sábado, 17 de febrero de 2024

Meditamos el Evangelio del 1° Domingo de Cuaresma con Fray Emiliano Vanoli OP


Génesis 9, 8-15 Salmo 24, 4bc-5ab. 6-7bc. 8-9 R/ Primera carta del apóstol san Pedro 3,18-22


Evangelio según san Marcos 1, 12-15


En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto.

Se quedó en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás; vivía con las fieras y los ángeles lo servían.

Después de que Juan, fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio».

Homilía de Fray Emiliano Vanoli OP:

Comenzar algo siempre implica un desafío, y embarcarse en algo nuevo amplifica ese desafío. Superar la inercia, dejar atrás prejuicios e inseguridades, explicarse a uno mismo y a los demás; todas estas son experiencias inherentes a la vida. A veces se siente como si tuviéramos que liberarnos de una fuerza de gravedad que nos mantiene arraigados, impidiéndonos elevarnos hacia nuestro destino.

En este proceso de empezar algo nuevo, podemos encontrar inspiración en la vida de Jesús. Él también tuvo que dar inicio a su vida pública, encaminándose por el camino que su Padre le señalaba: la misión de proclamar la Buena Noticia de que Dios se hizo hombre para que el hombre pudiera ser como Dios. Para ello, el Espíritu lo lleva al desierto (Mc. 1, 12-13), un lugar bíblicamente asociado con discernimiento, preparación y prueba.

A diferencia de Adán y Eva, tentados por Satanás y seducidos por el deseo de ser como Dios sin Dios, Jesús rechaza la tentación. En su caso, la tentación consistía en seguir un camino de salvación basado en la fuerza y el poder político (Marcos lo explicitará más adelante). Jesús triunfa, aceptando la voluntad de su Padre de padecer por nosotros para nuestra salvación. Un signo de ello es la armonía restaurada con la creación, indicando que "estaba entre los animales del campo y los ángeles lo servían", según lo describe Marcos.

Preparado de esta manera, Jesús inicia su mensaje: "conviértanse y crean" (Mc. 1, 14-15). Estas son las mismas palabras que se nos dirigieron al recibir las cenizas el miércoles pasado, marcando el comienzo de la Cuaresma. Ahora, también para nosotros, se inicia un período de 40 días, al igual que el Señor, para discernir, prepararnos y someternos a prueba.

Iniciar cualquier actividad conlleva su dificultad, pero emprender un camino de conversión hacia Dios es aún más desafiante, especialmente después de las vacaciones y el carnaval. Por eso, es crucial aprovechar los signos que nos ayudan a ser conscientes y sumergirnos en este tiempo, desde la imposición de cenizas hasta los actos que se nos insta a profundizar en esta etapa: ayuno, limosna y oración.

Estas prácticas cuaresmales no son simples gestos externos de devoción; son medios para reiniciar nuestros corazones, contraponiéndonos a la fuerza de gravedad de la rutina diaria que muchas veces nos atrapa y nos impide salir de nosotros mismos y dirigirnos hacia el amor a Dios y al prójimo. El ayuno, la limosna y la oración no son meros esfuerzos para obtener algo, sino caminos para amar más y mejor. En este proceso radica la salvación que nos trae el Señor, ya que, al amar, nos asemejamos a Él, que es amor.

En medio de la vorágine de nuestras ocupaciones y las numerosas distracciones que suelen generarnos ansiedad, la Cuaresma y sus prácticas deben ayudarnos a parar, simplificar nuestras vidas y escuchar en el corazón el llamado del Señor. Hoy nos dice, una vez más: "Conviértete y cree en el Evangelio", es decir, "vuélvete a mí y confía".


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