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domingo, 12 de mayo de 2024

Meditamos el Evangelio de la Ascensión del Señor con el diácono Diego Olivera

En el día de hoy celebramos la Ascensión del Señor,  Jesús vuelve al seno del Padre, a lo largo de este tiempo pascual hemos profundizado en el misterio de Jesús resucitado que se le apareció a  algunas mujeres y a sus amigos los discípulos pero llega el momento de la despedida: “Dentro de poco ya no me verán” (como escuchamos en el evangelio del jueves 9 de mayo)

En el evangelio de hoy Jesús se dirige a los discípulos y les encomienda una misión: "Vayan por todo el mundo,  anuncien la Buena Noticia a toda la creación." Este pasaje bíblico es conocido como la misión universal de los apóstoles, es decir, una misión recibida por los primeros apóstoles y que se extiende para toda la iglesia, para cada uno de nosotros que somos apóstoles de Jesús.

Somos enviados, “vayan por todo el mundo”, Jesús nos llama y nos envía, vamos en su nombre a realizar esta misión, somos portadores y transmisores de mensaje de Jesús. Vayan implica un salir, y esa es la misión de todos los bautizados, salir al encuentro de los demás y anunciar la alegría de encontrarse con Jesús. Francisco constantemente nos recuerda esta misión: “Quiero una Iglesia en Salida”, nos invita a levantarnos del banco del templo para vivir como verdaderos discípulos misioneros todos los días para que al Buena Noticia llegue a todo el mundo.

¿Qué vamos a anunciar? La Buena Noticia de Jesús. A veces cuando organizamos misiones surge la pregunta: “¿Qué voy a decir? Todavía no estoy preparado”. Y yo respondo: No hace falta aprender el catecismo de memoria o haber leído toda la Biblia, si vos ya tuviste un encuentro personal con Jesús, ya experimentaste el gran amor, ya estás preparado, eso tenes que anunciar: Dios me ama, me abraza e hizo maravillas en mi vida, Dios te ama y quiere abrazarte, quiere regalarte una nueva vida llena de amor y alegría. Esta Buena Noticia es la Resurrección de Jesús, que por su infinito amor nos salva y nos regala la paz como escuchamos repetidas veces en las apariciones después de su resurrección. Si ya estas viviendo el amor de Dios, compartilo con los demás, muchos están sumergidos en la tristeza porque no conocen la alegría de la Buena Nueva, allí está tu misión.

¿A quienes vamos a anunciar? A toda la creación, el mensaje de la salvación de Jesús es para todos, nadie excluido. Nuestra vida tiene que ser un constante anuncio de la Buena Nueva y no siempre con palabras, muchas veces los gestos dicen más que las palabras. Cuando Dios toca nuestro corazón no podemos quedarnos callados, tenemos que gritar a los cuatro vientos que Cristo nos ama a todos.

Seguramente en la misión de anunciar nos vamos a encontrar con personas que no quieren escuchar, nos van a rechazar, criticar y atacar pero no tengas miedo, vamos adelante con la fuerza del Espíritu Santo que nos alienta a gritar la Buena Nueva. El papa Francisco afirma: “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades” (La Alegría del Evangelio N° 49)

No podemos callar este mensaje, nuestra misión esencial como bautizados es el anuncio de la Buena Nueva.

Vamos, caminemos juntos, anunciemos la Buena Nueva a toda la creación


Hoy celebramos la 58° Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, te invitaos a leer el mensaje del papa Francisco: "Inteligencia artificial y sabiduría del corazón para una comunicación plenamente humana"


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miércoles, 8 de mayo de 2024

Vivir hoy la paz del Resucitado






En este tiempo de Pascua que estamos viviendo nos venimos encontrando en los evangelios dominicales con al menos un elemento que se mantiene a lo largo de todos ellos y sobre el que me gustaría reflexionar, es el tema de la paz. En los relatos evangélicos de las últimas tres semanas, vimos las apariciones post-pascuales de Jesús a la comunidad, donde Él explícitamente les concede el don de la Paz a los apóstoles. En el relato de este último domingo, la paz la encontramos como fruto más evidente de la experiencia de saberse amado por Dios, reconocernos como aquella ovejita rescatada por Jesús, nuestro Buen Pastor. Por lo tanto, encontramos que el tema viene resonando bastante.

