sábado, 27 de septiembre de 2025

Meditamos el Evangelio de este Domingo con Fray Emiliano Vanoli OP




Lecturas del día: Libro de Amós 6,1.4-7. Salmo 146(145),7-10. Primera Carta de San Pablo a Timoteo 6,11-16.

Evangelio según San Lucas 16,19-31.

Jesús dijo a los fariseos: "Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes.
A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro,
que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas.
El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado.
En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él.
Entonces exclamó: 'Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan'.
'Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento.
Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí'.
El rico contestó: 'Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre,
porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento'.
Abraham respondió: 'Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen'.
'No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán'.
Pero Abraham respondió: 'Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán'".

Homilía por Fray Emiliano Vanoli OP.

La paradoja del don.

¿Tenemos derecho a disponer de nuestros bienes sin rendir cuentas? ¿Podemos pasar junto a un necesitado y consolarnos pensando que su situación es “culpa de la crisis” o de “un sistema injusto”? El Evangelio de este domingo nos invita a un “sí” más grande, porque en él se juega nuestro destino.

Si lo pensamos bien, ¿qué tenemos que no hayamos recibido antes? La vida misma es un don, y recibirla imprime a toda nuestra existencia una dinámica de gratuidad: hemos sido creados para donarnos, con lo que somos y lo que tenemos.

Las parábolas que nos propone la liturgia tanto el domingo pasado como el presente ayudan a comprenderlo. Primero, la del administrador infiel, que, aunque responsable de una mala gestión, es alabado por su capacidad de mirar más allá de lo inmediato y asegurar su futuro. Jesús nos enseña así que hay que renunciar a bienes pasajeros para apostar por lo que no pasa: Dios y la vida eterna. Este domingo, la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro nos enfrenta con crudeza a las consecuencias eternas de nuestras decisiones. La riqueza encerrada en sí misma nos aísla y nos condena; la "pobreza" compartida, en cambio, abre las puertas del Reino.

Aquí está la paradoja cristiana: solo dándonos nos realizamos. El mérito, el esfuerzo, el estudio y el trabajo son importantes, nos ayudan a procurar lo necesario para la vida, pero nada de eso borra el hecho de que en su raíz todo es don recibido. Y lo recibido, en clave evangélica, pide ser compartido. Rico, como Epulón y según el mundo, es quien acumula para sí; pero verdaderamente rico en el sentido evangélico, es quien, aunque tenga poco, lo abre generosamente a los demás. Nadie vive solo para sí, porque vivir es esencialmente entregarse; en cambio, guardarse para sí mismo es empezar a morir.

En definitiva, Jesús nos recuerda con estas parábolas que somos administradores, no dueños absolutos. Y lo que se pide a un administrador, como nos recuerda San Pablo en sus cartas, es fidelidad: ser fiel al corazón de Dios, el verdadero dueño, que da sus bienes para ser compartidos. La plenitud de la vida se encuentra en la lógica del don: la semilla que muere y da fruto, como Jesús en la Cruz. Esta es la verdad profunda de la existencia, en las propias palabras del Señor: “hay mayor felicidad en dar que en recibir” (Hch. 20,35).


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sábado, 20 de septiembre de 2025

Meditamos el Evangelio de este Domingo con el Pbro. Mauricio Calgaro. SDB



Lecturas del día:
Libro de Amós 8,4-7. Salmo 113(112),1-2.4-6.7-8. Primera Carta de San Pablo a Timoteo 2,1-8.

Evangelio según San Lucas 16,1-13.

Jesús decía a sus discípulos:
"Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes.
Lo llamó y le dijo: '¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto'.
El administrador pensó entonces: '¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza.
¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!'.
Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: '¿Cuánto debes a mi señor?'.
'Veinte barriles de aceite', le respondió. El administrador le dijo: 'Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez'.
Después preguntó a otro: 'Y tú, ¿cuánto debes?'. 'Cuatrocientos quintales de trigo', le respondió. El administrador le dijo: 'Toma tu recibo y anota trescientos'.
Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz."
Pero yo les digo: Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que este les falte, ellos los reciban en las moradas eternas.
El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho.
Si ustedes no son fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién les confiará el verdadero bien?
Y si no son fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes?
Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero".

Homilía por el Pbro. Mauricio Calgaro. SDB

Queridos amigos y amigas,

Jesús hoy nos pone frente a una elección clara: no se puede servir a dos señores. O servimos a Dios, o terminamos sirviendo al dinero. Y sabemos bien que el dinero es buen servidor, pero pésimo dueño.

La parábola de este domingo puede sonar rara. Un administrador al que descubren en falta, que no quiere trabajar la tierra ni pedir limosna… y que se las ingenia para ganarse amigos entre los deudores de su patrón. Y lo sorprendente es que el dueño lo felicita. No por lo deshonesto, sino por lo astuto. Porque supo reaccionar en un momento límite. La pregunta es: ¿qué nos quiere decir Jesús con esto?

Podemos subrayar tres cosas:

1. Los bienes son un medio, no un fin.

En tiempos de Jesús, esta parábola era una llamada a decidirse sin demora, porque el Reino de Dios estaba llegando. En la redacción de Lucas, se convierte en una exhortación/invitación para que seamos administradores prudentes de los bienes que recibimos. Compartir no es perder: es preparar un tesoro que nadie nos podrá quitar. Decidirnos aquí y ahora es una urgencia, porque el Reino y los pobres no pueden esperar.

2. Todo lo que tenemos es un don.

Nada es plenamente nuestro. La vida, los dones, las cosas materiales: todo es préstamo de Dios. El verdadero sentido de lo que poseemos está en compartirlo. Por eso Lucas insiste: los ricos buenos son aquellos que saben abrir la mano, como Zaqueo, que al encontrarse con Jesús decidió repartir sus bienes. Podemos recordarlo también en palabras de una canción de nuestro folclore: “La vida me han prestado y tengo que devolverla cuando el Creador me llame para la entrega”.

