sábado, 12 de julio de 2025

Meditamos el Evangelio de este Domingo con Fray Josué González Rivera OP



Lectura del día: Deuteronomio 30,10-14. Salmo 69(68),14.17.30-31.33-34.36.37. Carta de San Pablo a los Colosenses 1,15-20.

Evangelio según San Lucas 10,25-37.

Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?".

Jesús le preguntó a su vez: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?". Él le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo".

"Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida".

Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?".

Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: "Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto.

Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo.También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino.Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió.

Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo.

Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: 'Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver'.

¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?". "El que tuvo compasión de él", le respondió el doctor. Y Jesús le dijo: "Ve, y procede tú de la misma manera".

Homilía por Fray Josué González Rivera OP:

“Ve y haz tú lo mismo”

Queridos hermanos, ¿cuáles son las problemáticas y divisiones que enfrentamos hoy en día? Las vemos en múltiples ámbitos: políticos, económicos, culturales, religiosos, incluso deportivos. No cabe duda de que vivimos en una época marcada por la fragmentación, cada vez más radical. Esta realidad no es ajena a ninguno de nosotros; la diversidad de ideas y opiniones, que en principio debería enriquecernos, muchas veces se convierte en motivo de conflicto y separación. Nosotros mismos podemos caer en una impaciencia e intolerancia hacia quienes piensan de manera distinta.

Este problema tiene diversos matices, pero muchos coinciden en que es necesario advertir parte de su origen en cierto uso de las redes sociales. Estas plataformas, si no se usan con discernimiento, pueden encerrarnos en verdaderas “burbujas informativas”, donde solo accedemos a contenidos que refuerzan nuestros propios puntos de vista, alimentan prejuicios y dificultan el diálogo sincero. Así, nos vemos fácilmente arrastrados a discusiones intensas e interminables, que lejos de construir, desgastan y dividen, sin conducirnos a ninguna parte. Me preocupa especialmente constatar cómo se radicalizan muchas opiniones en estos espacios digitales. La despersonalización que permite el anonimato o la distancia virtual debilita el respeto mutuo y el sentido del otro como persona. En lugar de un intercambio sereno y orientado a la verdad, asistimos a una proliferación de insultos, descalificaciones y ataques que empobrecen el debate y nos alejan del auténtico encuentro humano.

Lamentablemente, esta situación no se limita al plano social de lo que vemos en las noticias. También afecta nuestras relaciones más cercanas: en nuestras propias familias, con nuestros conocidos y en nuestras comunidades se pueden hacer evidentes la incomprensión y el distanciamiento, fruto de visiones divergentes sobre diversos aspectos de la vida.

He querido comenzar con esta mirada parcial de la realidad porque el Evangelio de este domingo me inspira a considerar una opción radicalmente distinta frente a estas lógicas de fragmentación y división. La Palabra de Dios, que siempre es viva y eficaz, nos invita a contemplar una parábola profundamente provocativa sobre la misericordia.

En la primera parte del Evangelio, un doctor de la ley “quiere poner a prueba a Jesús” y recita el mandamiento del amor a Dios y al prójimo. Parece tener claro cómo se debe amar a Dios, pero no tiene tan claro quién es su prójimo; es decir, ¿a quién se debe amar realmente?

Para responder a esta pregunta, Jesús narra una parábola que puede dividirse en tres momentos, los cuales constituyen una auténtica invitación a vivir la misericordia:

1) Encontrarse con la realidad: La maldad en el mundo despoja a un hombre (probablemente judío), que es asaltado, tirado y dejado “medio muerto”. Los Padres de la Iglesia interpretaron que esta figura representa a la humanidad, abatida por las obras de “los ángeles de la noche y las tinieblas”, y por su propio pecado, quedando sin fuerzas para levantarse. A continuación, pasan junto al herido un sacerdote y un levita. Lo ven, pero no se detienen; pasan de largo. Ellos representan el tiempo de la Ley y los Profetas, que, si bien advierten la situación, no actúan. No necesariamente lo hacen por maldad, sino, quizá porque aún no están en condiciones de ofrecer una ayuda efectiva.

