En aquél tiempo Jesús dijo a sus discípulos: Como en los
días de Noé, así será la venida del Hijo del hombre. Así como pasó en los días
que precedieron al diluvio, que la gente comía, bebía y se casaba, hasta el día
en que entró Noé en el arca; y no se dieron cuenta de nada, hasta que sobrevino
el cataclismo y los arrastró a todos, así será también el Adviento del Hijo del
hombre. Entonces habrá dos hombres en el campo: uno será tomado y uno
abandonado; dos mujeres estarán moliendo con la muela, una será tomada y una
abandonada. Vigilen, pues, porque no saben qué día viene su Señor. Sepan esto:
si el amo de casa supiera a qué hora de la noche viene el ladrón, vigilaría y
no dejaría abrir un boquete en su casa. Por eso, también ustedes estén
preparados, porque a la hora menos pensada viene el Hijo del hombre (Mt 24,
37-44).
Contemplación
La contemplación al comienzo del Adviento es muy simple.
Se basa en una verdad que a veces se nos tapa, y es ésta: si Jesús dice que
vendrá, entonces es que hay una puerta abierta.
Si vino una vez, si viene a consolarnos cada día mientras
vamos de camino por la vida, si vendrá trayendo consigo el último día,
significa que tenemos que mirar hacia allí donde la realidad es una puerta
abierta.
Como cuando uno espera la salida del sol y concentra la
mirada allí donde el cielo irradia ese esplendor de luz primero blanca y luego
amarillo como oro fundido.
El libro del Génesis nos regala la primera imagen de la
creación como la de la luz que se abre espacio en medio del caos y las oscuras
tinieblas. Dijo Dios: Haya Luz. Y la luz se hizo” (Gn 1. 2-3). Las cosas son lo
que son, pero tienen un lugar abierto en sí para dar a luz algo mejor. Las
estrellas son estrellas desde hace quince mil millones de años –cada una con
sus planetas y asteroides girando alrededor- y lo siguen siendo, pero en
nuestro planeta, hace 2.700 millones de años, surgió algo totalmente nuevo: se
abrió paso la vida fotosintética de las plantas marinas. Las plantas siguen
siendo plantas desde entonces, pero en ellas –en su estructura íntima- hubo
espacio para que se abriera paso la vida animal. Los animales siguen siendo
animales desde entonces, pero en su estructura íntima hubo espacio abierto para
que hace menos de dos millones de años, adviniéramos nosotros, los hombres: la
vida autoconsciente y libre, la vida espiritual. Los hombres seguimos siendo animales racionales, cosa que
una cultura que se dice agnóstica, se empeña en querer demostrar… Como si no
bastara con ver en el noticiero las noticias sobre Mosul o estudiar nuestros
propios comportamientos egoístas, para darnos cuenta de que somos eso, simples
animales, a los que la razón nos permite “salirnos de los límites” y
experimentar sobre nuestra propia vida y, lo que es muchas veces muy triste,
sobre la vida de los demás.
Es importante esta verdad: que si no nos abrimos a ese
“algo más”, que hizo que surgiéramos desde el interior de las otras especies, y
damos a luz “algo mejor”, no sólo somos “simples animales racionales”, sino que
nos convertimos en algo negativo. La racionalidad, cuando no se abre al
corazón, se enfría y, paradójicamente, esto hace que nuestras pasiones animales
pierdan sus límites naturales y enloquezcan.
¿Qué sino paranoia es esa violencia que convierte la
lucha natural por un pedazo de carne, propia de un lobo tanto como de una
gaviota, en la fabricación y venta organizada a escala mundial de armas de todo
tipo, incluso químicas, que bombardea poblados indefensos y hace explotar
bombas humanas en aeropuertos? ¿Qué sino exacerbación
frenética es una sexualidad que
convierte la expresión del amor y la fecundidad en una industria de pornografía
y recurre a la trata de personas –incluso niños y niñas- para alimentarla? ¿Qué
sino delirio es una industria que produce
cosméticos con carne humana y deja que se pudran toneladas de alimento mientras
millones de personas padecen hambre y los niños nacen y viven desnutridos? Paranoia,
exacerbación frenética, delirio… El mal, antes que problema moral, es locura
que sólo la razón y una obcecada libertad pueden sostener.
Cuando cerramos la puerta a esta apertura que es
constitutiva de toda realidad, no solo nos apartamos de Dios, sino que
engendramos en nuestro interior algo peor que un simple “animal racional”. Le
abrimos la puerta a la locura del mal.
Lo que narra el Génesis en el relato del Diluvio no es
simple pasado, sigue siendo actual: “Vio Dios que la maldad del hombre cundía
en la tierra, y que todos los pensamientos que ideaba su corazón eran puro mal
de continuo”. Esto hizo que le pesara “a Dios haber creado al hombre en la
tierra y se indignó su corazón” (Gn 6, 5-6).
La imagen de Noé
construyendo el Arca, es la imagen que contrasta con toda esta locura. Aunque
parezca poca cosa: “Basta un hombre bueno para que haya esperanza” dice de él Laudato Si (71).