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jueves, 27 de marzo de 2025

Reconciliación


Caminamos ya en la tercera semana de la Cuaresma…

Este tiempo es de conversión y preparación espiritual para vivir plenamente la Semana Santa. Es un periodo de cuarenta días en el que la Iglesia nos invita a la oración, el ayuno y la limosna, siguiendo el ejemplo de Jesús, quien pasó cuarenta días en el desierto en preparación para su misión. La Cuaresma es el tiempo para profundizar en la oración, el estudio y la predicación, pilares fundamentales de la vida dominica. Santo Domingo de Guzmán, comprendía la importancia de la oración como encuentro con la Verdad, con Cristo mismo para profundizar el camino hacia la conversión y como parte fundamental para nutrir la predicación.

Como parte de este camino, la confesión es un medio que nos ayuda y nos lleva a la conversión interior. El sacramento de la Reconciliación juega un papel fundamental, permitiéndonos reconciliarnos con Dios. Sin olvidar, que es un signo de esperanza, ya que nos recuerda que el amor y la misericordia de Dios son infinitos. Durante la Cuaresma, la Iglesia nos invita a una profunda conversión del corazón, y la confesión es el medio que Dios nos ofrece para lograrlo.

A través de este sacramento, reconocemos nuestros pecados y pedimos perdón, asumiendo con humildad nuestras faltas; recibimos la gracia de Dios, que nos ayuda a mejorar espiritualmente y fortalecer nuestra relación con Él, sanamos el alma y nos liberamos de cargas espirituales, experimentando la paz y el amor misericordioso de Dios; también renovamos la esperanza, pues el perdón de Dios nos reconforta y nos llena de alegría para seguir adelante en nuestro camino de fe.

Algo muy importante, Jesús instituyó el sacramento de la Reconciliación cuando, después de su Resurrección, se apareció a sus discípulos y les dijo: "Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengan, les quedan retenidos" (Juan 20, 22-23). Con estas palabras, Cristo otorgó a los apóstoles, y a través de ellos a los sacerdotes, el poder de perdonar los pecados en su nombre. Este pasaje nos recuerda que Dios nunca nos abandona y siempre nos ofrece una nueva oportunidad. El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que "los que se acercan al sacramento de la Penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de la ofensa hecha a Él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que hirieron con su pecado" (CIC 1422), y que "el sacramento de la Penitencia es necesario para la salvación de aquellos que han caído después del Bautismo" (CIC 980). La confesión es un regalo de Dios, un momento de gracia, restauración espiritual y esperanza.

Desde la tradición dominica, la confesión se vincula con la búsqueda de la verdad y la misericordia de Dios. Santo Tomás de Aquino, uno de los más grandes teólogos de la Orden, enseñaba que la confesión es un acto de justicia y amor: justicia porque reconocemos nuestras faltas y nos disponemos a repararlas, y amor porque nos acercamos confiados al Padre que nos acoge con misericordia. Así, la confesión no sólo restaura nuestra relación con Dios, sino que nos ayuda a ser mejores predicadores de su amor, viviendo con autenticidad nuestra fe.

En este tiempo somos invitados especialmente a acercarnos a este sacramento, ya que ayuda a prepararse espiritualmente para vivir la Pascua con un corazón limpio y en gracia de Dios. Muchas parroquias, capillas, conventos y monasterios ofrecen jornadas especiales de confesión antes de la Semana Santa, facilitando que los fieles puedan recibir este sacramento con mayor disposición. 

La Cuaresma es un camino de conversión, y la confesión es una puerta a la misericordia y la esperanza de Dios. "Arrepiéntanse y crean en el Evangelio" (Marcos 1, 15). No hay pecado tan grande que Dios no pueda perdonar si hay un corazón arrepentido. Su misericordia es infinita. La confesión nos devuelve la paz y nos llena de esperanza en el amor de Dios. En este tiempo de reflexión y conversión, la confesión nos permite reencontrarnos con Dios y renovar nuestra vida espiritual. Es una invitación a experimentar su amor, su misericordia y su gracia sanadora, preparándonos para celebrar con gozo la Resurrección de Cristo en la Pascua. Además, nos llena de esperanza, recordándonos que siempre podemos empezar de nuevo y que el amor de Dios es más grande que cualquier error.

