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domingo, 12 de octubre de 2025

Meditamos el Evangelio de este Domingo con Fray Josué González Rivera OP



Lectura del día: Segundo Libro de los Reyes 5,14-17. Salmo 98(97),1-4. Segunda Carta de San Pablo a Timoteo 2,8-13.

Evangelio según San Lucas 17,11-19.

Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea.
Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia
y empezaron a gritarle: "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!".
Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a presentarse a los sacerdotes". Y en el camino quedaron purificados.
Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta
y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano.
Jesús le dijo entonces: "¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?
¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?".
Y agregó: "Levántate y vete, tu fe te ha salvado".

Homilía por Fr. Josué González Rivera, OP

“Levántate y vete, tu fe te ha salvado”

El Evangelio de este domingo nos presenta a Jesús “de camino a Jerusalén”, atravesando los confines entre Galilea y Samaría. No se trata de un detalle geográfico sin importancia. Como bien señalan algunos comentaristas, este “camino” tiene un profundo sentido teológico: Jesús avanza hacia su Pascua, hacia la entrega total de su vida por la salvación del mundo. En ese itinerario se manifiesta el corazón de su misión, que no se encierra en un territorio ni en un grupo, sino que se abre a todos, especialmente a quienes viven en los márgenes.

Allí, en los límites donde se mezclan judíos y samaritanos, donde habitan los excluidos y los impuros, Jesús se encuentra con diez leprosos. Ellos no pueden acercarse, pero levantan la voz: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!”. Jesús los escucha y los envía a presentarse ante los sacerdotes. Y, “mientras iban”, quedaron limpios.

La curación se realiza en el camino, en la obediencia confiada a la palabra del Señor. Este detalle es clave: la fe no consiste en ver para creer, sino en ponerse en marcha fiándose de Cristo. Los leprosos se ponen en camino cuando aún están enfermos, y en ese caminar acontece la sanación. Así también sucede con la misión: quien anuncia el Evangelio no lo hace porque todo esté claro o resuelto, sino porque confía en la palabra de Jesús, que sigue sanando en el camino.

Pero la historia no termina ahí. Solo uno de los diez, al verse curado, vuelve para dar gloria a Dios. Regresa alabando al Señor y postrándose ante Jesús, reconociendo en Él la fuente de su salvación. Así se cumple lo que expresa la primera lectura (2 Re 5, 14-17): Naamán, también extranjero y leproso, al ser curado por el profeta Eliseo, no solo recobra la salud, sino que reconoce al Dios vivo y verdadero. La verdadera sanación no se reduce al cuerpo: es la apertura del corazón al encuentro con Dios.

El hombre se postra a los pies de Jesús y le da gracias. Y ese hombre, dice el Evangelio, era samaritano. Los otros nueve —los que pertenecían al “pueblo elegido”— no regresaron. Jesús se admira: “¿No quedaron limpios los diez? ¿Dónde están los otros nueve?”. El samaritano, extranjero y excluido, se convierte así en ejemplo de fe y de gratitud. Para él, la palabra final de Jesús no habla ya solo de curación, sino de salvación: “Tu fe te ha salvado”.

En este domingo dedicado a las misiones, el Evangelio nos recuerda que la gratitud es el primer impulso del corazón misionero. Solo quien se sabe sanado y amado puede salir a anunciar la misericordia de Dios. El Evangelio nos invita a mirar el mundo desde los confines, allí donde Jesús sigue pasando. Nos enseña que el primer paso del discípulo misionero es ponerse en camino con fe, y el segundo, volver agradecido para dar testimonio. La gratitud se convierte en envío: quien ha experimentado la salvación de Cristo no puede callar.

Como el samaritano, también nosotros hemos sido alcanzados por la misericordia de Dios. Que la Palabra de Dios en este domingo reavive en nosotros la fe agradecida y el compromiso misionero, porque la misión comienza en el corazón que reconoce los dones de Dios y sale, con alegría, a compartirlos con todos.