                                         

Sin embargo, rezar con esto se vuelve difícil en los tiempos que corren. La realidad socio-económica que vivimos en nuestro propio país no es fácil ni pacífica. Y ni hablar si abrimos los diarios en las secciones internacionales: Ya son demasiados meses en los que se han prolongado las guerras en Medio Oriente y en Ucrania, que además han ido creciendo en una escalada de violencia inusitada. Como si la realidad no fuera difícil de por sí, los medios masivos de comunicación se encargan de presentarnos a diario un panorama oscuro y apocalíptico.

Y en estos momentos difíciles donde más nos salen al encuentro los textos evangélicos pascuales, en Jesús que nos promete dar la paz. Surge entonces la pregunta ¿cómo o dónde vivir esa paz? ¿Cómo se encarna esa paz en mi vida y en la realidad que toca vivir hoy sin caer en un escapismo o enajenamiento? Es allí donde me encuentro con la importancia y la necesidad de la oración. Desde mi experiencia, la única manera de encauzar y entender los signos de los tiempos actuales, es en primera instancia en el diálogo cercano e íntimo con el Señor.

                                   

Alguien me podrá argumentar: Pero ¿cómo afecta positivamente a los pobres niños de Gaza si yo soy capaz de frenar un momento al día a encontrarme con el Señor? ¿Es acaso la oración como otra manera de sedación como lo es el pasarse la vida scrolleando en las redes sociales desde la comodidad de mi casa? Pues por lo pronto, si el mal Espíritu está generando tantas guerras, por lo menos no triunfa en mi vida inquietándome y llenándome de angustia. Es pues esa angustia paralizante e inútil, que me empuja y adormece hacia una vida sobrevivida, scrolleada y no vivida en primera persona. Actitudes que por lo general terminan en poner el foco en mí mismo y/o en lo negativo de la realidad, convirtiendo este precioso tiempo que tenemos para amar y hacer el bien, en tiempo infructuoso e inútil. Estancándonos en un círculo vicioso cada vez más difícil de escapar.

Por otro lado, y he aquí mi invitación central, es la de en la oración ofrecer aquellas pequeñas cosas de la vida para aquellos que tan mal la están pasando. Me gusta pensar que si el acto más horrible jamás pensando, como fue la incruenta muerte del Hijo de Dios, pudo ser el acto de Amor más grande jamás imaginado, pues siguiendo esa lógica histórico-salvífica, ¿no puedo yo en Cristo ofrecer eso que me cuesta enfrentar el día de hoy por aquellos que sufren? Mi experiencia vital dice que sí, y que he visto el obrar de Dios de maneras sorprendentes por medio de pequeñas cosas ofrecidas en Su Nombre.

                                      

Recurro aquí también a los testimonios de muchos cristianos que hicieron experiencia de esta misma práctica de unirse a la cruz de Cristo y fueron ofreciendo su vida en tiempos de guerras y dificultades, algunos de ellos hasta fueron capaces de dar la vida por Cristo. Cuenta Alejandro Dziuba, quien estuvo en Auschwitz en 1940 que el Padre san Maximiliano Kolbe les decía a él y sus compañeros de barracas “Yo no le temo a la muerte; temo al pecado” y persistía en alentarlos a no tener miedo a morir y en cambio ocuparse de la salvación de sus almas, señalandoles a Cristo como el único apoyo seguro y la ayuda con la que podían contar. A su vez ellos veían como el mismo Maximiliano ponía toda su vida en el campo de concentración en manos de Dios. “He conocido muchos sacerdotes, pero ninguno que tuviera una fe tan profunda y vía como la del Padre Maximiliano” concluía en su relato este valiente sobreviviente[1].

Es hermosa la reflexión de Maria Skobtsova, santa ortodoxa martirizada contemporáneamente, en el campo de concentración de Ravensbrück, cuando escribe durante la guerra: En este preciso momento sé que cientos de hombre se enfrentan a lo más grave que existe, a la gravedad misma: la muerte. Sé también que otros miles están a punto de hacerlo. […] Con todo mi ser, con toda mi fe, con toda la fuerza de mi espíritu sé que en este preciso momento Dios mismo visita su mundo. Y este mundo puede recibirle, abrirle su corazón. Si lo recibimos, nuestra vida caída, temporal, pasará en un instante a quedar sumergida en las profundidades de la eternidad y nuestra elección humana se hará semejante a la cruz del Dios hecho hombre. Entonces, en el mismo centro de nuestro sufrimiento mortal, veremos las vestiduras blancas del ángel, que nos dirá: «el que estaba muerto, ya no está en el sepulcro». Entonces la humanidad entrará en la alegría pascual de la resurrección.[2]



