domingo, 29 de diciembre de 2024

Domingo de la Sagrada Familia - Homilía del P. Diego Olivera





Samuel 1,20-22.24-28. / Salmo 84(83),2-3.5-6.9-10. / Epístola I de San Juan 3,1-2.21-24

Evangelio según San Lucas 2, 41-52.

Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén en la fiesta de la Pascua. Cuando el niño cumplió doce años, subieron como de costumbre, y acabada la fiesta, María y José regresaron, pero Jesús permaneció en Jerusalén sin que ellos se dieran cuenta. Creyendo que estaba en la caravana, caminaron todo un día y después comenzaron a buscarlo entre los parientes y conocidos. Como no lo encontraron, volvieron a Jerusalén en busca de él. Al tercer día, lo hallaron en el Templo en medio de los doctores de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Y todos los que lo oían estaban asombrados de su inteligencia y sus respuestas. Al verlo, sus padres quedaron maravillados y su madre le dijo: "Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Piensa que tu padre y yo te buscábamos angustiados". Jesús les respondió: "¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?". Ellos no entendieron lo que les decía. El regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba estas cosas en su corazón. Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres.


Homilía del P. Diego Olivera

En la primera lectura escuchamos el relato del nacimiento de Samuel, que significa: "Dios ha escuchado". Un hijo nacido por el pedido fervoroso de Ana, quien era estéril, esto la entristecía mucho (cf. 1° Samuel 1, 5-7) pero tenía  mucha fe,  había orado entre lagrimas pidiendo un hijo a Dios y él se lo concedió.  Nació Samuel y al crecer fue consagrado al servicio de Dios, podríamos decir que fue un monaguillo, acompañaba al sacerdote Elí en su tarea, luego se convirtió en profeta y fue el último juez de Israel quien ungió al primer rey. Samuel, que ha nacido por un milagro ha sido llamado por Dios para una misión muy importante. 

En el Evangelio también nos encontramos con otro milagro y con la revelación de la misión del salvador, María, quien no había tenido relaciones con ningún hombre concibió por obra del Espíritu Santo, nació Jesús, creció junto a su madre y su padre José y con ellos partió hacia Jerusalén.

Al celebrar la Sagrada Familia, las lecturas de hoy nos invitan a valorar el gran milagro de la vida y a reflexionar la vocación de cada uno. Nacemos por obra de Dios y somos llamados para una misión concreta dada por el mismo Dios.

En este Evangelio se presenta una situación de tristeza y mucha angustia, María y José caminan entre la multitud regresando de Jerusalén  y  descubren que Jesús no está con ellos, se ha perdido. Quizás muchos de ustedes han experimentado esta situación, por ejemplo cuando tienen a cargo un hijo o un sobrino y se pierde entre las góndolas del supermercado o en las galerías de un shopping o en una procesión. Se experimenta una gran angustia hasta que es encontrado, así lo vivieron María y José pero al tercer día, lo hallaron. Aquí encontramos dos datos interesantes: sus padres lo llevaron a Jerusalén, es  el lugar en el que todo lo que fue escrito por los profetas se cumplirá (Lc 18,21), el lugar de su “despedida” (Lc 9,31.51; 24,18) y de las apariciones del resucitado (Lc 24,33.36-49) y después de tres días termina la “pasión” de estos padres al encontrar a su hijo, seguramente nos resuena este dato por la resurrección de nuestro salvador. Estos datos nos dan una señal de la misión de Jesús

Al ser encontrado Jesús, comienza un dialogo entre ellos, María pregunta y Jesús responde con otras preguntas con las que comienza a revelar su misión: hacer la voluntad del Padre, José es testigo en el silencio. Pero ellos no comprenden, tampoco cuestionan ni discuten.

El Papa Francisco en el Ángelus de esta mañana afirmó: “Detengámonos a mirar a esta familia. ¿Saben por qué la Sagrada Familia de Nazaret es un modelo? Porque es una familia que dialoga, que habla. El diálogo es el elemento más importante para una familia. Una familia que no se comunica no puede ser una familia feliz”.

Pidamos la intercesión de la Sagrada Familia para que en nuestras familias crezcamos en la escucha y el dialogo para así construir juntos una familia feliz.


Pongamos atención en las lecturas de hoy, porque reflejan la realidad concreta  de muchos dolores de hoy. Ana representa a aquellas familias que no pueden tener hijos y se ven invadidos por la tristeza, ella los invita a renovar la Esperanza y pedirle a Dios eso que tanto desean, también podemos pensar en las familias que desean adoptar pero se ven envueltos en la tristeza al enfrentarse con un sistema demasiado burocrático y con muchos obstáculos.