2) Cargar con la realidad: El que se detiene y ayuda es un samaritano. Algo que para los oyentes judíos habría sido escandaloso, pues, imaginemos a alguien de un grupo social o ideológico totalmente opuesto a nuestras creencias. Pues bien, una persona “no grata” es la que Jesús pone como ejemplo. Para los judíos, el samaritano era un impío, un traidor religioso, perteneciente al antiguo reino del norte que se apartó de la alianza. Y, sin embargo, ese “enemigo” es quien se conmueve, se acerca, cura al herido y le cede su lugar, sacrificando su propia comodidad. ¿Quién sino Jesús actúa así? Él, Dios hecho hombre, es el verdadero Buen Samaritano, quien “quiso reconciliar consigo todo lo que existe en la tierra y en el cielo, restableciendo la paz por la sangre de su cruz”, cómo dice san Pablo. Solo Cristo puede asumir con radicalidad la realidad del sufrimiento humano y cargarla sobre sí, traspasando los límites de lo razonable.

3) Encargarse de la realidad: Dios no solo cura, sino que también garantiza un futuro para quien ha sido salvado. El samaritano deja cubiertos los gastos en el albergue y asegura su cuidado. Los Padres de la Iglesia identificaron este albergue con la Iglesia, que tiene la misión de continuar la obra del samaritano: sanar, cuidar, acompañar. No lo hace con recursos propios, sino con los dones dejados por el Señor antes de su partida. Las interpretaciones simbólicas son muchas: los denarios pueden representar al Espíritu Santo, la caridad a Dios y al prójimo, los dos Testamentos, entre otros. Pero todas convergen en una verdad fundamental: no hay una real ausencia de Dios, sino una presencia distinta, que sigue actuando a través de su Iglesia, invitándonos a una solidaridad concreta y efectiva con el prójimo.

Con estas ideas podemos iluminar la realidad, sobre todo lo primero que compartía. El mensaje del Evangelio no se detiene en una contemplación pasiva ni en la simple interpretación simbólica. Cuando el doctor de la ley reconoce que el samaritano actuó como prójimo, Jesús concluye con una exhortación clara y directa: “Ve y haz tú lo mismo”. Esta invitación no es solo un consejo moral; es una llamada a asumir el estilo de vida de Cristo, a encarnar su compasión, su cercanía y su valentía en nuestras propias realidades cotidianas. Frente a las divisiones que hemos señalado al comienzo, la respuesta cristiana no puede ser la indiferencia ni el aislamiento. El actuar evangélico no consiste en elegir a quien amar, sino en que nosotros nos hacernos prójimos de los otros: no preguntarnos solo quién merece ser amado, sino a quién puedo acercarme para amar y servir.

Ser prójimo es una decisión, una actitud activa y comprometida, no una mera circunstancia geográfica o afectiva. La parábola nos enseña que el verdadero prójimo es el que se aproxima con entrañas de misericordia. Por eso, el Papa Francisco recurría con frecuencia a este texto, porque nos enseña a cultivar una espiritualidad del encuentro: reconocernos heridos y salvados a nosotros mismos, y mirar al otro no como una amenaza, sino como un hermano que me interpela; salir de nuestra comodidad para cargar con las heridas ajenas; y dejar que el amor de Cristo, ya presente en la Iglesia, se haga visible en nuestras acciones concretas.

Hoy más que nunca, la comunidad cristiana está llamada a ser ese "albergue" que acoge y cuida, que no excluye, sino que acompaña con ternura y firmeza evangélica, dejando de promover más fragmentación. Cada uno de nosotros puede colaborar en esta misión: en la familia, en el trabajo, en la vida pública, y también en el espacio digital, siendo sembradores de reconciliación, constructores de comunión y testigos de una misericordia que no discrimina ni se cansa. El actuar cristiano no es fruto de un idealismo ingenuo, sino de una experiencia transformadora con el Buen Samaritano que, habiéndonos sanado, ahora nos envía a ayudar a sanar. Que el Señor renueve en nosotros la fuerza para ir y hacer lo mismo, para ser samaritanos con rostro de Cristo en medio de un mundo herido.