[1] Patricia Treece, Maximiliano Kolbe, un hombre para los demás. Testimonios de quienes lo conocieron, Ed. De la Inmaculada, p. 187

[2] Madre María Skobtsova, El sacramento del Hermano, la guerra como revelación, ed. Sigueme. p.180

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lunes, 29 de abril de 2024

El camino del Resucitado - Vía Lucis







El papa Francisco nos ha invitado a vivir el año de la oración, en este tiempo pascual te invitamos a rezar el Via Lucis.

Podemos decir que los católicos tenemos varios eventos importantes, pero ninguno de ellos tiene tanta trascendencia como la Semana Santa.Ya sea porque vemos alguna película relacionada con la vida de Jesús o porque tenemos un fin de semana largo. Sea cual sea el motivo, esa semana es especial. Te invito a sentarte junto a tus padres o abuelos preguntarle cómo vivían ellos la semana santa, nos gustaría que puedas compartir con nosotros a través de los comentarios como la vivieron ellos y como la vivís vos ahora.

Quizás algunos coincidan con aquella tradición de ir a un determinado lugar, ya sea un templo, un campo, un cerro, donde la familia acompaña simbólicamente a Cristo a través del rezo del Vía Crucis. Especialmente el Viernes Santo. Donde se recuerdan algunos de los momentos más significativos de Jesús, desde que es apresado hasta que muere en la cruz.

Una vez que termina la cuaresma, con el Domingo de Resurrección empezamos una nueva etapa, el tiempo de  la Pascua. En este tiempo estamos invitados a caminar junto a  Jesús Resucitado. Es decir, así como seguimos los pasos de Jesús hacia su martirio durante la cuaresma y la semana santa, ahora recorremos los momentos que ocurrieron luego de su resurrección hasta la venida del Espíritu Santo.

Tanto el Vía Crucis como el Vía Lucís son modos de oración. El Vaticano a través de sus documentos los reconoce  como “ejercicios de piedad”[1].Al recorrer las estaciones del Via Lucis nos hacemos testigos de la resurrección y herederos de la misión que Jesús encomendó a sus discípulos: llevar la buena noticia por todo el mundo.

El Vía Lucís es una manera de recordar que desde el Domingo de Resurrección hasta Pentecostés hay cincuenta días llenos de acontecimientos inolvidables y trascendentales que fueron vividos muy intensamente por los discípulos de Jesús, e incluso por María. Y nosotros no debemos dejarlo pasar así nomás.La historia de Jesús no termina con la muerte en cruz.

Jesús expresó mediante la cruz cuanto amor siente por nosotros, ahora, a través de la resurrección quiere compartir con nosotros su alegría de habernos reconciliado con el Padre. Podríamos decir que allí se realiza efectivamente nuestra historia de salvación. Al vencer el pecado y la muerte, Jesús abre para nosotros las puertas de la eternidad.

De esta manera complementamos el Vía Crucis con el Vía Lucís para recordar que nuestra fe no termina con Cristo crucificado y muerto en la cruz, sino que nuestra fe se fundamenta en un Cristo que pasó por la cruz y resucitó.

Después de aquel gesto de amor infinito, al morir en la cruz, nos deja su presencia eterna a través del Espíritu Santo. El Espíritu nos permitirá encontrar el sentido profundo de todo lo que hizo Jesús.

Te invito a rezar el Vía Lucís con tu familia, con tu comunidad, o quien quieras compartirlo. Descargaraquí el Via Lucis

  

Cristo ha resucitado, Aleluya!

 

 



[1]Directorio sobre la piedad popular y la liturgia. (s. f.). https://www.vatican.va/roman_curia/congregations/ccdds/documents/rc_con_ccdds_doc_20020513_vers-direttorio_sp.html

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sábado, 27 de abril de 2024

Meditamos el Evangelio del 5° Domingo de Pascua con Fray Paul OP



Hechos de los Apóstoles 9,26-31. Salmo 22(21),26b-27.28.30.31-32. Epístola I de San Juan 3,18-24.


Evangelio según San Juan 15,1-8.