La angustia de María y José por la ausencia de Jesús refleja el dolor de muchos padres que tienen a sus hijos con alguna enfermedad terminal, pensemos en Loan y tantos niños que han desaparecido, cuanta angustia para sus padres, pensemos en las jóvenes secuestradas para la explotación sexual y en las personas que han caído en alguna adicción, cuánto dolor para los padres y madres que no encuentran solución y no saben o no pueden acompañar la esclavitud de sus hijos a causa de este flagelo que sigue creciendo y que muchas veces llega hasta el suicido

Todos somos responsables de la causa de estos dolores, no podemos permitir que sigan sucediendo todas estas cosas, tenemos que denunciar, tenemos que comprometernos con nuestra sociedad, no podemos seguir sumergidos en el egoísmo de “sálvese quien pueda”.  Nos tenemos que ayudar mutuamente saliendo de la indiferencia, si vemos que en nuestro barrio venden droga o hay algo raro tenemos que denunciar ante las autoridades que corresponde, tenemos que tener un corazón compasivo y tender la mano a quienes sufren estos dolores. No podemos dejar que sigan creciendo estas situaciones que atentan contra la dignidad humana. No podemos dejar que más niños y jóvenes se pierdan.

Ante estas situaciones no tenemos que perder la Esperanza y pedir insistentemente como lo hizo Ana, para que reine la Vida Nueva que brota de Jesús resucitado y todo lo transforma. Nos encomendamos a la intercesión de la Sagrada Familia para que reine la paz en nuestras familias y en nuestra sociedad.



Feliz navidad y prospero año nuevo!!!




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domingo, 22 de diciembre de 2024

4° Domingo de Adviento - Homilía del P. Juan Manuel Gómez






Miqueas 5,1-4a. - Salmo 80(79),2ac.3b.15-16.18-19 - Hebreos 10,5-10

Evangelio según San Lucas 1,39-45.

María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor".


Homilía del P. Juan  Manuel Gómez


“De ti, nacerá el que debe gobernar a Israel ¡Y él mismo será la paz! “(Cf. Miq. 5, 1. 4)

 “Emmanuel, nuestro Dios está con nosotros. Y si Dios está con nosotros ¿Quién podría estar contra nosotros? “(Canción “Immanuel” de Michael Card)

 

Estamos celebrando el último Domingo de este tiempo de preparación, del tiempo de Adviento, que nos abre al misterio profundo del amor y la ternura de Dios con nosotros. La Palabra de Dios nos presenta cómo Dios se manifiesta, se revela y se hace presente entre nosotros.

En la profecía de Miqueas, el Señor se revela en la pequeñez: la pequeña Belén, la pequeñez del que va a nacer, la pequeñez de su madre. Y allí nos manifiesta que Él está con nosotros y viene con la firmeza del pastor que nos apacienta, que nos sostiene con la fuerza del Amor, y él es nuestra paz que se extiende por toda la tierra. ¡Qué fuerte para nosotros pensar que en nuestra pequeñez Dios nacerá! Nuestro Dios está con nosotros y viene a visitarnos.

Ciertamente en el adviento resuena constantemente la expresión VEN SEÑOR (Marana thá). Y Jesús es Dios que viene “para todos aquellos que viven en la sombra de la muerte, para todos aquellos que tropiezan en las tinieblas”[1] y surge como la gran luz. “Si Dios está con nosotros ¿quién podrá estar contra nosotros?”[2]

La Carta a los Hebreos nos relata que nuestro Señor al venir a nosotros hace una entrega total de sí mismo. “Esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes”[3] , escuchamos en las palabras que pronuncia en la última cena y que el sacerdote en su memoria pronuncia en cada Eucaristía. Belén, que significa la casa del pan, es manifestación de aquello que compartimos en cada Eucaristía, en cada misa. Dios viene a ser el sustento de la vida de los hombres, es el pan de los hombres peregrinos

Jesús viene a hacer la voluntad de Dios: que todos sus hijos se salven. Así mismo nos da el ejemplo de lo que él espera de nosotros, la entrega total y personal de cada uno por los demás. El cuerpo de un bebé frágil que llora y que necesita de otros es el signo visible de todos los que lloran y nos necesitan hoy.

Y allí aparece “la estrella del mar” que nos guía y orienta en el camino, María, nuestra Madre, la servidora del Señor, para manifestar y revelarnos en su sencillez que así como Dios está con nosotros y “ha visitado y redimido a su pueblo”[4], tenemos que visitar a los demás.  Al visitarnos “el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte , para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”[5] todos somos capaces de hacer por los demás lo mismo que él hace por nosotros.

