Lecturas del día: Libro de los Hechos de los Apóstoles 13,14.43-52. Salmo 100(99),2.3.5. Apocalipsis 7,9.14b-17.
Evangelio según San Juan 10,27-30.
Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen.
Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos.
Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre.
El Padre y yo somos una sola cosa".
Homilía por Fray Josué González Rivera OP
Este domingo, llamado tradicionalmente Domingo del Buen Pastor, la liturgia nos invita a contemplar el misterio de Cristo que nos llama, nos conoce y nos conduce hacia la vida eterna. Las lecturas de hoy no solo nos ofrecen consuelo, sino también una fuerte llamada a la escucha, al discernimiento y al testimonio.
Jesús nos dice en el Evangelio de san Juan: “Mis ovejas escuchan mi voz, Yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna”. Esta afirmación de Cristo es profundamente personal y a la vez universal. Nos sitúa ante una relación que no es simplemente religiosa o ritual, sino vital y existencial. Somos conocidos por el Buen Pastor, no de manera superficial, sino en lo profundo de nuestro ser. Él conoce nuestras luchas, nuestras heridas, nuestras búsquedas. Pero también espera de nosotros una respuesta: la escucha atenta de su voz.
Vivimos inmersos en un mundo saturado de voces, mensajes e imágenes que pugnan por captar nuestra atención. Voces que a menudo prometen felicidad, seguridad, reconocimiento... pero que, en realidad, nos desorientan y nos dispersan. Es por ello que urge afinar el oído del corazón para discernir la voz del único Pastor que no nos engaña: aquel que da la vida por sus ovejas. Su voz no grita, no impone, pero resuena con fuerza en la conciencia del que la acoge con fe. Escuchar su voz significa dejarse encontrar, dejarse conducir, y también dejarse transformar.
Jesús añade: “Yo les doy vida eterna”. No dice “les daré”, sino les doy. La vida eterna, entonces, no es simplemente un premio futuro para después de la muerte; es una realidad que comienza a anticiparse ya, aquí y ahora, en el corazón de los creyentes que viven unidos a Cristo. Desde el bautismo hemos sido sumergidos en su vida, y por tanto vivimos ya la vida divina, aunque todavía en camino, entre luces y sombras. La gran cuestión es si acogemos o no ese don, si vivimos como ovejas que escuchan y siguen, o si preferimos dispersarnos en nuestras propias sendas.
La primera lectura de los Hechos de los Apóstoles nos presenta el coraje apostólico de Pablo y Bernabé, que no se dejan vencer por el rechazo ni por la persecución. En ellos actúa la fuerza de la Palabra de Dios, una Palabra viva, convocante, universal, gozosa y expansiva. Es notable cómo se repite en el texto la centralidad de la Palabra del Señor: es ella la protagonista verdadera de la misión eclesial. Ellos prestan su voz, pero es el Buen Pastor quien habla a través de sus enviados. Aquel pueblo que escuchó a Pablo y Bernabé tuvo la lucidez espiritual de reconocer la voz de Cristo en medio de ellos. Así también nosotros, hoy, debemos preguntarnos: ¿sabemos distinguir su voz entre tantas otras? ¿Nos tomamos el tiempo para silenciar el ruido exterior e interior y escuchar lo que Dios quiere decirnos en su Palabra?
La visión del Apocalipsis nos muestra el desenlace glorioso de esta historia de escucha y fidelidad: una multitud incontable, de toda lengua y nación, que ha lavado sus vestiduras en la sangre del Cordero. Es una imagen de esperanza y de plenitud. Ellos ya no padecen ni hambre ni sed, ni llanto ni dolor, porque el Cordero-Pastor los ha conducido a las fuentes de agua viva. Esta visión no es evasiva; es el horizonte que da sentido a nuestro esfuerzo presente. Saber que estamos en manos del Resucitado, y que nadie puede arrebatarnos de allí, es una fuente inagotable de alegría.
Como la Iglesia primitiva, nosotros también estamos llamados a colaborar con Cristo en la extensión de su voz. Como aquellos primeros discípulos, no podemos guardar para nosotros el tesoro del Evangelio. La misión brota de la alegría de sabernos salvados. Ser cristiano no es simplemente un consuelo personal, sino una vocación a ser testigo, a que otros también escuchen y se dejen alcanzar por la voz del Pastor.
Y, añadiendo algo sobre la elección del nuevo Papa, León XIV, este hecho que ha generado esperanza y expectación en tantos fieles, también debe entenderse desde esta perspectiva: el sucesor de Pedro no es un mero administrador o figura pública, sino ante todo un pastor según el corazón de Cristo. Como tal, su primera tarea es escuchar la voz del Buen Pastor para luego transmitirla con autenticidad al Pueblo de Dios, buscando ser el también un “buen pastor” a imagen de “El Buen Pastor”. Que su inicio de pontificado coincida con esta conmemoración es providencial y va más allá de cualquier coincidencia. El Papa es, por vocación, un garante de la unidad, un testigo de la Palabra y un servidor de la comunión universal.
Que este domingo nos renueve en la certeza de que pertenecemos a Cristo, escuchando su voy y descubriendo que hemos sido conocidos por Él, invitados a participar de su vida eterna. Que podamos también ser instrumentos de su voz, cada uno en su vocación especial, para que todos escuchen, todos crean, y nadie se quede fuera del banquete del Reino.