Para ayudarnos a este proceso te compartimos algo que puede ayudarte

Salmo 50 para mejorar nuestras confesión

La Cuaresma es un tiempo de gracia, un llamado a la conversión, un camino que nos conduce a la luz de la Resurrección. Dios nos espera siempre con los brazos abiertos, dispuesto a perdonarnos y a darnos una nueva oportunidad para vivir en su amor. Recuerda que podemos hacer de la confesión un verdadero encuentro con la Verdad, que nos impulse a vivir en comunión con Dios y a ser predicadores fieles de su amor y misericordia.

Con Cariño Maru Rodriguez


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sábado, 16 de marzo de 2024

Meditamos el Evangelio del 5° Domingo de Cuaresma con Fray Carlos Nieto Moreira, OdeM.


Jeremías 31, 31-34 Salmo 50, 3-4. 12-13. 14-15 Hebreos 5, 7-9

Evangelio según San Juan (12, 20-33)


Entre los que habían llegado a Jerusalén para adorar a Dios en la fiesta de Pascua, había algunos griegos, los cuales se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le pidieron: “Señor, quisiéramos ver a Jesús”.


Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés y Felipe se lo dijeron a Jesús y él les respondió: “Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado. Yo les aseguro que si el grano de trigo, sembrado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde; el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se asegura para la vida eterna.


El que quiera servirme, que me siga, para que donde yo esté, también esté mi servidor. El que me sirve será honrado por mi Padre.


Ahora que tengo miedo, ¿le voy a decir a mi Padre:‘Padre, líbrame de esta hora’? No, pues precisamente para esta hora he venido. Padre, dale gloria a tu nombre”. Se oyó entonces una voz que decía: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”.


De entre los que estaban ahí presentes y oyeron aquella voz, unos decían que había sido un trueno; otros, que le había hablado un ángel. Pero Jesús les dijo: “Esa voz no ha venido por mí, sino por ustedes. Está llegando el juicio de este mundo; ya va a ser arrojado el príncipe de este mundo. Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”. Dijo esto, indicando de qué manera habría de morir.


Homilía de Fray Carlos Nieto Moreira, OdeM. 


Queremos verte y probarte Jesús


Un grupo de peregrinos expresa su profundo deseo de conocer a Jesús. Lo dicen sin vueltas: ¡Queremos ver a Jesús! Hay quienes dicen que comenzamos a ser cristianos cuando nos sentimos atraídos por Jesús y que entendemos algo de la fe cuando nos sentimos amados por Dios. ¿Cómo podremos seguir a Jesús si no nos sentimos atraídos por su estilo de vivir y morir? ¿Qué tendrá Él que nos atrae? Orando una primera respuesta, podemos decir que nos atrae porque nos ama, nos sana y porque nos ilumina: 


Te adoro (José María Rodríguez Olaizola SJ)


“Porque nos amas, tú el pobre.

Porque nos sanas, tú herido de amor.

Porque nos iluminas, aun oculto,

cuando la misericordia enciende el mundo.

Porque nos guías, siempre delante,

siempre esperando,

te adoro.


Porque nos miras desde la congoja

y nos sonríes desde la inocencia.

Porque nos ruegas desde la angustia

de tus hijos golpeados,

nos abrazas en el abrazo que damos

y en la vida que compartimos

te adoro.


Porque me perdonas más que yo mismo,

porque me llamas, con grito y susurro

y me envías, nunca solo.

Porque confías en mí,

tú que conoces mi debilidad

te adoro.


Porque me colmas

y me inquietas.

Porque me abres los ojos

y en mi horizonte pones tu evangelio.

Porque cuando entras en ella, mi vida

es plena

te adoro”.


Estemos siempre atentos en nuestra vida cotidiana para reconocer a los peregrinos que movilizan nuestra curiosidad para conocer cada vez más a Jesús. ¿Alguna vez te sucedió? Confíale tu gratuidad al Señor. 