En el relato de la Visitación que San Lucas nos presenta en su Evangelio vemos claramente que, así como la visita de María a Isabel, todos estamos llamados a salir de nosotros mismos en gestos concretos que comunican solidaridad y vida por nuestros hermanos.

La alegría por la venida del Niño Dios, la alegría de la navidad, tiene que manifestarse en nosotros en alabanzas a Dios, como aclaman María e Isabel, pero también en servicialidad y disponibilidad para todos, especialmente a los que sufren, los que viven en la fragilidad de esta vida, tenemos que pensar en los demás. Y allí verdaderamente Dios se manifiesta, Dios resplandece.

Nos decía el papa Benedicto XVI: “La escena de la Visitación expresa la belleza de la acogida: donde hay acogida recíproca, escucha, espacio para el otro, allí está Dios y la alegría que viene de Él.”[6]

¡Qué diferente y plena sería nuestra Navidad si nos animamos a imitar a María visitando a cuantos viven en dificultad y acogiendo a nuestros hermanos!

“De tí nacerá el Señor”.  Este último tramo del adviento oremos con sincero corazón, contemplemos el pesebre, miremos a María, escuchemos al Señor que viene a visitarnos y digámosle: Quiero nacer contigo, queremos nacer en esta Navidad a una vida plena. Ven a nacer Señor en nuestra vida y ayúdanos a ir al encuentro, acogerte, recibirte y amarte en el hermano que viene y que sufre.

Este es precisamente el don sorprendente de la Navidad: Jesús ha venido por cada uno de nosotros y en él nos ha hecho hermanos. Que todos podamos vivir y compartir la alegría de esta Navidad. En vos Dios se manifiesta para los que están cansados, para los que en la oscuridad de la noche anhelan la luz.

¡Animáte a ser Navidad!

En los pesebres de nuestros corazones acunemos a Jesús y dejemos que su ternura, dulzura y amor nos impulsen a anunciar sus maravillas. Dios está con nosotros, nuestro Dios ya viene y de ti nacerá el Salvador.

Los invito a preparar el corazón para la Navida, con esta canción: https://www.youtube.com/watch?v=g0hPJ5EYxAo



[1] Cf. Lc. 1, 79.

[2] Cf. Rom. 8, 31.

[3] Cf. Lc. 22, 19.

[4] Cf. Lc. 1, 68.

[5] Cf. Lc. 1, 78-79

[6] Benedicto XVI, “Ángelus” Plaza de San Pedro, 23 de diciembre de 2012.



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sábado, 14 de diciembre de 2024

3° Domingo de Adviento Fray Josué González Rivera OP



Lecturas del día: Libro de Sofonías 3,14-18a. Libro de Isaías 12,2-3.4bcd.5-6. Carta de San Pablo a los Filipenses 4,4-7.


Evangelio según San Lucas 3,10-18.


La gente le preguntaba: "¿Qué debemos hacer entonces?".

Él les respondía: "El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto".

Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron: "Maestro, ¿qué debemos hacer?".

El les respondió: "No exijan más de lo estipulado".

A su vez, unos soldados le preguntaron: "Y nosotros, ¿qué debemos hacer?". Juan les respondió: "No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo".

Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo: "Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.

Tiene en su mano la horquilla para limpiar su era y recoger el trigo en su granero. Pero consumirá la paja en el fuego inextinguible".

Y por medio de muchas otras exhortaciones, anunciaba al pueblo la Buena Noticia.


Homilía por Fray Josué González Rivera OP


Queridos hermanos, nos encontramos en el domingo de la alegría, un lugar especial en este tiempo de Adviento que nos pide tener presente, en medio de nuestro caminar, la alegría de saber que el Señor está cerca, “a la vuelta de la esquina”, y eso no puede ser más que un motivo de entusiasmo para quienes creemos y confiamos en él.


Hoy, por medio del apóstol san Pablo, se nos da una orden: ¡Alégrense! (Flp 4,4). En el idioma en que se escribió, se dice chaíre o jaire. Esta es también la misma palabra con la que el ángel saluda a María al comienzo del evangelio de Lucas: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1,28). Es decir, que hoy nosotros somos saludados y llamados de la misma manera que María a tomar conciencia de esta presencia que llega a nosotros y reaviva nuestra fe, esperanza y caridad. Todo esto para prepararnos a vivir la Navidad de forma más plena y auténtica.