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jueves, 10 de julio de 2025

Formación en el discernimiento


Te invitamos a conocer más sobre la formación en el discernimiento. Este mes, el Papa León XIV nos invita a orar por un tema profundo y necesario: la formación en el discernimiento.

Una propuesta que, lejos de ser simple, nos abre a un mundo de preguntas, búsquedas y decisiones interiores. Desde Vivamos Juntos la Fe, queremos acompañarte a descubrir que significa discernir, y por qué este camino puede transformar nuestra forma de vivir la fe con libertad, autenticidad y sentido.

“Discernir” no es una palabra que suela formar parte de nuestro vocabulario cotidiano. Sin embargo, en la tradición espiritual cristiana, y especialmente en la espiritualidad ignaciana, tiene un peso enorme. Según la Real Academia Española, discernir es “distinguir algo de otra cosa, señalando la diferencia entre ellas. Comúnmente se refiere a operaciones del ánimo”. Aunque para los cristianos, y particularmente para quienes siguen las enseñanzas de San Ignacio de Loyola, discernir es mucho más que elegir entre opciones. 

El discernimiento implica escuchar, con atención y humildad, lo que Dios quiere decirnos en lo profundo del corazón. Se trata de elegir entre varias posibilidades, muchas veces todas aparentemente buenas, pero buscando siempre aquella que más nos lleva a vivir según el Evangelio, a amar más, a servir mejor y a ser más libres.

No se trata de elegir entre el bien y el mal, eso ya está claro, sino de descubrir entre varios bienes cuál es el que más se ajusta a la voluntad de Dios para mí en este momento. Por eso, discernir es mucho más que una estrategia de toma de decisiones: es una actitud espiritual, una apertura radical a Dios que actúa en nuestra historia. San Ignacio decía que Dios “trata directamente con la criatura humana”. Esto significa que Dios nos habla personal e íntimamente, nos guía y nos mueve interiormente a través de deseos, sentimientos, emociones, pensamientos, consuelos y desolaciones. En el discernimiento aprendemos a leer estos movimientos del alma, lo que él llamaba “las mociones del espíritu”, para descubrir la voz de Dios en medio de nuestras circunstancias concretas.

El discernimiento es un arte que se aprende. No es automático. Por eso hablamos de “formación en el discernimiento”. Y el camino por excelencia que la Iglesia y los jesuitas ofrecen para crecer en esta capacidad son los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Lejos de ser un simple libro, los Ejercicios son una experiencia viva. Son un proceso de oración, silencio, meditación y acompañamiento que tiene como fin ayudar a la persona a ordenar su vida según Dios. El propio San Ignacio afirmaba que los Ejercicios no se leen: se hacen, se viven, se rezan. Solo así podemos entrar en contacto con ese Dios que quiere hablarnos, guiarnos y darnos la libertad interior necesaria para elegir lo que más nos lleva a Él.

Discernir es, finalmente, aprender a elegir no solo lo que parece bueno, sino lo que es mejor según la mirada amorosa de Dios sobre nuestra vida, aquello que Dios dispuso para nuestra felicidad y libertad. Esa es la clave del discernimiento cristiano: no se trata simplemente de tomar decisiones, sino de buscar en todo la mayor gloria de Dios y el mayor bien de nuestras almas.

Al hacer los Ejercicios Espirituales, la persona aprende a afinar su sensibilidad espiritual, desarrollando una escucha interior que le permite reconocer más claramente la voz de Dios en medio de la vida cotidiana. Así como uno aprende a distinguir sonidos o sabores, también el alma se ejercita para discernir los movimientos del Espíritu. Esto exige disponibilidad, escucha, tiempo y una disposición a dejar que Dios sea el centro. En palabras de Ignacio, se trata de ser “contemplativos en la acción”, capaces de encontrar a Dios en todas las cosas y de elegir según Su querer.

Ahora que se acercan las vacaciones y quizás tengamos más tiempo libre, ¿por qué no buscar espacios para encontrarnos con Dios? 