También tengamos presente que, al centrar nuestra mirada interior o contemplación plena en Jesús, nos dejamos conmover por su vida entregada por un mundo más humano para todos. Jesús es un apasionado por el Reino de Dios.  Con la misma pasión nos llama, invita e interpela para servir, es decir, para colaborar y ser protagonista en su tarea. Una vez más, ser cristiano es estar donde estaba Jesús y ocuparse de las cosas que Él se ocupaba. En cada uno de nosotros, el Padre ve reflejado el rostro de su Hijo, así pues, también nosotros deberíamos ver a Cristo en cada uno de los demás. 

La idea de Jesús es clara: con la vida sucede lo mismo que con el grano de trigo que tiene que morir para producir fruto. Es lo que realmente dará fecundidad a la vida de todos. No se puede engendrar vida sin ofrecer la propia. Cuando uno ama y vive intensamente la vida, no puede vivir indiferente al sufrimiento grande o pequeño de las personas. Es esta solidaridad que nos cuesta mucha vida está presente la salvación y liberación. Salva quien comparte el dolor y se solidariza con el que sufre. ¡Esto no es de un día para otro! Para lograrlo hay que mirar a Jesús, hay que probarlo y, sobre todo hay que abandonarnos y confiar en Él. En la fecundidad de su Palabra como semilla verdadera. 


De casi a puro rezo (Hno. Fermín Gaínza)


Señor, cuando nos mandas a sembrar,

rebosan nuestras manos de riqueza: 

tu Palabra nos llena de alegría

cuando la echamos en la tierra abierta. 


Señor cuando nos mandas a sembrar, 

sentimos en el alma la pobreza:

lanzamos la semilla que nos diste

y esperamos inciertos la cosecha. 


Y nos parece que es perder el tiempo 

este sembrar en insegura espera. 

Y nos parece que es muy poco el grano

para la inmensidad de nuestras tierras. 


Y nos aplasta la desproporción

de tu mandato frente a nuestras fuerzas. 

Pero la fe nos hace comprender 

que estás a nuestro lado en la tarea. 


Y avanzamos sembrando por la noche

y por la niebla matinal. Profetas

pobres, pero confiados en que Tú

nos usas como humildes herramientas. 


Gloria a Tí, Padre bueno, que nos diste 

a tu Verbo, semilla verdadera, 

y por la Gracia de tu Santo Espíritu

la siembras con nosotros en la Iglesia. 

Amén.



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domingo, 10 de marzo de 2024

Meditamos el Evangelio del 4° Domingo de Cuaresma con Pbro Mauricio Giménez




Crónicas 36,14-16.19-23. / Salmo 137(136),1-2.3.4-5.6 / Efesios 2,4-10

Evangelio según San Juan 3,14-21.

Dijo Jesús: De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.» El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios.

Homilía del Pbro Mauricio Giménez

Nos encontramos en este domingo de cuaresma que la Iglesia a denominado laetare “de la alegría”, es un oasis dentro de la austeridad cuaresmal, el color propio es el rosado: la aurora de la salvación. En este contexto de alegría, los textos litúrgicos transmiten justamente una experiencia de liberación inesperada, gratuita y cuya primacía está dada por la intervención directa y prácticamente exclusiva de Dios, son una invitación a la confianza en un Dios que libera, cuya “misericordia se extiende de generación en generación”. En la primera lectura podemos ver una especie de diagnóstico de la situación del Pueblo de Dios, primero la denuncia profética contra el pueblo: por un lado, la idolatría los ha llevado a profanar el templo, el lugar de la presencia de Dios, por otro lado, Dios se compadece y envía mensajeros (los profetas) que son despreciados. El pueblo sufre las consecuencias de su mal comportamiento: La destrucción de la ciudad, del templo y la deportación. No cabría esperar ya nada más, todo ha sido destruido, Israel ha sido humillado hasta el extremo. La historia del Pueblo de Israel podría haber terminado ahí. Pero, inexplicablemente, surge un rey pagano bondadoso con el pueblo, Dios hace llegar la salvación de una manera inaudita para el Pueblo de Dios, sin mérito alguno de su parte, se les da la repatriación y un nuevo templo. Dios no se olvida de su promesa, Dios se “ha acordado de Jerusalén y la ha puesto por encima de todas sus alegrías”. Una enseñanza hermosa nos deja este texto: Nunca desesperar de la salvación de Dios: “el Señor se acuerda eternamente de su Alianza”.