Pero no somos insensatos. Esta llamada no nos invita a ser indiferentes ante una realidad que no siempre es alegre. En el mundo de hoy hay muchas noticias que, más bien, son todo lo contrario. En un mundo marcado por la exclusión y la desigualdad, por la violencia, la enfermedad, la incertidumbre y el sufrimiento, no podemos ser ajenos a tantas situaciones en las que, también nosotros, podemos vernos inmersos en el estrés, la ansiedad y la falta de paz. Todas estas son malas noticias que nos apartan de experimentar esa alegría a la que hoy somos llamados. Además, también es cierto que hoy en día muchas veces confundimos la alegría con aquellos momentos fugaces de placer o satisfacción, especialmente en esta época del año, donde parece que la alegría se reduce al simple consumo o desenfreno.


El llamado a la alegría que está presente en las lecturas de hoy no surge de una situación externa favorable. El profeta ve a su pueblo amenazado, el apóstol está en la cárcel y Juan Bautista contempla la corrupción de su pueblo. Pero, en medio de todo ello, surge una esperanza a la que nosotros también somos invitados a participar, porque Dios no nos olvida, sino que se hace presente en medio de su pueblo. Por eso, el primer paso hacia la alegría está en el reconocimiento de la presencia divina que transforma y renueva nuestras vidas.


En el contexto del Adviento, con más fuerza, esta confianza en la presencia de Dios se tiene que traducir en un corazón abierto a la oración, a la gratitud y a la esperanza. Prepararnos para la venida de Cristo significa dejar nuestras preocupaciones en sus manos y confiar en que él tiene el poder de hacer que todas esas malas noticias dejen de tener poder sobre nosotros. Con nuestro testimonio, podemos ir transformando esas adversidades mediante una esperanza activa. Para ello, la predicación de Juan Bautista que nos presenta el evangelio de Lucas es una preparación de este camino para la llegada de Cristo, especialmente a través de la conversión.


En el evangelio de hoy, tres veces le preguntan al Bautista: ¿Qué tenemos que hacer? A lo que él responde con acciones concretas: compartir con los necesitados, actuar con justicia y evitar los abusos. Este es un llamado radical que desafía la vida en términos prácticos. Nuestra preparación para la venida del Señor es interna y espiritual, en la medida en que mejoramos nuestra relación con él. Pero también es externa y testimonial, construyendo un mundo más justo y solidario. El camino de la conversión no se limita al cambio de intención, sino que exige obras concretas de caridad y justicia. Para nosotros, que somos destinatarios de esta palabra revelada, también podríamos preguntarnos: ¿Cómo podemos ser signos de alegría y esperanza en este mundo, para nuestra comunidad o para las personas que nos rodean?


La Navidad misma es un momento donde podemos contemplar la encarnación del Hijo de Dios en Jesús como un acto de solidaridad divina con la humanidad, especialmente con los más pequeños y vulnerables. Ese es el inicio de la Buena Noticia, la fuente de la alegría a la que hoy somos llamados a ser portadores comprometidos con aquel reinado de justicia y de paz que Cristo viene a instaurar.

Si miramos el pasado, podemos ver cómo la esperanza cristiana es especialmente significativa en los tiempos de crisis. Cuando el futuro parece incierto y las dificultades parecen superar nuestras fuerzas, un mensaje como el del profeta Sofonías nos impulsa a esperar en Dios mientras trabajamos por un futuro mejor. Dios es fiel a sus promesas; está en nosotros como guerrero victorioso y nos renueva con su amor. La venida de Cristo nos asegura que la luz siempre triunfa sobre la oscuridad. Pidámosle a Dios que nos ayude a vivir esta esperanza y a confiar en que nuestras acciones de amor y justicia tienen sentido, así sean grandes o pequeñas, para que nuestra esperanza no sea pasiva, sino activa.


Una esperanza activa nos invita a fomentar una alegría verdadera que surge de la oración y la reflexión; que practica la caridad y solidaridad con quienes tienen menos; que renueva las relaciones rotas siguiendo el ejemplo de la misericordia de Dios; que es testimonio de la Buena Noticia proclamada con nuestras palabras y acciones. Todo esto, especialmente en este tiempo en que nos preparamos para la celebración de la Navidad, donde aquel niño que se pone en el pesebre puede ser el signo de cómo el Salvador transforma nuestras vidas cuando le recibimos. Que el mensaje de este tercer domingo de Adviento, que nos llama a la alegría, la paz y la esperanza, comprometiéndonos con nuestra conversión y la solidaridad frente a las malas noticias de hoy, preparándonos para una celebración de la Navidad que deje de ser superficial y se convierta en un encuentro profundo con el Dios que está en medio de nosotros, renovándonos con su amor y guiándonos hacia un futuro pleno de gozo y paz. Bendiciones. 



