Lecturas del día: Libro de Isaías 6,1-2a.3-8. Salmo 138(137),1-2a.2bc-3.4-5.7c-8. Carta I de San Pablo a los Corintios 15,1-11.
Evangelio según San Lucas 5,1-11.
En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: "Navega mar adentro, y echen las redes". Simón le respondió: "Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes".
Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: "Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador". El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: "No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres".
Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron.
Homilía por Fray Josué González Rivera OP
“ABANDONÁNDOLO TODO, LO SIGUIERON”
En este domingo, escuchamos textos que nos hablan de la vocación, es decir, de la experiencia de varones que sintieron en su vida una llamada de parte de Dios para colaborar de modo especial en la labor profética o apostólica. Aunque estos textos pueden profundizarse en una reflexión dirigida a quienes hoy en día sienten una llamada especial para ejercer un ministerio dentro de la Iglesia, como clérigos o consagrados, recordemos que cada cristiano, antes de tener una vocación específica, es convocado a participar de la vocación universal de la Iglesia: la santidad. Por ello, no debemos sentirnos ajenos a este llamado de Dios, que nos invita a seguirle. Tú y yo somos llamados por el mismo Dios que llamó a aquellos hombres, para vivir junto a Él y compartir su Palabra con quienes lo desconocen o lo ignoran.
Isaías, Pablo y Pedro nos dan testimonio de su encuentro con Dios, una experiencia que marcó sus vidas y los llevó a vivir de manera distinta y renovada. En los tres textos de hoy encontramos un “esquema” que nos orienta a escuchar esta llamada y a reflexionar sobre cómo podemos asumirla también nosotros y renovar nuestro propio encuentro con el Señor.
En primer lugar, notemos que hay un encuentro con Dios: Isaías tiene la visión de la corte celestial, Pablo señala que se le apareció el Resucitado, y Pedro fue elegido para que Jesús subiera a su barca. Todas estas son experiencias personales de Dios. Vale la pena preguntarnos: ¿dónde o cómo nos hemos encontrado con Él? Ya sea en un retiro, en la oración, en la liturgia, en el apostolado o en una situación particular, recordemos que Él toma la iniciativa y, si estamos dispuestos, podremos experimentarlo. En estos encuentros, podemos percatarnos de lo grande y maravilloso de su amor, pero también sentirnos indignos. Eso le ocurrió a Isaías, quien se sintió impuro; a Pablo, quien se reconoció como un aborto, es decir, con una vida limitada; y a Pedro, quien se confesó pecador. Es comprensible que, al ponernos frente a la suprema bondad de Dios, nos avergüence y duela nuestra propia maldad. Sin embargo, como dije antes, la iniciativa es de Él, y está dispuesto a ayudarnos a salir de ese estado indigno y limitado.
Un segundo momento de la vocación es la manifestación de la Gracia de Dios, un regalo gratuito y amoroso que purifica y vitaliza. Tanto el profeta como los apóstoles son perdonados y sanados. Ahora me pregunto: ¿cómo recibo y cuido la Gracia de Dios en mi vida? Sabemos que los sacramentos son el lugar privilegiado para recibir esta Gracia; por ello, debemos cuidar nuestra participación cotidiana en ellos y abrir nuestra vida para que Él se haga presente con ese regalo maravilloso, que es su misma presencia. Además, al estar en la celebración del Año Santo, la Iglesia nos invita a participar de este jubileo con las gracias e indulgencias especiales que podemos recibir durante este tiempo. He aquí otra oportunidad para vivir estos dones que Dios nos concede. La Gracia de Dios no nos deja indiferentes, como tampoco dejó indiferentes a los tres varones que escuchamos en las lecturas de este domingo. Su presencia y su Espíritu en nosotros nos conceden sabiduría, fortaleza, piedad, es decir, todos los dones que necesitamos para vivir de manera más plena.
Finalmente, todo esto culmina en una invitación de parte de Dios a mantener una relación cercana y estrecha con Él. Como mencioné al inicio, no debemos pensar que esto es solo para seminaristas y monjas, sino para todo cristiano, sin importar sus condiciones particulares. Al vivir un encuentro con Dios y abrirnos a su Gracia, somos convocados a seguirle. El profeta se siente impulsado por esta experiencia y exclama: “¡Envíame a mí!”. Los apóstoles escuchan la voz de Jesús que les dice: “¡Sígueme!”. En el día a día, en cada vocación y estilo de vida particular—ya sea en la vida consagrada o el matrimonio, la juventud o la ancianidad—cada uno puede descubrir que Dios, especialmente por medio de Jesús, le llama a seguirle, a ir detrás de Él, a dejarlo todo y a confiar en lo que nos quiere regalar y conceder. Si respondemos que sí a esta llamada, compartamos esta experiencia de Dios siendo buenos, caritativos y fieles a su Palabra. Y recordemos que no lo hacemos solos, sino acompañados por Él mismo y por la Iglesia, constituida como comunidad de fieles discípulos-misioneros, seguidores del Señor que comparten la llamada a la santidad, es decir, la vocación a la bienaventuranza, con la cual echamos las redes al mar.
Todo esto es un acontecimiento vital, una experiencia trascendente. No se trata de una serie de pasos que podamos calendarizar y cumplir de forma precisa. Cada uno puede reflexionar en qué momentos de su vida ha experimentado algo así y también pedirle al Señor que le revitalice. Como su amor nunca se agota y Él hace nuevas todas las cosas, podemos renovar nuestro encuentro con Él o pedirle que nos lo conceda por primera vez. Lo importante es disponernos a vivir una experiencia de Dios en nuestras vidas, recibiendo su presencia transformadora que nos invita a seguirle día a día abandonando todo lo que nos limite.
Bendiciones.
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