Te animamos a regalarte unos días de silencio, de retiro, de oración. Si en tu parroquia o comunidad se ofrecen Ejercicios Espirituales, no lo dudes: son una oportunidad privilegiada para aprender a discernir y dejarte conducir por el Espíritu.





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sábado, 5 de julio de 2025

Meditamos el Evangelio de este Domingo con Pbro. Diego Olivera


Lecturas del día: Isaίas 66, 10-14 – Salmo 65 - Gálatas 6, 14-18

Evangelio según San Lucas 10, 1-12. 17-20

En aquel tiempo, Jesús designó a otros setenta y dos discípulos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir, y les dijo: “La cosecha es mucha y los trabajadores pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos. Pónganse en camino; yo los envío como corderos en medio de lobos. No lleven ni dinero, ni morral, ni sandalias y no se detengan a saludar a nadie por el camino. Cuando entren en una casa digan: ‘Que la paz reine en esta casa’. Y si allí hay gente amante de la paz, el deseo de paz de ustedes se cumplirá; si no, no se cumplirá. Quédense en esa casa. Coman y beban de lo que tengan, porque el trabajador tiene derecho a su salario. No anden de casa en casa. En cualquier ciudad donde entren y los reciban, coman lo que les den. Curen a los enfermos que haya y díganles: ‘Ya se acerca a ustedes el Reino de Dios’. Pero si entran en una ciudad y no los reciben, salgan por las calles y digan: ‘Hasta el polvo de esta ciudad, que se nos ha pegado a los pies nos lo sacudimos, en señal de protesta contra ustedes. De todos modos, sepan que el Reino de Dios está cerca’. Yo les digo que en el día del juicio, Sodoma será tratada con menos rigor que esa ciudad”. Los setenta y dos discípulos regresaron llenos de alegría y le dijeron a Jesús: “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre”. Él les contestó: “Vi a Satanás caer del cielo como el rayo. A ustedes les he dado poder para aplastar serpientes y escorpiones y para vencer toda la fuerza del enemigo, y nada les podrá hacer daño. Pero no se alegren de que los demonios se les someten. Alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo”.

Homilía del Pbro Diego Olivera

En las lecturas de este domingo encontramos la alegría como una característica transversal que encontramos en la primera oración de la primera lectura y se extiende a lo largo de todas las lecturas hasta la última oración del Evangelio. Podríamos preguntarnos ¿Qué es la alegría?

El diccionario de la real academia española define a la alegría como “un sentimiento grato y vivo que suele manifestarse con signos exteriores”. Si hablamos de sentimientos y de manifestaciones se pone en juego nuestra interioridad y nuestra exterioridad, podríamos decir que todo nuestro ser se pone en juego con este sentimiento. Cuando una persona se pasa en copas, decimos: “está alegre” porque internamente el exceso de alcohol nos desinhibe y externamente se traduce en comportamientos eufóricos.

Ahora los invito a descubrir que es la Alegría en términos bíblicos y desde una mirada de fe:

Para Isaías, la alegría es la paz en Jerusalén, la restauración después de un tiempo de luto. Después del destierro, vuelve la alegría a Jerusalén porque Dios se compromete a engendrar un nuevo pueblo donde reine la justicia y la paz: “Como niños serán llevados en el regazo y acariciados sobre sus rodillas; como un hijo a quien su madre consuela, así los consolaré yo”. Con esta afirmación de la primera lectura, el autor expresa con gestos maternos, sin lugar a dudas, su propia experiencia tan intima con Dios y nos invita a experimentar la misma “maternidad de Dios”, que brota de la santísima trinidad para con todos  nosotros, sus hijos. En este texto se repite la palabra alegría y gozo, nunca olvidemos que la voluntad misma de Dios es la felicidad de sus hijos.