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domingo, 8 de diciembre de 2024

2° Domingo de Adviento - Homilía del P. Matías Pérez


Lecturas de día: Libro de Baruc 5,1-9. Salmo 126(125),1-2ab.2cd-3.4-5.6. Carta de San Pablo a los Filipenses 1,4-6.8-11.


Evangelio según San Lucas 3,1-6.


El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Felipe tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, bajo el pontificado de Anás y Caifás, Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto.

Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, como está escrito en el libro del profeta Isaías: Una voz grita en desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos.

Los valles serán rellenados, las montañas y las colinas serán aplanadas. Serán enderezados los senderos sinuosos y nivelados los caminos desparejos.

Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios.


Homilía por el Pbro. Matías Pérez:


Queridos hermanos y hermanas, celebramos este  segundo domingo de adviento junto con la solemnidad de María santísima la madre de Dios, la madre de Jesús y no hay huella más segura que podamos pisar que no haya sido la que nos dejó María para encontrar el camino Hacia Jesús. 


De su mano sucede el gran encuentro que divide en 2 nuestra vida: un antes y después de encontrarnos con Jesús, de experimentar su amor, de experimentar su obra poderosa en nosotros y se nos está invitando en este tiempo de a poco a recorrer el mismo camino que recorrió María y José. Un camino en el que también hubo adversidades, y dificultades, pero había sobretodo amor, esperanza y confianza.

 

El amor que los movía todos los días a caminar un trecho más en el camino, buscando ese lugar, el indicado, el elegido, el posible. También en nuestras vidas el amor nos lanza hacia adelante encontrando en las diferentes circunstancias de la vida, el lugar indicado y la circunstancia posible en la que podemos  vivir, existir, donde Dios nos invita a transitar nuestro camino y nuestro proyecto concretándose así el llamado a la santidad: es lo que nos ha tocado, donde hemos sido puestos en este tiempo histórico.


María le tocó en aquel tiempo, a nosotros nos toca en este. Pero las huellas de María y por el amor que le puso a todo este proyecto, también nosotros podemos en ella transitar lo que nos toca: a veces con cosas que nos agradan más y a veces con cosas que nos agradan menos. 


La misma esperanza que también les hizo saber a María y a José que lo bueno de parte de Dios siempre estaba por llegar y por eso todos los días avanzaban un poquito más, sin claudicar ni siquiera los últimos instantes donde parecía que no había lugar para ellos, hasta que Dios les pudo indicar dónde. Y quizás no habrá sido lo que María había soñado para su hijo, no fue lo que José soñó para su hijo, pero fue lo que Dios dispuso en ese momento como posible. Así reconocieron María y José la providencia de Dios que les dio lo que necesitaban. Uno podría pensar que les dio mucho menos, porque la cueva de animales para el nacimiento del mesías parece un poco menos, pero en realidad en el plan de Dios fue lo que necesitaban: un lugar donde el reinado del mesías se manifestara de manera sobresaliente. Si hubiera nacido en un lugar ostentoso o lujoso, quizás aquel mesías tan importante hubiera estado en “compose” y confundido entre el lujo y las ostentación. Sin embargo aquí el niño, el mesías sobresale en medio de esa pobreza, en medio de esa sencillez y humildad. Está bien resaltado: el centro es Jesús y allí comprendemos que Dios en su providencia y en su plan escrito en renglones torcidos permite que Jesús nazca en la cueva.


De la misma manera así como hablamos del amor que los movió, la esperanza que los hizo aguardar lo bueno que estaba por llegar de parte de Dios, también la confianza, la fe de María y José, que nunca dejaron de confiar en Dios y aún con sus preguntas. María: “cómo va a ser esto?” Pero el Espíritu que interviene le da respuesta a sus cuestionamientos más profundos, también a nosotros.


La Inmaculada Concepción nos recuerda que María ha sido elegida, corrida de la suerte del resto de la humanidad. Corrida de hecho, porque Dios la preserva para algo especial: la venida de Jesús. Esto celebramos hoy: la Inmaculada Concepción. María concebida sin pecado: el “ave María purísima”, el “sin pecado concebida”, en tiempo especial que es el adviento. 


Damos un paso más en el adviento,  hoy de la mano de María, hoy tras las huellas de María y hoy mirando a María reconociendo en Ella un corazón bondadoso, un corazón fiel, un corazón confiado, y esperanzado.


Dios nos conceda la gracia de crecer en fe, esperanza y amor, en este tiempo y por intercesión de María santísima y que el Espíritu Santo sople sobre nosotros como sobre MARÍA. Que las maravillas vengan nuestras vidas, nos enseñe a servir, nos enseñe a glorificar el nombre de Dios en toda circunstancia.