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miércoles, 8 de octubre de 2025

Nuestra Señora del Rosario

 


Un camino para encontrarnos con Jesús

Cuando pensamos en el rosario, probablemente nos venga a la mente a nuestras abuelas rezando con sus cuentas en la mano, o quizás en nuestras parroquias antes de misa o en una procesión en el barrio. Pero el rosario es mucho más que una tradición bonita: es un camino directo al corazón de Jesús de la mano de María. Y en este camino, los dominicos tienen mucho que ver.

Vamos con poco de historia… Cuenta la tradición que la Virgen María se apareció a Santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de Predicadores, y le entregó el rosario como un arma espiritual para anunciar el Evangelio. Domingo entendió que no se trataba de “palabras bonitas”, sino de una herramienta poderosa para transformar corazones y llevarlos a Cristo.

Unos siglos más tarde, en la batalla de Lepanto (1571), las tropas cristianas rezaron el rosario antes de enfrentarse al Imperio Otomano. Contra todo pronóstico, salieron victoriosas. El Papa San Pío V —dominico, además— atribuyó el triunfo a la intercesión de la Virgen y, en agradecimiento, instituyó la fiesta de Nuestra Señora del Rosario el 7 de octubre.

Desde entonces, frailes, monjas, hermanas y laicos dominicos propagamos esta oración por todo el mundo. El rosario se convirtió en un sello de identidad: rezarlo no es solo repetir, es contemplar la vida de Jesús con los ojos de María. Y eso significa algo muy profundo: al rezar el rosario, no vamos solos, caminamos con ella, aprendemos de su fe, de su ternura, y descubrimos cómo vincularnos con Jesús desde el corazón de su Madre.

¿Por qué rezar el rosario hoy?

Tal vez pienses: “Eso es cosa de grandes, yo no tengo tiempo”. Pero el rosario es una oración que se adapta a vos:

  • Podés rezar una decena mientras viajas en el colectivo o caminas a la uni o al trabajo.
  • Podés escuchar un audio del rosario y unirte desde el celular.
  • Podés rezar con amigos o en comunidad y descubrir que no estás solo en la fe.

El rosario no te saca del mundo: te ayuda a ver el mundo con otra mirada, a poner tus luchas y proyectos en manos de Dios. Es como llevar a María de compañera de camino: te escucha, te sostiene y te recuerda que no estás solo.

Octubre: el mes del Rosario

La Iglesia dedica octubre a Nuestra Señora del Rosario, y nos invitan a redescubrir esta oración como una manera joven, simple y profunda de encontrarse con Cristo.

Ojo!, algo para tener en cuenta, el rosario no es un amuleto, es un camino de contemplación. Cada misterio es un pedacito del Evangelio que se hace vida en vos: desde la alegría del nacimiento de Jesús hasta la esperanza de su resurrección.

¿Te animas al reto?

Durante este mes, te invitamos a rezar el rosario todos los días, aunque sea una parte, aunque sea una decena. regálale a la Virgen unos minutos de tu día.

  • Elegí una intención diaria (por tu familia, tus estudios, tus amigos, la paz).
  • Rézalo con tus cuentas, con el celular o en comunidad.

María no se cansa de escucharte. El rosario es su regalo, y también puede ser tu fuerza para vivir con más fe, libertad y amor.

Con cariño Maru


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lunes, 6 de octubre de 2025

Intención del Papa de octubre.


Querida comunidad, ¿Sabían que el santo padre León XIV encomienda una intención de oración por mes?

Estas intenciones son una convocatoria mundial a la acción y oración. El Papa las confía a su Red Mundial de Oración, que las difunde a través del “Video del Papa”. 

Hoy te invitamos a leer esta reflexión inspirada en el vídeo del mes de octubre

Por la colaboración entre las distintas tradiciones religiosas

Este mes de octubre, el Papa León XIV preocupado por la división en la que vive el mundo de hoy nos invita a seguir trabajando por la paz. Esta vez, remarcando la importancia de que nuestras creencias no sean en ningún ámbito motivo de discordia o enfrentamiento. “Que las religiones no sean usadas como arma o muralla sino como puente y profecía”.