Jesús dijo a sus discípulos:

Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador.

El corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía.

Ustedes ya están limpios por la palabra que yo les anuncié. Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde. Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán. La gloria de mi Padre consiste en que ustedes den fruto abundante, y así sean mis discípulos.»


Homilía por Fray Paul OP 


La imagen de la viña es una parábola que Jesús usa en los evangelios sinópticos para enseñar cómo es el Reino de los Cielos, el fruto de la vid es la Eucaristía. Sin embargo, en el evangelio de Juan vemos que Jesús mismo es la Vid Verdadera, es uno de los tantos "Yo soy" que emplea para desvelar el misterio de su nombre divino y de su persona. Jesús es la Vid de verdad y el Padre el viñador. El Padre es el encargado de purificar los sarmientos, es decir, a Él le compete la tarea de cortar, podar y limpiarnos para poder dar más fruto. Si creemos que ya somos fructíferos por nuestras buenas obras, Dios nos invita a ser más fecundos todavía. 


La Palabra de Dios es la que ayuda a purificarnos. Esta palabra "purificar" en griego es "katarsis". Se trata de una poda, de cortar y extirpar todo aquello que nos hace daño y contamina el alma. Hay que dejar que la fuerza de la Palabra divina haga éste efecto sanador en nosotros. 


El Evangelio debe cumplir la tarea de una podadora para embellecer nuestro corazón. De este modo permaneceremos en Él, así como Él permanece en nosotros. La permanencia, el estar arraigados y firmes en la fe cristiana, es la garantía para dar cada vez más frutos, porque sin Él nada podremos hacer. Si alguno se aleja de su presencia, Él mismo se encargará de podarnos  y avivarnos con su fuego purificador. Lo fascinante de todo esto es que nosotros podemos colaborar con el Viñador en ésta tarea. Estamos llamados a consolar a los que se han alejado de la Viña del Señor para restablecerlos a la fe. Esto podemos pedirlo al Señor. Ser sus instrumentos, así como el Viñador necesita de herramientas para recoger los frutos, así mismo Dios quiere necesitar de obreros y operarios para deleitarse de lo dulce de la Vid. 


San Ireneo decía que "la gloria de Dios es que el hombre viva". Pienso que lo decía inspirado en éstas palabras de Juan "la gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto". Porque ciertamente una vida estéril e infecunda no es vida. La vida nos ha sido dada para fructificarla, para multiplicar los dones que el Señor nos ha regalado, en el estilo de vida que vivamos, en la vocación particular que fuera, estamos llamado a dar frutos en abundancia, porque al final de todo, "por sus frutos los reconoceréis" (Mt 7,20).



Homilías de Pascua:






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sábado, 20 de abril de 2024

Meditamos el Evangelio del 4° Domingo de Pascua con Pbro. Pablo Montaño


Hechos de los Apóstoles 4, 8-12. / Salmo 118(117), 1.8-9.21-23.26.28.29. / Epístola I de San Juan 3, 1-2.


Evangelio según San Juan 10, 11-18.


Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas.

El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa.

Como es asalariado, no se preocupa por las ovejas.

Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí -como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre- y doy mi vida por las ovejas.

Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo Rebaño y un solo Pastor.

El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla.

Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo. Tengo el poder de darla y de recobrarla: este es el mandato que recibí de mi Padre".


Homilía por el Pbro. Pablo Montaño:


Estamos celebrando hoy el cuarto Domingo de Pascua, rezando especialmente hoy junto a toda la Iglesia en la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones.


Como todos los años, la figura que nos acompaña y habla es la de Jesús Buen Pastor, y qué bonito dejar que el pastoreo de Jesús nos hable a todos, no sólo a los sacerdotes o consagrados, sino a todos! Porque en definitiva, todos de un modo u otro, pero muy concretamente, hacemos eco y realidad en la Iglesia y en el mundo el pastoreo de Jesús.


Si pudiésemos resumir la liturgia de la Palabra de este fin de semana, creo que podríamos usar una palabra: COMPROMETERSE.


Vamos a ir de atrás para adelante…

¿Por qué el Buen Pastor es capaz de dar su vida por las ovejas? ¿Por qué las conoce?. Porque se comprometió apasionadamente por cada una, por cada uno de nosotros. Y justamente el compromiso es eso, con la propia vida, actitudes, decisiones, saber decirle al otro "sos importante para mi" "doy la vida por vos". Y es justamente lo que Jesús hizo, y nos repite a cada rato. Él, como Buen Pastor no se deja llevar por la "aparente multitud" del rebaño; tiene la delicadeza, la grandeza de saber comprometerse con la vida, la historia y la realidad de cada una.


