Lecturas del día: Libro de la
Sabiduría 18,6-9. Salmo 33(32),1.12.18-19.20-22. Carta a los
Hebreos 11,1-2.8-19.
Evangelio según San Lucas 12,32-48.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No
temas, rebañito mío, porque tu Padre ha tenido a bien darte el Reino. Vendan
sus bienes y den limosnas. Consíganse unas bolsas que no se destruyan y
acumulen en el cielo un tesoro que no se acaba, allá donde no llega el ladrón,
ni carcome la polilla. Porque donde está su tesoro, ahí estará su corazón.
Estén listos, con la túnica puesta y las lámparas
encendidas. Sean semejantes a los criados que están esperando a que su señor
regrese de la boda, para abrirle en cuanto llegue y toque. Dichosos aquellos a
quienes su señor, al llegar, encuentre en vela. Yo les aseguro que se recogerá
la túnica, los hará sentar a la mesa y él mismo les servirá. Y si llega a
medianoche o a la madrugada y los encuentra en vela, dichosos ellos.
Fíjense en esto: Si un padre de familia supiera a qué
hora va a venir el ladrón, estaría vigilando y no dejaría que se le metiera por
un boquete en su casa. Pues también ustedes estén preparados, porque a la hora
en que menos lo piensen vendrá el Hijo del hombre”.
Entonces Pedro le preguntó a Jesús: “¿Dices esta
parábola sólo por nosotros o por todos?”. El Señor le respondió: “Supongan que
un administrador, puesto por su amo al frente de la servidumbre, con el encargo
de repartirles a su tiempo los alimentos, se porta con fidelidad y prudencia.
Dichoso este siervo, si el amo, a su llegada, lo encuentra cumpliendo con su
deber. Yo les aseguro que lo pondrá al frente de todo lo que tiene. Pero si
este siervo piensa: ‘Mi amo tardará en llegar’ y empieza a maltratar a los
criados y a las criadas, a comer, a beber y a embriagarse, el día menos pensado
y a la hora más inesperada, llegará su amo y lo castigará severamente y le hará
correr la misma suerte que a los hombres desleales.
El siervo que, conociendo la voluntad de su amo, no
haya preparado ni hecho lo que debía, recibirá muchos azotes; pero el que, sin
conocerla, haya hecho algo digno de castigo, recibirá pocos.
Al que mucho se le da, se le exigirá mucho, y al que
mucho se le confía, se le exigirá mucho más”.
Homilía por Josué González Rivera
OP
“No temas, pequeño Rebaño”
El libro de la Sabiduría recuerda la
noche del éxodo como un momento en que Dios fue fiel a sus elegidos. No fue un
capricho ni una reacción impulsiva: era el cumplimiento de una promesa hecha a
sus padres. Ellos no veían aún la tierra prometida, pero sí sabían algo: su
Dios no les fallaría. Por eso, aun con miedo, podían confiar.
Muchos siglos después, otro grupo
de creyentes enfrentaba también incertidumbres. La carta a los Hebreos les
recordaba el ejemplo de Abraham y Sara. Ellos no conocían los detalles de su
camino, pero sí la voz que los llamaba. Abraham dejó su tierra sin saber a
dónde iba. Sara confió en que Dios cumpliría su palabra, aunque la lógica
humana dijera lo contrario. Murieron sin ver la plenitud de las promesas, pero
saludándolas desde lejos, como quien sabe que su verdadero hogar está más allá.
La fe, nos dice Hebreos, es “la
garantía de lo que se espera y la certeza de lo que no se ve”. No es un
sentimiento pasajero ni un optimismo ingenuo. Es una certeza profunda que se
apoya no en lo que podemos controlar, sino en la fidelidad de Dios.
Y en medio de esta historia de fe,
llegamos al Evangelio de este domingo. Jesús, mirando a sus discípulos —un
grupo pequeño, frágil, con dudas y miedos— les dice: “No temas, pequeño
rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino”. Es una
frase que suena como un abrazo. No los llama “guerreros” ni “sabios”, sino
“rebañito”: un grupo vulnerable, que necesita cuidado y guía. Y, sin embargo,
ese rebaño recibe un regalo inmenso: el Reino de Dios.
Es aquí donde el mensaje se vuelve
muy personal. Porque todos nosotros tenemos miedos. Algunos son necesarios: el
miedo a lo que puede hacernos daño, el que nos mantiene prudentes. Pero otros
nos paralizan: el miedo a perder, a fracasar, a ser rechazados, a no tener
suficiente. Esos miedos pueden robarnos la paz y hacernos olvidar que nuestra
vida está en manos de un Padre que nos ama. Jesús no niega que haya peligros,
pero nos da la clave para vencerlos: saber dónde está nuestro tesoro. “Donde
está tu tesoro, allí estará tu corazón”. El problema no es que busquemos un
tesoro; el corazón humano fue hecho para buscarlo. El problema es confundir el
tesoro verdadero con lo que solo es brillo pasajero, como lo recordamos el
domingo pasado.
Vivimos en un mundo que nos ofrece
infinitos “tesoros” de consumo, que seducen y prometen felicidad instantánea:
cosas, logros, estatus, placeres. Pero la mayoría son frágiles. Un día se
pierden, se rompen, se agotan… y el corazón queda vacío. Jesús nos invita a
buscar un tesoro que no se desgasta: el amor de Dios, su Reino, las obras de
bien que nadie puede robarnos.
Y aquí aparece otra imagen del
Evangelio: la vigilancia. Jesús habla de servidores que esperan a su señor con
las lámparas encendidas. No saben cuándo llegará, pero lo esperan listos. Ser
vigilante no significa vivir ansioso, sino estar siempre orientado hacia lo que
importa, administrando bien lo que Dios nos ha confiado: la vida, la fe, los
talentos, las personas que nos rodean.
El mensaje es exigente: “Al que
se le dio mucho, se le pedirá mucho”. No se trata de miedo al castigo, sino
de responsabilidad por el don recibido. Si el Padre nos ha dado el Reino,
entonces nuestra vida debe reflejarlo. Cuando entendemos esto, cambia nuestra
forma de enfrentar las dificultades. Las pérdidas, los problemas o las pruebas
dejan de ser el centro. Sí, nos duelen, pero no nos destruyen. Porque nuestro
tesoro no está en lo que se puede perder, sino en lo que permanece.
Por eso, hoy la Palabra nos invita
a tres actitudes concretas:
- Recordar
la fidelidad de Dios en nuestra historia: como Israel en Egipto, hacer
memoria de las veces que Él nos ha sostenido.
- Vivir
con fe activa: como Abraham y Sara, caminar confiando en su promesa,
aunque no veamos el final.
- Vigilar
el corazón: discernir dónde ponemos nuestro tesoro y elegir lo que no
pasa.
Quizá tú también te sientes parte
de ese “pequeño rebaño”: frágil, a veces confundido, con miedos que no siempre
sabes manejar. Jesús lo sabe. Y por eso te repite hoy, como hace dos mil años: “No
temas, rebañito mío, porque el Padre ha querido darles el Reino”. Esa es
nuestra identidad más profunda: somos hijos de Dios, amados, herederos de su
vida eterna. Vivamos, entonces, como quienes ya poseen el tesoro que buscan.
Con la lámpara encendida, con el corazón vigilante, con la fe que sostiene y la
esperanza que no se apaga. Y que esta frase nos acompañe durante la semana como
oración y compromiso: Mantente firme en la fe; mantente atento en la esperanza;
mantente eficaz en el amor. Amén.
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