El salmo nos indica cual es la gran fuente de alegría al afirmar: “Alegrémonos en él…” 

La gran fuente de Alegría es Cristo. Al finalizar la plegaría eucarística (en la doxología) los sacerdotes decimos: “Por Cristo, con Él y en Él, a ti, Dios Padre omnipotente…” en italiano: “Per Cristo, con Cristo e in Cristo, a te, Dio Padre omnipotente…” esta triple mención de Cristo creo que nos puede ayudar a profundizar en la fuente de nuestra Alegría: Nos alegramos por Cristo, es decir, por su obra de salvación para con nosotros. Nos alegramos con Cristo, es decir, junto a él que camina a nuestro lado. Nos alegramos en Cristo, es decir, en una intima relación con él, que habita en nosotros.

En la segunda lectura, San Pablo expresa que la fuente de la Alegría es la cruz de Cristo: “Hermanos: No permita Dios que yo me gloríe en algo que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo…” -La cruz, aquello que antes de su conversión era una vergüenza, como para cualquier judío, se convierte en el signo de identidad del verdadero mensaje cristiano. Los cristianos debemos gloriarnos en esa cruz, que no es la cruz del sacrificio sin sentido, sino el gran gesto del amor consumado. Pablo no puede permitir que se oculte o se disimule la cruz del evangelio. Es más, la cruz se hace evangelio, se hace buena noticia, se hace agradable noticia, porque en ella triunfa el amor sobre el odio, la libertad sobre las esclavitudes - Fray Miguel de Burgos Núñez

Podríamos preguntarnos: ¿Por qué a veces no nos bancamos la cruz? Pongamos la mirada en Cristo, como cristianos estamos llamados a ser como Él. Y para ser como él, es necesario bancarse la Cruz. A Jesús le hubiera gustado atravesar el momento de la cruz en cinco minutos y estuvo horas arriba de la cruz. A la Virgen María, le hubiera gustado que rápido sucediera la Resurrección y estuvo días esperándola. Entonces, hay que bancarse los momentos de cruz para gozar de la Resurrección. No solos, sino en comunidad: María, el discípulo amado, María Magdalena, María la mujer de Cleofás y muchos más se sostuvieron mutuamente.

En el evangelio de hoy se relata la misión de los discípulos, como camino de arduo trabajo, de desprendimiento de las seguridades materiales, de riesgos y rechazos (cruces); un camino donde triunfa la Alegría, no por meritos o éxitos humanos sino porque el Reino de Dios se hace presente entre los hombres.

“Pónganse en camino; yo los envío…” Cabe destacar que Jesús es el que designa y envía a los discípulos misioneros, pero aquí no se menciona solo a los 12, se menciona un número que expresa plenitud, la intencionalidad es poner de manifiesto que toda la comunidad, todos los cristianos deben ser evangelizadores.

Y qué lindo fruto surge de la misión: “Los setenta y dos discípulos regresaron llenos de alegría…” Quienes han tenido la experiencia de misionar anunciando la Buena Nueva de Jesús, seguramente han experimentado gran gozo al regresar, por ser testigos de la fuerza liberadora del Evangelio.

Estos discípulos le expresan a Jesús: “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre”. Con esta expresión se afirma que el mal del mundo se vence con la bondad radical del evangelio. Cuando se anuncia el evangelio liberador del Señor siempre se percibe gran alegría, porque son muchos los hombres y mujeres que son liberados de sus esclavitudes, angustias y heridas. Son sanados por el amor que brota del anuncio del Evangelio.

Pero Jesús les dice que no se contenten solo por eso: “Alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo”. Pues Jesús se entregó por todos, pero en el pleno uso de la libertad cada uno debe elegir seguir a Cristo para gozar de la promesa del Reino de Dios, promesa que se tiene que compartir anunciándola a quienes todavía no la conocen.

El papa Francisco expresó: “La misión de la Iglesia se caracterizará por la alegría. ¿Y cómo termina este paso? «Regresaron los setenta y dos alegres» (v. 17). No se trata de una alegría efímera que viene del éxito de la misión; por el contrario, es un gozo arraigado en la promesa de que ―dice Jesús― «vuestros nombres están escritos en el cielo» (v. 20). Con esta expresión, él se refiere a la alegría interior, la alegría indestructible que proviene de la conciencia de ser llamados por Dios a seguir a su Hijo. Es decir, la alegría de ser sus discípulos”.