En la segunda lectura san Pablo nos recuerda la gratuidad de la salvación, verdaderamente no pusimos ni podremos poner nunca algo que amerite delante del Padre una “retribución”, el comercio espiritual, el “tome y traiga” espiritual no nos sirve delante del Padre, porque Jesús asumió nuestra deuda y ya nos salvó. La actitud que nos sirve es la de la humilde acción de gracias y la disponibilidad diligente para la acción del Espíritu Santo que es Amor: con esa libertad nueva con la cual fuimos nuevamente creados podemos discernir qué “buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos.”

Desde la perspectiva de la gratuidad y la alegría podemos también mirar hoy el evangelio, Jesús nos recuerda la acción liberadora de Dios con su pueblo que había pecado, perdiendo la paciencia y renegando de Moisés y de Dios, la consecuencia del pecado es la mordedura de la serpiente (¿una alusión velada al primer pecado?), el pueblo reconoce su error pero, paradójicamente, esta vez la liberación surge de una prohibición: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra.” (Ex 20, 4 – 24), la liberación del
pecado (parece sugerir el texto) tiene que darse mirando la causa, pero como Dios quiere que se vea. En definitiva, es Dios que sana y libera a su pueblo. Cuando miramos a Jesús elevado en la cruz, vemos la causa de nuestros males: hemos despreciado el mensaje de amor de Dios por la humanidad, nuestra plenitud ha sido maltratada en extremo por nosotros mismos, creímos que, rechazando al Hijo, destruyendo su mensaje, podríamos vivir más felices. Pero el Dios Trinitario ha usado este error de discernimiento de la humanidad para mostrar que nos ama gratuitamente, que nos ama con nuestro rechazo, que nos ama sin esperar nada, a cambio de parte nuestra, que nos ama por amor y nos ofrece su amor gratuito por si quisiéramos aceptarlo: ¿Estamos dispuestos? ¿Estás dispuesto? 

Pidamos la gracia de la disponibilidad a su Amor por intercesión de la Virgen María y de san José. La experiencia de la gratuidad nos hará vivir en la verdadera alegría

Homilías de Cuaresma:





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viernes, 8 de marzo de 2024

Mujeres que seguían a Jesús... - Hna Graciela Correa Brito OP

      



A lo largo del camino y en algunos pasajes del Antiguo testamento, la Palabra nos ha mostrado el obrar de Dios en la vida de muchas mujeres como Sara y Ana, Noemí y Ruth, Esther y Judith. Pero en los evangelios, San Lucas nos dice en el capítulo 8 que a “Jesús le acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades:  María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que le servían con sus bienes”.

Le acompañaban algunas mujeres que tuvieron un encuentro personal con Jesús. En el relato se cita a María Magdalena; mirarla a ella considerada apóstol de los apóstoles, a quien Jesús envía a anunciar a los discípulos que había resucitado, es poner la mirada en su historia de salvación. Es testimonio de la obra de la gracia que actúa en nuestra naturaleza y debilidad.  Una mujer reconocida como pecadora pública, la cual, postrada a sus pies demostró su amor a Jesús rompiendo el frasco de perfume, bañando con sus lágrimas los pies del Señor y por ese gesto le fueron perdonados sus numerosos pecados porque demostró mucho amor. 

María Magdalena, mujer de una búsqueda perseverante. Ella amaba a Jesús, se sabía amada y perdonada, amiga del Señor a quién algunos Padres de la Iglesia la identifican con María de Betania, la que sentada a sus pies lo escuchaba, era esencial cuidar esa intimidad con el Amigo, por eso pudo percibir antes de la subida a Jerusalén que la Hora del Señor estaba cerca y ese gesto de ternura revela el corazón de toda mujer que sabe ser presencia en el dolor, consuelo, sostén y refugio. Mujer que sale de madrugada a buscar al Señor, por lo que esa fidelidad le valió el ser la primera en verlo Resucitado.