Es justamente lo que los Apóstoles aprendieron, y de lo que nos habla la primera lectura. El testimonio de quienes supieron comprometerse con el que estaba al borde del camino, hasta olvidado…


Si leemos un poco antes de esta parte de los Hechos, encontramos una frase de Pedro que nos puede ayudar mucho a entrar en lo que celebramos este fin de semana; dice así: “No tengo ni plata ni oro, pero te doy lo que tengo” (Hch. 3,6). No dieron algo ajeno, no dieron lo que sobraba, se dieron ellos mismos, como lo hizo Jesús. Qué bonito poder imaginar que en el corazón de los Apóstoles resonaban las palabras de Jesús: “Tomen, coman, esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes”... Tomen, esto soy yo, me entregó totalmente por ustedes, sin guardar ni reservar nada.


Y ése es el desafío de vivir la vocación al modo de Jesús; hoy él nos invita a vivir nuestra vocación al modo de su pastoreo: nos llama a comprometernos, a jugárnosla, a darnos del todo por el otro que tiene un nombre y un rostro concreto. Por eso hablamos de vocación, porque nos compromete toda nuestra existencia para que seamos don para los demás.


Así nos pastorea Jesús, y así nos quiere pastoreando. No de un modo "déspota" u opresor, encerrando a las ovejas en el corral de mis propias lógicas, sino aprendiendo mirar con corazón de pastor tanto a las que están, cómo a las que deciden dejar el corral; y tanto para unas y otras, aprender a gastar la vida. Un calzado gastado, con la suela finita es signo que se ha usado mucho, que tiene mucho caminado… Qué lindo que nuestra vida también se vea así, no prolija, no extremadamente cuidada… Gastada. Por cada uno, porque Jesús me envía, me confía tantas personas, y porque gastar la vida por los demás nos puede hacer sumamente felices y plenos!!


Para esto qué necesario es detener la marcha del camino, aunque sea por este fin de semana, y desde aquí contemplar al Pastor, y pedirle sólo una gracia: poder comprometernos como Él se compromete con nosotros.


Qué lindo que hoy podamos rezar especialmente por los jóvenes, y comprometernos con ellos para que puedan descubrir lo que Dios sueña para sus vidas, la vocación que ha pensado desde siempre para ellos. Por eso les regalo está pequeña parte del mensaje de Francisco para este fin de semana:

“Por todo esto les digo una vez más, como durante la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa: “Rise up! – ¡Levántense!”. Despertémonos del sueño, salgamos de la indiferencia, abramos las rejas de la prisión en la que tantas veces nos encerramos, para que cada uno de nosotros pueda descubrir la propia vocación en la Iglesia y en el mundo y se convierta en peregrino de esperanza y artífice de paz. Apasionémonos por la vida y comprometámonos en el cuidado amoroso de aquellos que están a nuestro lado y del ambiente donde vivimos.


Se los repito: ¡tengan la valentía de involucrarse! Don Oreste Benzi, un infatigable apóstol de la caridad, siempre en favor de los últimos y de los indefensos, solía repetir que no hay nadie tan pobre que no tenga nada que dar, ni hay nadie tan rico que no tenga necesidad de algo que recibir.



Homilías de Pascua:





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sábado, 13 de abril de 2024

Meditamos el Evangelio del 3° Domingo de Pascua con Fray Josué González Rivera OP


Hechos de los Apóstoles 3,13-15.17-19. Salmo 4,2.4.7.9. Epístola I de San Juan 2,1-5a. 


Evangelio según San Lucas 24,35-48.


Los discípulos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes".

Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu,

pero Jesús les preguntó: "¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas?

Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo".

Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies.

Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: "¿Tienen aquí algo para comer?".

Ellos le presentaron un trozo de pescado asado;

él lo tomó y lo comió delante de todos.

Después les dijo: "Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos".

Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras,

y añadió: "Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día,

y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados.

Ustedes son testigos de todo esto."