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domingo, 1 de diciembre de 2024

1° Domingo de Adviento, homilía del P. Diego Olivera


El Adviento es el comienzo del Año Litúrgico, empieza el domingo más próximo al 30 de noviembre y termina el 24 de diciembre. Son los cuatro domingos anteriores a la Navidad y forman una unidad con la Navidad y la Epifanía del Señor.

“Reflexionemos brevemente sobre el significado de esta palabra: Adviento, que se puede traducir por "presencia", "llegada", "venida". En el lenguaje del mundo antiguo era un término técnico utilizado para indicar la llegada de un funcionario, la visita del rey o del emperador a una provincia. Pero podía indicar también la venida de la divinidad, que sale de su escondimiento para manifestarse con fuerza, o que se celebra presente en el culto. Los cristianos adoptaron la palabra "Adviento" para expresar su relación con Jesucristo: Jesús es el Rey, que ha entrado en esta pobre "provincia" denominada tierra para visitar a todos; invita a participar en la fiesta de su Adviento a todos los que creen en él, a todos los que creen en su presencia en la asamblea litúrgica. Con la palabra adventus se quería decir substancialmente: Dios está aquí, no se ha retirado del mundo, no nos ha dejado solos. Aunque no podamos verlo o tocarlo, como sucede con las realidades sensibles, él está aquí y viene a visitarnos de múltiples maneras. Por lo tanto, el significado de la expresión "Adviento" comprende también el de visitatio, que simplemente quiere decir "visita"; en este caso se trata de una visita de Dios: él entra en mi vida y quiere dirigirse a mí”. (Benedicto XVI)

Lecturas del día: Libro de Jeremías 33,14-16. Salmo 25(24),4-5ab.8-9.10.14. Primera Carta de San Pablo a los Tesalonicenses 3,12-13.4,1-2.


Evangelio según San Lucas 21,25-28.34-36.


Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, los pueblos serán presa de la angustia ante el rugido del mar y la violencia de las olas.

Los hombres desfallecerán de miedo por lo que sobrevendrá al mundo, porque los astros se conmoverán.

Entonces se verá al Hijo del hombre venir sobre una nube, lleno de poder y de gloria.

Cuando comience a suceder esto, tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación".

Tengan cuidado de no dejarse aturdir por los excesos, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, para que ese día no caiga de improviso sobre ustedes

como una trampa, porque sobrevendrá a todos los hombres en toda la tierra.

Estén prevenidos y oren incesantemente, para quedar a salvo de todo lo que ha de ocurrir. Así podrán comparecer seguros ante el Hijo del hombre".


Homilia del P. Diego Olivera

Querida comunidad comenzamos el tiempo del Adviento, el tiempo de la Esperanza. La certeza de nuestra Esperanza es Cristo. “Adviento es también la síntesis de nuestra propia existencia, con todo lo que ella encierra de “gozo y esperanza, de dolores y angustias”, pero con la certeza que da la Fidelidad del Señor que es “nuestro Padre” y nosotros la obra de sus manos” (Mons. Angelelli)

En la primera lectura se afirma: “yo cumpliré la promesa que pronuncié acerca de la casa de Israel” esa promesa consiste en la liberación definitiva del pueblo de Israel por la llegada del Mesías. Esa promesa es para nosotros también, Jesús quiere liberarnos de la esclavitud del pecado y de todas nuestras ataduras, él quiere caminar con nosotros para aliviar nuestras angustias y dolores. Debemos confiar en su promesa y elevar nuestra alma al Señor como dice el salmista. Si queremos que Jesús renazca en nuestros corazones digamos: Ven Señor, sin miedo, no nos quedemos callados e indiferentes ante Dios que quiere habitar en nosotros. Así lo expresaba la venerable Antonietta Meo unos días antes de recibir la primera comunión en Navidad: “Jesús, ven pronto a mi corazón, que te abrazaré fuerte y te besaré! ¡Oh Jesús! Quiero que siempre te quedes en mi corazón” (quien falleció al año siguiente con casi 7 años)

Un signo concreto de que queremos que Dios habite en nosotros es el amor mutuo como lo enseña San Pablo en la segunda lectura. Amor entre nosotros los miembros de la comunidad y amor hacia los demás, los que todavía no están en la comunidad. Si no somos capaces de experimentar un amor de verdad con signos concretos no quedamos tan solo en el discurso: Ven Señor Jesús. Nosotros tenemos que recibir a Jesús en nuestros corazones y ser instrumentos para que otros lo reciban, no podemos encerrarnos en un intimismo con Dios. El encuentro es comunitario, Dios sale al encuentro de su pueblo. Quizás nos cuesta construir la civilización del amor por nuestras propias fragilidades, tenemos que expresar lo que leemos en el salmo: “Muéstrame Señor tus caminos, enséñame tus senderos”. 

