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domingo, 15 de octubre de 2023

LA SINODALIDAD, UN MÉTODO SINFÓNICO

 


Uno de los más grandes teólogos del siglo XX, Hans Urs von Balthazar tiene una tesis en la que dice «la verdad es sinfónica». Esta frase da título a uno de sus libros, en el cual dice en su prólogo que «la sinfonía no supone en modo alguno una armonía almibarada y sin tensiones. La música más profunda y sublime es siempre dramática, es acumulación y resolución (a un nivel más elevado) de tensiones, de conflictos.»

Al pensar la realidad del proceso del sínodo de la sinodalidad y las distintas cuestiones que van surgiendo, creo que la analogía de la iglesia como sinfonía puede traernos bastante luz ante el nueva sínodo que estamos viviendo.

Empezaremos tratando de entender qué es una sinfonía. Si buscamos una definición precisa nos encontraremos con vagas y múltiples respuestas. A grandes rasgos lo que determina, y lo que tiene en común con la iglesia y el sínodo, es una música que se da en el tiempo,  que está compuesta en varias partes que están interrelacionadas y que está a cargo de una orquesta. No es la cantidad de instrumentos lo que define a una obra sinfónica, tampoco lo determina el tiempo de duración de la música, pues las hay de tantas duraciones como sinfonías.

La primera etapa del sínodo fue la diocesana: aquí aparecieron los primeros temas que luego se desarrollaron en las otras etapas. Como en una sinfonía, podemos tomar cualquiera de las sinfonías de Beethoven que son las más conocidas, vemos que no hay una preminencia de un instrumento sobre otro. Es la orquesta entera, funcionando como una sola voz en la que va sonando y participando. De la misma manera se ha buscado que cada una de las voces a nivel diocesano pueda expresarse y cantar los temas que preocupan a la sociedad actual. La iglesia es una voz conformada por muchas voces, que a su vez cada una tiene sus matices y colores.

No se supone que, como dijo Balthazar, esta primera etapa o ninguna de las siguientes se de una armonía almibarada y sin tensiones. La realidad es que los temas inherentes al drama humano han surgido de manera frontal. Es raro encontrar cualquiera de las músicas que uno identifica como aquellas obras de arte que poseen una chispa divina en ella, una música que no plantee un drama, con sus disonancias, superposición y hasta choque de temas musicales diferentes. Esto es la realidad del Hijo de Dios encarnado, es parte esencial de la belleza del arte, y es parte de la realidad humana del hombre que forma la iglesia.

Luego tuvimos un segundo movimiento la etapa continental del sínodo. Los temas unificados por cada una de las Conferencias Episcopales Nacionales se han unido para dialogar juntos, no necesariamente buscando respuesta sino tratando de entender lo esencial de cada problemática regional y continental. Coordinados y conducidos por la iglesia y el santo padre, el director de orquesta sabe dar espacio a cada una de las voces y unirlas. Como dice el mismo lema del documento de trabajo de esta etapa se buscó «ensanchar el espacio de la tienda» (Cf. Is 54,2). 

Aquí el oído de cada una de las partes involucradas ha sabido acusarse más que nunca, así como uno y todos los músicos que ejecutan una sinfonía deben saber lo que deben decir con esa porción de música, deben también escuchar con atención para saber el lugar que le toca y poder tocar de manera afinada. De la misma manera la iglesia ha dejado que cada una de las voces expresen sus problemáticas respetando los distintos contrapuntos.

Y hemos entrado muy recientemente en una etapa más del sínodo. La fase universal, que ha comenzado con la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, luego de dos años de iniciado el camino. La voz de la iglesia-orquesta que sigue sonando, no intentando re definir lo ya definido dogmáticamente y “reinventar la pólvora”, sino escuchar y hablar al mundo de hoy con cada una sus distintas aristas. Los temas que se han desarrollado en el tiempo y en el espacio, como una melodía o tema musical que va transitando y expresando los distintos dolores y alegrías, está a cargo de más de 400 participantes. Son 169 obispos representantes de las Conferencias Episcopales, 20 jefes de las Iglesias orientales católicas, 20 representantes de los Dicasterios de la Curia, 50 personas designadas directamente por el Papa y 141 personas más entre los cuales se encuentran laicos (varones y mujeres), muchos de ellos con derecho a voto. Todos formando esta grandísima orquesta, conformada por muchos instrumentos de cuerdas (como violines y violoncellos entre otros), otro grupo de instrumentos de viento de madera (flautas, y clarinetes entre otros), instrumentos de viento de bronce (trompetas y trombones entre otros) e instrumentos de percusión.

Podría recordarnos la Novena sinfonía de Ludwig van Beethoven, en la que suena el famoso himno a la alegría a cargo de una excepcional inclusión del coro en la orquesta. Obra que requiere al menos 150 almas para poder ejecutarla. La grandiosidad de la orquesta y el coro, analogados en una conjunción de tantas formas de vidas y carismas como los hay en la vastísima y riquísima iglesia.

La sinodalidad se nos presenta aquí como un método sinfónico, donde cada voz tiene su lugar y se le es confiada un mensaje Bello, Bueno y Verdadero, ya que la grandeza del Espíritu Santo habita en todos y cada uno de los bautizados y en los cuales Cristo se hace presente para anunciar el Reino aquí en la tierra. Cada voz conforma un mensaje único que habla al mundo de hoy de la grandeza del amor de Dios. En un mundo tan dividido por las guerras, la iglesia se expresa en unidad (conformando una unidad universal) y habla de paz, dialogo, belleza y verdad. Mensaje cristiano no idealizado y no espiritualizado, no sin tensiones, sino tan humano como divino.


Una publicación colaborativo de miembros de la comunidad Vivamos juntos la Fe


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