 A la luz de la palabra, hoy podemos rezar y agradecer el don de ser mujer.  Mujeres que siguen a Jesús, que lo sirven con sus bienes espirituales y materiales, pero al mismo tiempo mujeres que han experimentado la misericordia de Dios en su miseria, el perdón de los pecados, la salvación y liberación. Mujeres de una fe grande como la Cananea: “mujer, ¡qué grande es tu fe…!” (Mt 15, 28) Mujeres que fueron levantadas: “Talitá Kum”, “Muchacha, a ti te digo, ¡levántate!” (Mc 5,28) como la hija de Jairo; mujeres sanadas en sus heridas más hondas, como la hemorroisa, que había gastado dinero en numerosos médicos y que con un acto de fe: “bastará tocar su manto”(Mc 5, 28)  quedó curada; mujeres que mendigan amor como la samaritana: “dame de beber”, ( Jn 4,15) y recibió un Agua Viva. Estas mujeres representan la situación de muchas mujeres que caminan siendo sal y luz en medio de lo cotidiano

La mujer por excelencia que supo acoger la Palabra que se encarnó en sus entrañas es María, nuestra madre, quien ha conocido el gozo de la Anunciación, la Encarnación y el Nacimiento de Jesús y al mismo tiempo supo de la angustia al huir a Egipto y al perder el Niño. Conoció el dolor de las partidas de su esposo, San José, y de Jesús en la cruz.

Madre, Mujer, Esposa y Discípula que acompaña el peregrinar de la Iglesia y que con su oración y protección sigue cuidando y guiando la vida de sus hijos. Bajo su manto ponemos a todas las mujeres en este día y que Ella nos regale la fortaleza y la sabiduría para seguir a Jesús con disponibilidad de corazón para que Jesús pueda decir de cada una de nosotras:  “… todo el que cumpla la voluntad de mi Padre Celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12,50)

Autora: Hna Graciela Correa Brito OP

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viernes, 1 de marzo de 2024

¿Cómo sobrevivir a la cuaresma y no perdernos en el intento?


Un nuevo año, una nueva cuaresma que ya está con nosotros, un tiempo litúrgico especial que nos invita a prepararnos para algo grande. Para quienes no creen, una parte más del año. Para los cristianos, una nueva oportunidad de hacer las cosas de manera diferente. 

Cuaresma, una nueva oportunidad… ¿desperdiciada?

Puede que al iniciar esta cuaresma hayas planteado objetivos a cumplir antes de la pascua. O tal vez seas de los cristianos que se dejan llevar por el tiempo a ver cómo avanza. Quizás seas de aquellos que ni se enteraron que la cuaresma ya estaba sobre nosotros. No te preocupes, no hablaremos aquí de cómo te tomó esta cuaresma, sino de cómo la terminarás. 

Normalmente, si nos preocupamos de nuestra vida espiritual, en algún momento de la cuaresma (a veces es más de un momento), comenzaremos a plantearnos objetivos a cumplir antes de que la cuaresma termine. Tal vez rezar más, asistir a misa con más devoción, ayudar más a la gente… Pero, extrañamente, solemos terminar la cuaresma preguntándonos dónde quedaron esos objetivos. Parece que cada año, sin importar cuanto lo intentemos, terminamos reprochándonos por no cumplir aquello que prometimos.

No te asustes, no quiero criticar tus objetivos. Plantearnos objetivos para crecer en nuestra vida espiritual es sumamente importante. Debemos tener siempre una sed de grandeza, de buscar cosas grandes, necesitamos la locura de la santidad. Siempre plantearnos el ir más allá es parte del camino. Tenemos que animarnos a soñar en grande.