3. La decisión es personal y urgente.

El administrador se preguntaba: “¿Qué haré?”. Esa misma pregunta nos la dirige hoy el Evangelio: ¿qué hago yo con lo que tengo, con lo que soy, con mi tiempo, con mis dones? ¿Me encierro en el egoísmo, o los pongo al servicio de los demás? Son preguntas que este domingo pueden ayudarnos a repensar nuestro discipulado. Recordemos lo que Jesús nos dice en Mateo 25: “Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber…”. Ese será siempre el criterio de discernimiento.

Hermanos y hermanas, Jesús nos pide elegir: ¿a quién servimos? El dinero promete seguridad, pero esclaviza. Dios, en cambio, nos invita a una libertad que se expresa en el amor, en la solidaridad y en el servicio.

Francisco nos recuerda:

“El dinero sirve, pero el amor a él esclaviza. El dinero sirve para llevar adelante muchas cosas buenas, para sostener la familia, para sostener a los hijos, pero si tú amas al dinero, el dinero te destruye. El dinero sirve, y mucho, pero no se debe amar. Se debe amar a Dios. La codicia, sin embargo, corrompe” (Homilía en Santa Marta, 20 de septiembre de 2013).

Queridos hermanos y hermanas, pidamos al Señor que nos regale un corazón libre: libre de la codicia, libre de la esclavitud del dinero, y abierto al servicio generoso. Que nuestra vida sea administrada con esa astucia del Evangelio, pero puesta al servicio de la solidaridad, de la justicia y de la fraternidad.

Amén.


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domingo, 14 de septiembre de 2025

Meditamos el Evangelio de este Domingo con Fray Josué González Rivera OP


Lecturas del día: Libro de los Números 21,4b-9. Salmo 78(77),1-2.34-35.36-37.38. Carta de San Pablo a los Filipenses 2,6-11.

Evangelio según San Juan 3,13-17.

Jesús dijo a Nicodemo:
«Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo.
De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto,
para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.»

Homilía por fray Josué González Rivera OP.

“Si encontré misericordia, fue para que Jesucristo demostrara en mí toda su paciencia”

Queridos hermanos, en nuestra vida, marcada por decisiones grandes y pequeñas, solemos enfrentarnos a la fragilidad de nuestros propios límites. Cometemos errores, tropezamos, nos dejamos llevar por el egoísmo o el orgullo. Pero en medio de esa experiencia humana tan común, descubrimos también que la vida nos abre caminos: algunos buenos, otros menos buenos; a veces incluso dos opciones valiosas que nos generan incertidumbre. En esos momentos decisivos se forja nuestra identidad y se define lo que llegaremos a ser.

Y sin embargo, aun cuando hemos elegido mal, cuando reconocemos nuestras fallas o hemos caído en el pecado, Dios no nos deja abandonados. Él, con entrañas de misericordia, extiende siempre su mano para levantarnos. Nos ofrece la gracia de recomenzar, de iniciar un proceso de conversión que no es un simple cambio externo, sino una transformación interior que nos capacita para decidir con mayor libertad y según su voluntad.

Las lecturas de este domingo nos invitan a reflexionar sobre cómo el pueblo de Dios fue comprendiendo progresivamente quién es Él. En el Antiguo Testamento encontramos, a veces, un rostro de Dios que parece más cercano al juez severo, pronto a castigar y a imponer justicia. Pero, gracias a la revelación definitiva de Jesucristo, descubrimos que esa no es toda la verdad de Dios. No es que Él haya cambiado, sino que nuestra comprensión se ha purificado.

Dios ciertamente rechaza el mal, pero su justicia nunca se separa de la misericordia. Jesús nos lo revela con su vida: el Padre no se complace en condenar, sino en buscar al perdido, en sanar al herido, en reconciliar al pecador. Cuando nos alejamos de Él, no es que su castigo nos caiga encima arbitrariamente; más bien, es el dolor de nuestro propio rechazo al Bien supremo y a la Belleza absoluta lo que experimentamos como juicio.

San Pablo nos da testimonio personal de esta verdad. Él mismo, perseguidor de la Iglesia, experimentó el poder transformador del perdón. Descubrió que la gracia de Dios no solo perdona, sino que renueva y reorienta la vida hacia un horizonte distinto. En su experiencia vemos cómo Dios no se cansa de llamar, incluso cuando hemos cerrado los oídos a su voz.

Por eso, hermanos, estamos invitados a dejar atrás las imágenes falsas de Dios: aquellas que lo presentan como un juez implacable que solo busca castigar; aquellas que provocan división, que infunden miedo o desesperanza. El verdadero Dios es el que nos sale al encuentro en Cristo, el que se compadece de nuestra debilidad, el que nos abre siempre la posibilidad de reconciliación por iniciativa suya como el pastor, la mujer o el padre del Evangelio.

Si hemos recibido este amor, estamos llamados a ser sus testigos en el mundo. No basta con experimentar la misericordia de Dios; debemos encarnarla en nuestras relaciones cotidianas. Eso significa aprender a perdonar, a reconciliarnos, a tender puentes incluso con quienes nos han hecho daño. El cristiano que ha recibido misericordia está llamado a convertirse en un signo vivo de esa misma misericordia.

Pidamos, pues, al Señor, que nos conceda la gracia de vivir con un corazón abierto: que sepamos acoger su perdón, caminar en la justicia y avanzar en la conversión. Que Él nos fortalezca para ser instrumentos de unidad, de paz y de vida nueva, en medio de un mundo que tanto necesita reconciliación.


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