En el Evangelio encontramos dos claves para vivir el tiempo del Adviento: “tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación”. A pesar de las dificultades tenemos que levantar la cabeza y poner la mirada en él, nuestro salvador, nos liberará de nuestras esclavitudes y de todo aquello que no nos permite amar de verdad. Y la segunda clave para vivir el Adviento es: “Estén prevenidos y oren incesantemente…” preparemos realmente el corazón para vivir este tiempo hermoso previo a la Navidad, que no pase desapercibido por vernos sumergidos en múltiples actividades de fin de año, no le aflojemos a la oración, nos mantengamos firmes en un dialogo de intimidad con Dios diariamente para salir al encuentro y al dialogo con nuestros hermanos. Anunciemos que Jesús quiere nacer en nuestra comunidad, en nuestra sociedad, anunciemos que Jesús hace nueva todas las cosas con su nacimiento, anunciemos la Esperanza en este tiempo que muchas veces nos vemos sumergidos en la desesperanza. La vida cristiana tiene que estar marcada por la Esperanza en Cristo nuestro salvador. Levantemos la cabeza, miremos a Jesús que viene y se hace presente en nuestra historia.

Pidamos al Espíritu Santo que encienda nuestros corazones para vivir con esperanza y alegría y que nos ayude a ser verdaderos discípulos misioneros que contagian esperanza y alegría a los más desanimados de nuestra sociedad


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viernes, 15 de noviembre de 2024

Jornada Mundial de los Pobres: “A mí me lo hicieron” - P. Quique Bianchi



El próximo 17 de noviembre celebramos la VIII Jornada Mundial de los Pobres, te invitamos a leer este texto del P. Quique Bianchi:

La identificación entre Cristo y los pobres es un misterio de amor tan grande que nuestro espíritu apenas puede balbucear aquello que la gracia divina quiera mostrarle.

Cada año, la Jornada Mundial de los Pobres es una fecunda ocasión para que los cristianos maduremos en la convicción de que –como enseña el Papa Francisco– “el corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres” (Evangelii Gaudium 197). En su designio amoroso, Dios decidió abrirnos el camino a la Vida plena haciéndose pobre (cf. 2Co 8,9) y transitando el sendero de la cruz y de la muerte. Al hacerlo de este modo, misteriosamente asoció a los pobres a su obra redentora. Tanto que puede decirse que “todo el camino de nuestra redención está signado por los pobres” (EG 197) y que a ellos “Dios les otorga su primera misericordia” (EG 198). En esta preferencia divina se funda la Iglesia cuando invita a los cristianos a vivir el amor haciendo una opción por los pobres, que –como afirma Benedicto XVI– “está implícita en la fe cristológica” (Discurso en Aparecida, 3).

Este acento del corazón de Cristo hacia los pobres es algo que está profusamente atestiguado en la Escritura. Uno de los textos más contundentes en ese sentido es el conocido pasaje de Mateo 25 donde Jesús, hablando del juicio final, anuncia la condenación de quienes hayan sido indiferentes ante las necesidades de los pobres y sufrientes, y promete la felicidad del cielo a los que hayan tenido compasión. Lo que le da al texto una potencia inusitada es que describe acciones de misericordia o indiferencia hacia personas concretas (dar de comer al hambriento, etc.) y afirma apodícticamente: “a mí me lo hicieron” (Mt 25,40). Jesucristo muestra que hay una identidad vital entre Él y los pobres y sufrientes.

Cristo se identifica con los pobres

La identificación entre Cristo y los pobres es un misterio de amor tan grande que nuestro espíritu apenas puede balbucear aquello que la gracia divina quiera mostrarle. A contemplar este misterio puede ayudarnos la reflexión del padre Raniero Cantalamessa en la III predicación de Adviento de 2013. Allí, comentando la dimensión existencial de la encarnación, afirma que, así como por el hecho de la encarnación Cristo asumió a todo hombre, por el modo de hacerla –en pobreza y cruz– asumió de forma particular al pobre, al humilde, al que sufre, al punto de identificarse con él. Si bien su presencia en el pobre no es del mismo género que la que hay en la Eucaristía, no deja de ser una presencia real. Cristo está realmente presente sacramentalmente bajo las especies de aquellos que sufren: “Él ha instituido este signo, como ha instituido la Eucaristía. Él, que pronunció sobre el pan las palabras: ‘Esto es mi cuerpo’, dijo estas mismas palabras también sobre los pobres. Lo ha dicho cuando, hablando de lo que se ha hecho, o no se ha hecho, por el hambriento, el sediento, el prisionero, el desnudo y el exiliado, declaró solemnemente: ‘A mí me lo hicieron’, y ‘no me lo hicieron a mí’ (Cantalamessa, III predicación Adviento 2013).