Pero la pregunta sigue en pie, ¿por qué siempre terminamos fallando la mayoría de los objetivos que nos planteamos en este tiempo? Voy a arriesgar una respuesta: porque la mayoría de los objetivos que nos proponemos miran a lo que YO QUIERO para este tiempo y raramente miran a AQUEL al que debería QUERER ENCONTRAR en este tiempo.

Nos olvidamos que la cuaresma es un camino de encuentro con Aquel que me ama. Mi vida espiritual no es un trabajo que hago en soledad, es un camino con el amado. ¿Por qué no comienzo con preguntar que es lo que él me pide para este tiempo?


El tiempo y tu tiempo

Seamos sinceros, no nos sobra el tiempo. Te diré algo, no importa si trabajas, si estudias o si tienes todo día libre, no tendrás tiempo para las cosas espirituales si no luchas por ellas. Aunque tengas muchas horas libres en tu día, si te descuidas, ni siquiera tendrás esas horas, porque pasarán cuando tu no estas prestando atención. Por eso no perdamos el tiempo pensando en la mansión espiritual que vas a construir esta cuaresma, sino que comencemos preparando los cimientos. Para eso nos plantearemos la primera pregunta: ¿qué me pide la santa madre iglesia en este tiempo? La oración colecta de la misa de miércoles de ceniza puede ayudarnos:


“Dios nuestro, acompaña con tu benevolencia

los comienzos de nuestro camino penitencial

para que nuestras prácticas exteriores

expresen la sinceridad de nuestro corazón…”


La respuesta está en las “prácticas exteriores” que son el ayuno, la limosna y la oración. Practicas que deben estar siempre en la vida del cristiano, pero que en este tiempo deben acrecentarse.


Las practicas exteriores: Oración, ayuno y limosna

SI estas avanzado en tu vida espiritual, tal vez las claves que te daré a continuación te parezcan poca cosa. Recuerda que la vida cristiana tiene un piso (un mínimo) pero no tiene un techo. No te conformes con lo poco si puedes alcanzar lo mucho. Pero tampoco busques lo mucho si no puedes alcanzar este mínimo.


La oración

Nuestra vida siempre es un combate, ya nos lo afirmaba el libro de Job “¿No es una milicia lo que hace el hombre en la tierra...?” (Jb 7,1) Y los cristianos tenemos la certeza de que ese combate se gana con la oración. Este tiempo de cuaresma es para que la oración que tengas, poca o mucha, se intensifique. La oración es nuestra fuerza en la debilidad, es dialogo de amor, es encuentro reparador. ¿Por qué le escapas a ese momento?


Algunas claves de ayuda para la oración:

¿No tienes tiempo? ¡Prográmalo! Y luego respeta esa palabra que te diste. ¿Cómo?:

Como mínimo:  Siempre una palabra al Señor a la mañana. 

Siempre un agradecimiento al Señor en la noche.

Siempre darle gracias por el alimento. ¡Bendice tu comida! 


Me es difícil o no puedo dar gracias en mi trabajo o bendecir la comida porque hay gente que no comparte mi fe. No importa, usa tus pensamientos para dar gracias y pedir la bendición del Señor. 

Alguno podrá decirme: “¡Tenemos que demostrar que somos cristianos ante todos! No podemos ocultar que somos cristianos.” Si tú puedes hacerlo, Bendito sea el Señor. Si no puedes o no lo haces, hazlo al menos mentalmente.

Si sueles “olvidarte” de rezar a la mañana y a la noche, pon en tu mesa de luz un papel pegado con una frase: “Bendito seas Señor…” y completa con una palabra o frase como, por ejemplo: Bendito seas Señor por este día. Te aseguro que harás el hábito de rezar cada vez que entres a tu cuarto.

Toma una hoja de papel y escribe en ella, varias veces, el inicio del Ave María (Dios te salve María…). Corta cada trozo y ponlos en lugares o cosas que frecuentas (si estudias, ponlo en las hojas de tu libro o cuaderno). Cada vez que lo veas sigue la oración. 

La misa del domingo no es una opción, es una necesidad. Este domingo el Señor te espera.