Cada uno de nosotros está llamado a ser “instrumento de paz” como bien enseñaba San Francisco de Asís para que la belleza llegue a su plenitud. Esta misión nos requiere reconocernos como hermanos y hermanas llamados a vivir en un clima de fraternidad universal superando las diferencias y encontrando la riqueza en la diversidad.

Esta tarea no la podemos realizar solos, necesitamos el impulso del Espíritu Santo que nos hace capaces de ser Iglesia, de ser familia, de ser comunidad donde puedan surgir cada vez más ejemplos concretos de gestos y testimonios de justicia y fraternidad humana que nos interpelen a creer que transformar el mundo es un sueño posible si estamos juntos y caminamos en el mismo sentido.

“Tenemos que reaprender a escuchar y colaborar sin destruir” nos dice el Papa León XIV, y señala que para lograrlo tenemos que purificar nuestro corazón. Limpiar toda violencia, todo aquello que nos pueda llevar a ofender, herir, lastimar. Para hacer la paz tenemos que empezar por limar nuestras asperezas más profundas. ¡Qué desafío!

En una sociedad que tantas veces juzga sin piedad, y genera enfrentamientos innecesarios que tanto daño nos hacen pidamos a Jesús que nos enseñe su modo de ser humildes, mansos de corazón y abiertos a descubrir con mirada amorosa lo diferente. Que en la diversidad sepamos ver el rostro infinito de un Dios que sabe habitar en todos los corazones.

Que este mes podamos comprometer nuestra oración personal y comunitaria para “seguir haciendo creíble el sueño del bien común, acompañando la vida, sosteniendo la esperanza y siendo levadura para la unidad en un mundo fragmentado”, como nos invita el Papa.

Aprovechemos también esta ocasión para examinar si nuestras acciones aportan a la paz de cada día. Tengamos en cuenta que cada día es una oportunidad hermosa para ser mejores personas, que la esperanza nos motive a seguir caminando hacia una convivencia donde el diálogo, la escucha, la empatía y el respeto sean los cimientos de los vínculos que tenemos con los demás.

Amén

María Claudia Enríquez @clauchitaaaa






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sábado, 4 de octubre de 2025

Meditamos el Evangelio de este Domingo con Diácono José Torres, LC




Lecturas del día: Libro de Habacuc 1,2-3.2,2-4. Salmo 95(94),1-2.6-7.8-9. Segunda Carta de San Pablo a Timoteo 1,6-8.13-14.

Evangelio según San Lucas 17,3b-10.

Por lo tanto, ¡tengan cuidado! Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo.
Y si peca siete veces al día contra ti, y otras tantas vuelve a ti, diciendo: Me arrepiento, perdónalo.
Los Apóstoles dijeron al Señor: Auméntanos la fe.
El respondió: Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: Arráncate de raíz y plántate en el mar, ella les obedecería.
Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: Ven pronto y siéntate a la mesa?
¿No le dirá más bien: ¿Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después?
¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó?
Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber.

Homilía Diácono José Torres, LC

El poder escondido de la Fe

¿Alguna vez has sentido que tus oraciones rebotan en el techo? Como si mandaras un mensaje de WhatsApp y ni siquiera te llegara el tilde de "entregado". Habacuc lo sentía así: "¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que me oigas?" (Hab 1,2).

Es el grito que mucho podemos llevar dentro cuando vemos las noticias, cuando un familiar está enfermo, cuando el trabajo no llega, cuando la relación se rompe. Rezamos, pedimos, suplicamos... y el silencio parece ser la única respuesta. Y entonces viene la tentación: "¿Para qué rezo si nada cambia?"

"Señor, súbeme el volumen a la fe"

Los apóstoles tampoco la tenían muy clara. Como leímos en el Evangelio de hoy le dicen a Jesús: "Auméntanos la fe" (Lc 17,5). Básicamente o en otras palabras: "Jesús, súbenos el nivel, porque con este tutorial básico no alcanza".

Y Jesús les responde con algo que parece sacado de un meme: "Con una fe del tamaño de una semilla de mostaza podrían decirle a ese árbol que se arranque y se plante en el mar".