También nos ayuda a pensar el modo de presencia de Cristo en los pobres la pregunta que se hace el teólogo argentino Rafael Tello sobre si la ayuda al hambriento, sediento, etc., puede ser considerada como “una acción dirigida a los hombres necesitados que por su situación representan muy especialmente a Cristo, o como una acción que tiene por objeto al mismo Cristo” (Tello, Amor al prójimo, inédito). El interés de la cuestión radica en que –según afirma Tello– en la vida de la Iglesia pueden verse dos posturas pastorales que siendo diversas se apoyan en el mismo texto de Mateo. Una considera que el Señor para motivarnos a ayudar al pobre dice que Él toma esa acción como hecha a Sí mismo. La otra entiende que la obra de misericordia es una acción hecha al mismo Cristo. Se trata entonces de si en el ejercicio de la misericordia con el pobre el término de la acción es el hombre necesitado o el mismo Cristo.

Dando por supuesta la validez de ambas posturas, este teólogo busca dilucidarlas a la luz del tratado sobre las pasiones del alma de Santo Tomás, donde se enseña que el amor realiza un doble tipo de unión entre el amado y el amante. Por una parte, implica una unión interna o afectiva, pero también tiende a una unión real, de presencia del amado en quien ama (cf. STh I-II, q28, a1). Si se mira predominantemente a la unión afectiva con el amado, envuelve también a los que son del amado y que él ama y desde este punto de vista fácilmente se confirma la postura pastoral que mira a los hombres como término de su acción porque son de Cristo (cf. 1Jn 4, 20). Por otra parte, si se considera que el amor, en este caso el amor a Cristo, procura la unión real y que no se conforma con la unión afectiva e intencional, el anhelo de una unión real puede provocar una postura pastoral distinta.

La unión real con Cristo sólo será plena en el Cielo. Sin embargo, Tello afirma que “si el amor es real [esta unión real] no deja de ser querida y buscada, por lo cual Jesucristo quiso que se realizara realmente y determinó el modo como podía hacerse en la tierra: Él está realmente –aunque de modo velado por la fe– en el pobre y necesitado, se identifica realmente –con identidad velada por la fe– con el pobre y necesitado. El pobre y necesitado no es sino el mismo Cristo –miembro y Cuerpo suyo–. Así, pues, la acción que alcanza al pobre presente toca a Cristo presente. Por la fe –que es ‘convicción de lo que no se ve’ (Hb 11,1)– el objeto de la acción es Cristo realmente presente, pero presente en un hombre pobre y necesitado” (Tello, Amor al prójimo,79).

De aquí que podamos concluir que quien ama deseando la unión real con Cristo se siente más confortado en una postura pastoral que ve en el pobre, hambreado, rotoso, al mismo Cristo. De hecho, esta ha sido la actitud que ha caracterizado a grandes santos, desde Teresa de Calcuta, que afirmaba que la fe le hacía ver a Cristo en el cuerpo roto y andrajoso del pobre, hasta San Juan Crisóstomo, quien –ya en el siglo IV– escribía con su prosa incisiva y apasionada: “¿Qué le aprovecha al Señor que su mesa esté llena de vasos de oro, si Él se consume de hambre? Saciad primero su hambre y luego, si sobra, adornad también su mesa. ¿Haces un vaso de oro y no le das un vaso de agua? Y ¿de qué sirve que cubráis su altar de paños recamados de oro, si a él no le procuráis ni el abrigo indispensable? Dime: si viendo a un desgraciado falto del sustento necesario, le dejaras a él consumiéndose de hambre y te dedicaras a cubrir de oro su mesa, ¿te agradecería el favor o más bien se enfadaría contigo? Y si, viéndole vestido de harapos y aterido de frío, te entretuvieras en levantar unas columnas de mármol, diciéndole que eran en honor suyo, ¿no diría que le estabas tomando el pelo, y lo tendría todo por supremo insulto? Pues aplica todo eso a Cristo. El anda efectivamente sin techo y peregrino…” (Homilía 50 sobre san Mateo, 4).

AUTOR: P. Enrique Ciro Bianchi

Publicado en VaticanNews el 14 de Noviembre, 2024




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