Tal vez la oración cueste al principio, tal vez te distraigas mucho. Tu haz oración, aunque tu mente no esté donde tú estás. La oración es un dialogo que puede ser muy imperfecto de nuestra parte, pero siempre es perfecto de parte de Aquel que te ama, te escucha y te habla. Persevera y veras que la oración te transforma y que toda tu vida puede (y debe) convertirse en oración. 


El ayuno (y la abstinencia)

El ayuno tiene la doble función de poder ofrecer algo al Señor, hacer un sacrificio (sacrificio, sacrum-facere, hacer sagrado) y la de aprender a dominar las pasiones. Se nos pide un mínimo. Ofrece algo, prívate de algo por amor. La abstinencia implica privarnos de carne en ciertos días.

Recordemos que el cristiano no es un masoquista. No ayunamos para hacernos sufrir, sino por amor. El ayuno no es un fin en sí mismo, sino que es un camino de encuentro.

La Madre Iglesia nos pide que ayuno y abstinencia el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, y la abstinencia de carne también los otros viernes de cuaresma. (Cf. CIC 1251)

“La ley de la abstinencia obliga a los que han cumplido catorce años; la del ayuno, a todos los mayores de edad, hasta que hayan cumplido cincuenta y nueve años.” (CIC 1252)

Ayuno implica mucho más que privar al cuerpo de alimentos, implica aprender a apartar nuestra mirada de las cosas terrenas y dirigirlas más hacia el Cielo. No basta con privarnos de alimentos si no somos capaces de refrenar nuestras pasiones, nuestra crítica destructiva, nuestros enojos… 


Algunas claves de ayuda para el ayuno

Recuerda los días de ayuno y abstinencia.

Recuerda que el ayuno no es el objetivo en sí mismo, sino que es para acercarte más al Señor. 

“Me cuesta mucho ayunar”

-Comienza con privarte de algo por amor. Y hazlo conscientemente.

-¡Hazlo oración! Esa factura, ese dulce que está sobre la mesa, ese pedacito de pizza que querías comer… déjalo ahí y dile al Señor: “Por ti Señor y por aquellos que sufren necesidad.”

Los viernes nada de carne. Ese asadito, puede esperar al sábado.

“Padre, yo ayuno los cuarenta días de cuaresma”

-El ayuno implica penitencia y los domingos son festivos… ¡no se ayuna en domingo!

-La caridad empieza por uno mismo, ¿qué fuerza tendrás para trabajar o para orar si no comes?


La limosna

Para el cristiano la limosna es esencial. Nace del corazón que se conmueve por la necesidad de los demás. Toda nuestra vida debe ser vista como don y debe ser ofrecida como don. No es dar las cosas que me sobran, sino aprender a privarme de algo por amor y ofrecerlo a alguien que lo necesite.

La limosna está estrechamente vinculada con la oración y el ayuno. La oración ablanda mi corazón y me hace ver las cosas desde una nueva perspectiva. Me hace consciente de mis hermanos, especialmente aquellos que más lo necesitan. El ayuno me ayuda a privarme de cosas por amor. La limosna me ayuda a poner en obra mi amor, ofreciendo aquello de lo que me he privado para saciar la necesidad de un hermano.


Algunas claves de ayuda para la limosna

Ese bizcochuelo que sueles hacer para el mate, esa leche que ibas a tomar con tu café, ese suéter que tanto te gusta… ofrécelo. Llévalos a un merendero, a un comedor. 

“No tengo nada material que pueda ofrecer.”

-Sonríe más en tu trabajo

-En tu casa, con los tuyos… ¡la mejor de tus actitudes! 

-Ofrece tu oído a quién lo necesite, aunque sea en ese tiempo que no tienes.

-Saluda, aunque no recibas un saludo a cambio.

Se perseverante, empieza por el mínimo, pero no te quedes en el mínimo. Si has hecho las cosas bien, al menos habrás conseguido el hábito de la oración en esta cuaresma. ¡No lo pierdas! Haz logrado algo grandioso.


¡Que el Señor bendiga tu vida y tu camino cuaresmal!



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