Hace unos días una joven me dijo: "Padre, mis amigas no me entienden, me dicen: no podes andar todos los días así de alegre y yo les digo que desde que conocí a Jesús vivo así, hace 3 años comencé este camino de fe y este es mi testimonio, compartir la alegría del encuentro con Jesús"

Queridos hermanos, abramos el corazón a la gran Alegría que brota del encuentro con Jesús y salgamos a compartir esa alegría con los demás. Salgamos a sembrar la semilla del Evangelio con mucha alegría y con la Esperanza de que Jesús la hará germinar

Feliz y bendecido Domingo!

 

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jueves, 3 de julio de 2025

Descansa en Dios alma mía


Se avecina un tiempo privilegiado para apartarnos del mundanal ruido y volver a respirar la paz del descanso. Son días favorables para recuperar las fuerzas desgastadas en el trabajo de la jornada o en el estudio asiduo. Las vacaciones ayudan a reinventarnos para volver a empezar. Nuestra batería social también se agota y necesita ser enchufada por el Espíritu paráclito que nos da la Paz. 

Se nos proponen una variedad de ofertas para el descanso: dormir más de ocho horas al día, caer en el ocio de estar en la cama o en el sillón para ver series infinitas, pasar los días y las noches enredados en hacer nada detrás de una pantalla. Estas ofertas para descansar hay que desecharlas porque lo único que conseguimos es agotarnos más. Lo que realmente demanda el cuerpo y el alma es un verdadero descanso reparador, que restaure mí vitalidad.

El rey David, su hijo Salomón, y los salmistas nos dan algunas pistas para encontrar ese anhelado descanso del alma. Después de los combates en la vida diaria, es bueno recordar que el Señor ha sido nuestro refugio y nuestra salvación, que si no fuera por Él ya habríamos perecido en el abismo de nuestros errores. Entonces lo que pide el corazón humano en este tiempo favorable es buscar al Señor para darle gracias y dejarnos encontrar por Él.

“Alma mía, recobra tu calma,
que el Señor ha sido bueno contigo:
arrancó mi vida de la muerte,
mis ojos de las lágrimas,
mis pies de la caída” (Salmo 114)

“El Señor te colma de gracia y de ternura;
Él sacia de bienes tus anhelos,
y como un águila se renueva tu juventud” (Salmo 102)

En éste año jubilar dedicado a la virtud teologal de la Esperanza, la Iglesia nos invita a peregrinar con el corazón rebosante de alegría, colmados de Esperanza. Aquí encontramos entonces un buen consejo para descansar: caminar. La peregrinación es la oración más perfecta porque simulamos a la Iglesia que peregrina hacia el Cielo, y también es la oración más sencilla porque lo único que tienes que hacer es mover tus dos piernas hacia adelante. Se puede aprovechar el día para tomar un poco de sol, respirar aire puro, y mientras se camina se puede rezar un misterio del Rosario, o repetir alguna jaculatoria sencilla como “Jesús, hijo de David, ten piedad de mí”. 

“Descansa sólo en Dios alma mía,
porque Él es mi Esperanza;
solo Él es mi roca y mi salvación,
mi alcázar: no vacilaré” (Salmo 61)

Por supuesto, también el descanso supone entrar en sintonía con la propia vida, contemplar la belleza de estar vivo, dedicar el tiempo a actividades que quizás tenías postergadas. Leer ese buen libro que tenías pendiente, desempolvar esos talentos que están arrinconados en alguna parte de tu alma. Puedes sacar a relucir lo mejor de tu personalidad. No tengas miedo a descansar bien, a descansar en Él, a dejar que tu corazón encuentre sosiego. Seamos conscientes de la importancia del buen descanso, porque como decía en sus Confesiones el siempre joven San Agustín: “Nos has hecho Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti”.    


 Autor: Fray Ronald Andrade OP


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sábado, 28 de junio de 2025

Meditamos el Evangelio de este Domingo con Fray Emiliano Vanoli OP


Lecturas del día: Libro de los Hechos de los Apóstoles 12,1-11. Salmo 34(33),2-3.4-5.6-7.8-9. Segunda Carta de San Pablo a Timoteo 4,6-8.17-18.


