domingo, 10 de marzo de 2024

Meditamos el Evangelio del 4° Domingo de Cuaresma con Pbro Mauricio Giménez




Crónicas 36,14-16.19-23. / Salmo 137(136),1-2.3.4-5.6 / Efesios 2,4-10

Evangelio según San Juan 3,14-21.

Dijo Jesús: De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.» El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios.

Homilía del Pbro Mauricio Giménez

Nos encontramos en este domingo de cuaresma que la Iglesia a denominado laetare “de la alegría”, es un oasis dentro de la austeridad cuaresmal, el color propio es el rosado: la aurora de la salvación. En este contexto de alegría, los textos litúrgicos transmiten justamente una experiencia de liberación inesperada, gratuita y cuya primacía está dada por la intervención directa y prácticamente exclusiva de Dios, son una invitación a la confianza en un Dios que libera, cuya “misericordia se extiende de generación en generación”. En la primera lectura podemos ver una especie de diagnóstico de la situación del Pueblo de Dios, primero la denuncia profética contra el pueblo: por un lado, la idolatría los ha llevado a profanar el templo, el lugar de la presencia de Dios, por otro lado, Dios se compadece y envía mensajeros (los profetas) que son despreciados. El pueblo sufre las consecuencias de su mal comportamiento: La destrucción de la ciudad, del templo y la deportación. No cabría esperar ya nada más, todo ha sido destruido, Israel ha sido humillado hasta el extremo. La historia del Pueblo de Israel podría haber terminado ahí. Pero, inexplicablemente, surge un rey pagano bondadoso con el pueblo, Dios hace llegar la salvación de una manera inaudita para el Pueblo de Dios, sin mérito alguno de su parte, se les da la repatriación y un nuevo templo. Dios no se olvida de su promesa, Dios se “ha acordado de Jerusalén y la ha puesto por encima de todas sus alegrías”. Una enseñanza hermosa nos deja este texto: Nunca desesperar de la salvación de Dios: “el Señor se acuerda eternamente de su Alianza”.

En la segunda lectura san Pablo nos recuerda la gratuidad de la salvación, verdaderamente no pusimos ni podremos poner nunca algo que amerite delante del Padre una “retribución”, el comercio espiritual, el “tome y traiga” espiritual no nos sirve delante del Padre, porque Jesús asumió nuestra deuda y ya nos salvó. La actitud que nos sirve es la de la humilde acción de gracias y la disponibilidad diligente para la acción del Espíritu Santo que es Amor: con esa libertad nueva con la cual fuimos nuevamente creados podemos discernir qué “buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos.”

Desde la perspectiva de la gratuidad y la alegría podemos también mirar hoy el evangelio, Jesús nos recuerda la acción liberadora de Dios con su pueblo que había pecado, perdiendo la paciencia y renegando de Moisés y de Dios, la consecuencia del pecado es la mordedura de la serpiente (¿una alusión velada al primer pecado?), el pueblo reconoce su error pero, paradójicamente, esta vez la liberación surge de una prohibición: “No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra.” (Ex 20, 4 – 24), la liberación del
pecado (parece sugerir el texto) tiene que darse mirando la causa, pero como Dios quiere que se vea. En definitiva, es Dios que sana y libera a su pueblo. Cuando miramos a Jesús elevado en la cruz, vemos la causa de nuestros males: hemos despreciado el mensaje de amor de Dios por la humanidad, nuestra plenitud ha sido maltratada en extremo por nosotros mismos, creímos que, rechazando al Hijo, destruyendo su mensaje, podríamos vivir más felices. Pero el Dios Trinitario ha usado este error de discernimiento de la humanidad para mostrar que nos ama gratuitamente, que nos ama con nuestro rechazo, que nos ama sin esperar nada, a cambio de parte nuestra, que nos ama por amor y nos ofrece su amor gratuito por si quisiéramos aceptarlo: ¿Estamos dispuestos? ¿Estás dispuesto? 

Pidamos la gracia de la disponibilidad a su Amor por intercesión de la Virgen María y de san José. La experiencia de la gratuidad nos hará vivir en la verdadera alegría

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