sábado, 18 de octubre de 2025

Meditamos el Evangelio de este Domingo con el Pbro. Mauricio Calgaro. SDB


Lecturas del día: Libro del Éxodo 17,8-13. Salmo 121(120),1-2.3-4.5-6.7-8. Segunda Carta de San Pablo a Timoteo 3,14-17.4,1-2.

Evangelio según San Lucas 18,1-8.

Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse:
"En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres;
y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: 'Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario'.
Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: 'Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme'".
Y el Señor dijo: "Oigan lo que dijo este juez injusto.
Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar?
Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?".

Homilía por el Pbro. Mauricio Calgaro. SDB

En el Evangelio de este domingo, Jesús nos regala una parábola muy humana, que nos ayuda a repensar nuestra oración de cada día. Nos presenta la historia de un juez y una viuda.

El juez es un hombre duro, indiferente. No teme a Dios ni le importan los demás. Solo se mueve por cansancio, por interés, o simplemente porque quiere cumplir con la ley a secas. Podemos decir que representa esas estructuras frías que a veces parecen no escuchar el clamor de los pequeños, de los últimos, de los olvidados.

Y está la viuda. En Israel, una mujer sin marido quedaba muy sola: sin derechos, sin herencia, sin protección. Era símbolo de los pobres, de los que no tienen a quién acudir. Pero esta mujer no se resigna. Va una y otra vez ante el juez, insistiendo: “Hazme justicia”. Jesús pone su mirada en esa insistencia, en esa fe que no baja los brazos. Con su ejemplo, la viuda nos enseña lo que es rezar: no rendirse, confiar, insistir con el corazón.

Dios no es como el juez injusto. Él siempre escucha. A veces puede parecernos que tarda, pero su justicia llega. Lo que nos pide es fe: una fe que no se cansa, una fe que espera incluso cuando parece que nada cambia.

La parábola habla, sobre todo, de la oración de quienes claman por justicia. En el mundo hay tantas personas desamparadas que elevan su voz al cielo: pobres, perseguidos, migrantes, enfermos, víctimas del abandono… Podemos hacer nuestra la oración del salmo de este domingo, confiando sus vidas a Dios: “El Señor es tu guardián, es la sombra protectora a tu derecha. De día no te dañará el sol, ni la luna de noche.”

Jesús termina con una pregunta que atraviesa el corazón: “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?” Podríamos traducirlo así: ¿encontrará corazones que sigan confiando, orando, creyendo que el bien vence al mal?

Queridos hermanos y hermanas, pidamos hoy al Señor el don de la perseverancia en nuestra vida de oración. Que no nos cansemos de rezar, incluso cuando parece que no hay respuesta. Porque la oración no cambia solo las cosas: también nos cambia a nosotros, ablanda el corazón, nos vuelve más pacientes, más fraternos, más disponibles para amar. Francisco nos decía: “La oración es un impulso, es una invocación que va más allá de nosotros mismos: algo que nace en lo más profundo de nuestra persona y llega, porque siente la nostalgia de un encuentro. Esa nostalgia que es más que una necesidad, más que una necesidad: es un camino. La oración es la voz de un "yo" que va a tientas, que procede a tientas, en busca de un "tú". El encuentro entre el "yo" y el "tú" no se puede hacer con calculadoras: es un encuentro humano y muchas veces procedemos a tientas para encontrar el "tú" que mi "yo" está buscando”.

Y en este día en que damos gracias por las madres, recordemos a Santa Mónica, que rezó sin desanimarse por su hijo Agustín, hasta verlo convertido en santo y pastor. Que ella nos enseñe a confiar, a esperar, a orar con fe sencilla y perseverante, sabiendo que Dios nunca deja sin fruto una lágrima ni una oración.


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