Evangelio según San Mateo 16,13-19.


Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?".

Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas".

"Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?".

Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo".

Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo.

Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella.

Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo".


Homilía por Fray Emiliano Vanoli OP


La mediación humana: gracia y escándalo

¿Por qué confesar mis pecados a un hombre? ¿Por qué ir a misa si puedo entenderme directamente con Dios? ¿Por qué “creerle” a la Iglesia? En última instancia: ¿por qué Dios ha puesto mediaciones humanas, frágiles y que comenten errores, entre Él y nosotros? Y esto no sólo es así, sino que, para mayor escándalo o admiración, llegamos hasta celebrar las maravillas que Dios ha querido obrar a través de estos mediadores humanos.


Precisamente hoy celebramos la solemnidad de San Pedro y San Pablo apóstoles, y de ambos al mismo tiempo. Cada uno por su lado tiene su fiesta particular: de San Pedro celebramos en febrero su cátedra, es decir su autoridad en la Iglesia, y de San Pablo en enero recordamos su conversión, cuando pasó de ser perseguidor a perseguido a causa de Cristo. Entonces ¿qué celebramos hoy? Nada menos que el acto definitivo de entrega total por amor a Dios, el testimonio rubricado con su sangre de que Cristo es el Señor y ellos dignos instrumentos personales y dóciles en sus manos. Hoy celebramos el martirio de San Pedro y San Pablo en la ciudad de Roma; el primero crucificado boca abajo, el segundo decapitado por la espada.


Y la pregunta permanece: ¿por qué? ¿Por qué quiso nuestro Señor Jesucristo fundar la Iglesia sobre la confesión de fe de San Pedro? Así suena hoy la Palabra de Dios en el Evangelio: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". “…Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia…” ¿Por qué el Señor quiso ejercer su mediación única entre Dios y los hombres valiéndose de otras mediaciones humanas?


San Pablo dice que el mensaje del Evangelio es necedad para la sabiduría humana, y que Dios ha querido usar esta necedad de la predicación para propagar la fe, para hacer crecer a la Iglesia. Yace aquí el misterio de la fuerza de Dios que anida en la debilidad humana. Esta es la manera en que Dios en su sabiduría eterna ha dispuesto salvar a los hombres. No con la elocuencia y la persuasión humana, no con un poder incontestable, sino a través de la libertad de seres humanos frágiles y débiles que se ponen en total disponibilidad para que la fuerza de Dios obre en ellos, incluso al punto de gloriarse en las propias debilidades.


¿Por qué las mediaciones? De alguna manera providencial la mediación de otra persona, para acceder a la Iglesia y a los sacramentos, actúa como un remedio, como una medida curativa contra nuestro orgullo. Nadie puede alcanzar la salvación por sí solo, la necesidad de recurrir a alguien más ataca de raíz esta fantasía de auto salvación. Todos necesitamos alguien que nos bautice, alguien que nos transmita la fe, que nos perdone los pecados y nos alimente con la Eucaristía, entre otras cosas. Y tal vez esta sea la forma más sabia para lograr abrir camino en nosotros a la gracia que Dios nos quiere dar. Pareciera que sólo nos allanamos profunda y realmente frente a Dios cuando aceptamos la dependencia en que vivimos respecto a los demás, no sólo en la vida cotidiana, sino también en nuestra vida espiritual y de relación con Dios. 


San Pablo y San Pedro son modelos de estos medios dispuestos por Dios para fundar y extender su Iglesia por todo el mundo. Ambos experimentaron su pobreza frente a Dios y comprendieron que no se trataba de lo que ellos podían hacer, sino de lo que Dios podía y quería obrar en ellos y a través de ellos, incluso con la gracia de dar testimonio de su fe a costa de la propia vida. Comprendieron claramente que su vida entera estaba dedicada al servicio de los demás en la transmisión de la fe. Pidamos al Señor en este día la gracia de imitar a estos modelos y pilares de la Iglesia.



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