Momento. ¿En serio? ¿Estamos hablando de la semilla más microscópica que existe en ese tiempo? Sí. Jesús no está pidiendo una fe tamaño catedral. Está diciendo: la fe no se mide en kilos, se mide en autenticidad.

No se trata de cuánta fe tienes, sino de qué tan real es. Como el wifi: no importa que tengas 5 rayas si la contraseña está mal. Una conexión débil pero real es mejor que una señal falsa de cinco barras.

La fe no es para hacerte famoso

Pero aquí viene el giro inesperado del Evangelio. Justo cuando los apóstoles están imaginándose, moviendo árboles con la mente tipo Jedi, Jesús les cuenta la parábola del siervo que trabaja todo el día y al regresar no espera aplausos, sino que sigue sirviendo.

"Hemos hecho lo que teníamos que hacer" (Lc 17,10). Auch. Bajón de expectativas.

Jesús nos está diciendo: la fe verdadera no es para el Instagram espiritual. No es para coleccionar likes divinos o para que todos te vean como "el súper creyente". La fe auténtica se vive en lo cotidiano, en lo que nadie ve:

  • Cuando perdonas aunque todavía duela
  • Cuando te levantas a trabajar aunque no tengas ganas
  • Cuando cuidas a tus padres mayores sin quejas
  • Cuando eres fiel en tu relación aunque nadie te esté vigilando
  • Cuando haces bien tu trabajo sin supervisión

Ahí, en esos momentos de servicio silencioso, la fe deja de ser teoría y se vuelve vida.

Por otro lado, vemos como San Pablo le escribe a Timoteo (2 Tim 1,6-8) y le dice algo clave: "Reaviva el fuego de la fe". Como cuando tu celular está en 2% y necesitas cargarlo urgente. La fe no es algo automático que se mantiene solo. Hay que cultivarla, alimentarla, cuidarla.

Y Pablo añade: esta fe no nos hace cobardes, sino que nos da amor, fortaleza y templanza. La fe verdadera no es un sedante que nos duerme ante las injusticias. Es una fuerza que nos capacita para amar cuando cuesta, para mantenernos firmes cuando todo tiembla, y para tener autocontrol cuando querríamos explotar.

Entonces, ¿qué hacemos con esto?

El Evangelio de hoy nos deja dos verdades que parecen contradictorias pero que en realidad se complementan perfectamente:

1. La fe es súper poderosa – Puede mover lo imposible, cambiar situaciones, abrir puertas cerradas.

2. La fe es súper humilde – Se vive en lo ordinario de nuestras vidas, cumpliendo promesas, siendo fiel en lo pequeño.

Es como tener un auto deportivo último modelo... y usarlo para llevar a tu abuela al mercado. El poder está ahí, pero se usa para servir.

El desafío para esta semana

Tal vez hoy no necesites pedirle a Dios más fe. Tal vez necesites preguntarte: ¿Estoy usando la fe que ya tengo?

  • ¿Estoy siendo fiel en lo ordinario?
  • ¿Confío en Dios incluso cuando no veo resultados inmediatos?
  • ¿Sirvo sin esperar reconocimiento?

Porque al final, la fe no es un superpoder para impresionar a otros. Es un estilo de vida que nos transforma por dentro y transforma todo lo que tocamos. Es semilla pequeña, sí. Pero que da frutos enormes.

Como dice Habacuc: "el justo por su fe vivirá" (Hab 2,4). No dice "por sus milagros", ni "por sus logros espectaculares". Sino por su fe. Esa fe sencilla, diaria, humilde, que confía incluso en la oscuridad.

Esa fe que no siempre mueve montañas, pero que siempre, siempre, mueve corazones.

Terminemos este momento de reflexión con una oración que salga del corazón algo así como:

"Señor, ayúdanos a vivir con fe auténtica. No la fe que busca aplausos, sino la que se hace servicio. No la fe teórica, sino la fe que transforma nuestra vida ordinaria en algo extraordinario. Amén."


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