debemos tratarlo
como si fuera parte de una lógica de mercado, en donde pedimos y esperamos
recibir como si se tratara de una transacción comercial? A primera vista, el
Evangelio de este domingo podría prestarse a esa lectura superficial. Jesús
dice con fuerza: “Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les
abrirá”. Incluso, refuerza su enseñanza con la parábola del amigo inoportuno,
mostrando el valor de la insistencia.
Pero cuidado: esta no es una
invitación a convertir a Dios en un repartidor de favores. La clave está en
comprender el verdadero sentido de la oración y del pedir.
La primera lectura, que relata el
diálogo entre Abraham y Dios ante la inminente destrucción de Sodoma y Gomorra,
nos orienta correctamente. Abraham no pide desde un capricho; intercede
apelando a la justicia divina: que no sean destruidos los justos junto con los
pecadores. Su súplica es valiente, razonada y nace de un profundo conocimiento
de quién es Dios. No es insistencia vacía, sino confianza fundada en el
carácter justo y misericordioso del Señor.
En el Evangelio, cuando uno de
los discípulos le pide a Jesús que les enseñe a orar, Él les entrega el Padre
Nuestro. Esa es la gran enseñanza: antes de pedir, debemos recordar quién es
Aquel a quien nos dirigimos. Dios no es un ser lejano o vengativo; es Padre, y
no cualquier padre, sino nuestro Padre. Este es un giro radical que sólo Jesús
nos revela: somos hijos, y por tanto, podemos hablar con confianza, abrir el
corazón y expresar nuestras necesidades.
¿Entonces está bien pedir con
insistencia? Sí, pero con la actitud correcta. No como quien exige o manipula,
sino como el hijo que confía en el amor sabio de su Padre. Pedimos no para
informar a Dios —que ya conoce nuestras necesidades— sino para abrirnos
nosotros mismos a su voluntad, para que nuestra alma se moldee en el diálogo
con Él. En última instancia, el mayor don que el Padre quiere darnos es el
Espíritu Santo, fuente de todo bien.
Pero muchos se preguntan con
sinceridad: ¿Por qué no recibo exactamente lo que pido? La respuesta es
esencial para la madurez cristiana: porque Dios no es un proveedor de deseos,
sino un Padre que sabe lo que realmente necesitamos, incluso cuando nosotros no
lo vemos. Las propuestas que presentan a Dios como una especie de
"expendedor de milagros" no sólo son falsas, sino peligrosas. Detrás
de ellas, muchas veces hay intereses mezquinos que se aprovechan de la fe y la
necesidad del pueblo.
La fe cristiana no promete una
vida sin dolor. Al contrario, nos muestra que el camino hacia la plenitud pasa
por la cruz. Así fue para Cristo, y así será para sus discípulos. Pero no
caminamos solos: Jesús va con nosotros. Él ya recorrió este camino, y nos
asegura que al final hay gloria, no derrota.
Por eso, aunque nuestras súplicas
no siempre obtienen la respuesta que esperamos, podemos tener la certeza de que
Dios siempre responde con amor, y muchas veces, nos da más y mejor de lo que
pedimos. Lo importante no es obtener exactamente lo que deseamos, sino vivir en
confianza filial, sabiendo que el Padre nos cuida, nos escucha y nos conduce
hacia el bien verdadero.
Con la mirada fija en Cristo,
conservemos el ánimo, la fe y la esperanza. Pidamos, sí, pero como hijos.
Busquemos, pero con humildad. Llamemos, pero con la certeza de que la puerta se
abrirá… aunque a veces, no sea la que nosotros esperábamos.
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