Homilia por Fray Josué González Rivera OP


El Evangelio de la liturgia de este domingo nos relata la experiencia que los discípulos tuvieron con Jesucristo resucitado según san Lucas. En este tiempo de Pascua que, como esos seguidores de Jesús, también nosotros nos reunimos en el cenáculo como comunidad creyente y confiamos en que esa “paz” dada por el Señor también puede llegar a nuestras vidas, familias y comunidades. 


En esta reunión que nos presenta san Lucas podríamos notar elementos análogos a los que conservamos en nuestras liturgias actuales: hay una comida (aunque este momento solo se dice que Jesús comió) y hay una revisión de las Sagradas Escrituras, siendo similar a lo que vivieron esos dos discípulos en Emaús. 


Teniendo esto en el horizonte, particularmente llama la atención que, incluso viendo y quizás tocando al resucitado, los discípulos aún no lograban superar el impacto de su presencia. La comida fue importante para demostrar la solidez de su cuerpo y para revivir la comunión compartida con el Señor, pero también fue necesario que comprendieran las Escrituras. 


Esto último puede confrontarnos nosotros hoy, haciendo que nos preguntemos: ¿qué lugar ocupa la Palabra de Dios en nuestra vida? ¿Podemos decir que entendemos las Sagradas Escrituras? ¿Acaso nuestras incredulidades y “dudas” también necesitan esa iluminación con la Palabra de Dios para poder comprender mejor, creer más firmemente y poder reconocer al resucitado?


En el Evangelio de este domingo es Jesús quien les explica las Escrituras, y nosotros contamos con esa misma presencia mediante su Espíritu, que es el mismísimo Espíritu Santo que habita personalmente en la comunidad de los bautizados. Como bien enseña el Concilio Vaticano II: “la Sagrada Escritura hay que leerla e interpretarla con el mismo Espíritu con que se escribió para sacar el sentido exacto de los textos sagrados” (Dei Verbum, 12). Así que, cada vez que leamos la Biblia de forma personal o de forma comunitaria, debemos de invocar al Espíritu Santo para que nos ilumine y ayude a comprender acertadamente su mensaje de salvación. 


La celebración litúrgica es el mejor contexto para la lectura de la Palabra de Dios. Aquellos que pueden hacerlo diariamente no deberían desaprovechar la oportunidad, y quienes no, deberían al menos escuchar la Palabra cada domingo. Además, es muy beneficioso que cada día leyéramos el evangelio o algún pasaje, de tal forma que siempre estemos en contacto con este mensaje que nos ofrece la Escritura. Pues, así como es importante el Pan Eucarístico, el Pan de la Palabra también es alimento que nos nutre, por ello “la Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor” (Dei verbum, 21). 


Comprender el Antiguo Testamento a luz de la vida de Jesucristo es la clave, bajo la iluminación que les dio el Espíritu Santo, es parte del impulso que motivó a las primeras comunidades cristianas para salir del temor e ir al mundo a predicar que Dios cumple sus promesas, nos trae la vida plena y nos enseña un camino de salvación. Con ello termina el Evangelio de este domingo, si estamos dispuestos a tener este encuentro con el resucitado, nutriéndonos con su Palabra, como los primeros discípulos también nosotros nos convertiremos en testigos capaces de predicar con palabras y con obras. 


"Ustedes son testigos de todo esto", dice el Señor, los cuales deben predicar en su Nombre a todas las naciones la conversión. De esa forma, en la primera lectura, escuchamos una parte del kerigma que san Pedro predicó en Jerusalén, anunciando de forma explícita la Buena Nueva. Pero ese discurso testimonial que podemos hacer debe ir acompañado de las obras, como nos lo recuerda San Juan en la segunda lectura. Así, palabras y obras son parte de ese testimonio por el cual reconocemos que Jesucristo resucitado nos reconcilia con Dios y nos da vida plena. 


Que podamos recibir su enseñanza con humildad y vivir según su ejemplo, compartiendo el amor y la paz que Él nos ofrece. Que nuestras palabras y acciones sean testimonio. Que, bajo la iluminación del Espíritu a nuestras inteligencias, busquemos en las Sagradas Escrituras la guía y el consuelo que necesitamos en nuestros días. Que extendamos la mano de reconciliación y amor a aquellos que nos rodean, siguiendo el modelo de nuestro Salvador. Que nos comprometamos a ser verdaderos discípulos de Jesús, llevando su luz a un mundo que tanto lo necesita.




Homilías de Pascua:




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