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domingo, 22 de diciembre de 2024

4° Domingo de Adviento - Homilía del P. Juan Manuel Gómez






Miqueas 5,1-4a. - Salmo 80(79),2ac.3b.15-16.18-19 - Hebreos 10,5-10

Evangelio según San Lucas 1,39-45.

María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor".


Homilía del P. Juan  Manuel Gómez


“De ti, nacerá el que debe gobernar a Israel ¡Y él mismo será la paz! “(Cf. Miq. 5, 1. 4)

 “Emmanuel, nuestro Dios está con nosotros. Y si Dios está con nosotros ¿Quién podría estar contra nosotros? “(Canción “Immanuel” de Michael Card)

 

Estamos celebrando el último Domingo de este tiempo de preparación, del tiempo de Adviento, que nos abre al misterio profundo del amor y la ternura de Dios con nosotros. La Palabra de Dios nos presenta cómo Dios se manifiesta, se revela y se hace presente entre nosotros.

En la profecía de Miqueas, el Señor se revela en la pequeñez: la pequeña Belén, la pequeñez del que va a nacer, la pequeñez de su madre. Y allí nos manifiesta que Él está con nosotros y viene con la firmeza del pastor que nos apacienta, que nos sostiene con la fuerza del Amor, y él es nuestra paz que se extiende por toda la tierra. ¡Qué fuerte para nosotros pensar que en nuestra pequeñez Dios nacerá! Nuestro Dios está con nosotros y viene a visitarnos.

Ciertamente en el adviento resuena constantemente la expresión VEN SEÑOR (Marana thá). Y Jesús es Dios que viene “para todos aquellos que viven en la sombra de la muerte, para todos aquellos que tropiezan en las tinieblas”[1] y surge como la gran luz. “Si Dios está con nosotros ¿quién podrá estar contra nosotros?”[2]

La Carta a los Hebreos nos relata que nuestro Señor al venir a nosotros hace una entrega total de sí mismo. “Esto es mi cuerpo que se entrega por ustedes”[3] , escuchamos en las palabras que pronuncia en la última cena y que el sacerdote en su memoria pronuncia en cada Eucaristía. Belén, que significa la casa del pan, es manifestación de aquello que compartimos en cada Eucaristía, en cada misa. Dios viene a ser el sustento de la vida de los hombres, es el pan de los hombres peregrinos

Jesús viene a hacer la voluntad de Dios: que todos sus hijos se salven. Así mismo nos da el ejemplo de lo que él espera de nosotros, la entrega total y personal de cada uno por los demás. El cuerpo de un bebé frágil que llora y que necesita de otros es el signo visible de todos los que lloran y nos necesitan hoy.

Y allí aparece “la estrella del mar” que nos guía y orienta en el camino, María, nuestra Madre, la servidora del Señor, para manifestar y revelarnos en su sencillez que así como Dios está con nosotros y “ha visitado y redimido a su pueblo”[4], tenemos que visitar a los demás.  Al visitarnos “el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte , para guiar nuestros pasos por el camino de la paz”[5] todos somos capaces de hacer por los demás lo mismo que él hace por nosotros.

En el relato de la Visitación que San Lucas nos presenta en su Evangelio vemos claramente que, así como la visita de María a Isabel, todos estamos llamados a salir de nosotros mismos en gestos concretos que comunican solidaridad y vida por nuestros hermanos.

La alegría por la venida del Niño Dios, la alegría de la navidad, tiene que manifestarse en nosotros en alabanzas a Dios, como aclaman María e Isabel, pero también en servicialidad y disponibilidad para todos, especialmente a los que sufren, los que viven en la fragilidad de esta vida, tenemos que pensar en los demás. Y allí verdaderamente Dios se manifiesta, Dios resplandece.

Nos decía el papa Benedicto XVI: “La escena de la Visitación expresa la belleza de la acogida: donde hay acogida recíproca, escucha, espacio para el otro, allí está Dios y la alegría que viene de Él.”[6]

¡Qué diferente y plena sería nuestra Navidad si nos animamos a imitar a María visitando a cuantos viven en dificultad y acogiendo a nuestros hermanos!

“De tí nacerá el Señor”.  Este último tramo del adviento oremos con sincero corazón, contemplemos el pesebre, miremos a María, escuchemos al Señor que viene a visitarnos y digámosle: Quiero nacer contigo, queremos nacer en esta Navidad a una vida plena. Ven a nacer Señor en nuestra vida y ayúdanos a ir al encuentro, acogerte, recibirte y amarte en el hermano que viene y que sufre.

Este es precisamente el don sorprendente de la Navidad: Jesús ha venido por cada uno de nosotros y en él nos ha hecho hermanos. Que todos podamos vivir y compartir la alegría de esta Navidad. En vos Dios se manifiesta para los que están cansados, para los que en la oscuridad de la noche anhelan la luz.

¡Animáte a ser Navidad!

En los pesebres de nuestros corazones acunemos a Jesús y dejemos que su ternura, dulzura y amor nos impulsen a anunciar sus maravillas. Dios está con nosotros, nuestro Dios ya viene y de ti nacerá el Salvador.

Los invito a preparar el corazón para la Navida, con esta canción: https://www.youtube.com/watch?v=g0hPJ5EYxAo



[1] Cf. Lc. 1, 79.

[2] Cf. Rom. 8, 31.

[3] Cf. Lc. 22, 19.

[4] Cf. Lc. 1, 68.

[5] Cf. Lc. 1, 78-79

[6] Benedicto XVI, “Ángelus” Plaza de San Pedro, 23 de diciembre de 2012.



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sábado, 2 de noviembre de 2024

Meditamos el Evangelio de este Domingo con P. Pablo Jesús Panozzo


Lecturas del día: Deuteronomio 6,1-6. Salmo 18(17),2-3a.3bc-4.47.51ab.Carta a los Hebreos 7,23-28.


Evangelio según San Marcos 12,28b-34.


Un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Cuál es el primero de los mandamientos?».

Jesús respondió: "El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor;

y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas.

El segundo es: Amarás a tu prójimo como a tí mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos".

El escriba le dijo: "Muy bien, Maestro, tienes razón al decir que hay un solo Dios y no hay otro más que él,

y que amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios".

Jesús, al ver que había respondido tan acertadamente, le dijo: "Tú no estás lejos del Reino de Dios". Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.



Homilía del P. Pablo Jesús Panozzo

Jesús estaba teniendo una controversia con los fariseos y los maestros de la ley, y uno de ellos se acerca para hacerle una pregunta: ¿Cuál es el primero de los mandamientos? Cabe destacar que esta no es una pregunta cualquiera; no es como si se preguntara algo sencillo. Esta pregunta surge desde el corazón de un maestro de la ley, un especialista en el tema. Por eso, la pregunta hace referencia, más que a un simple deseo de saber, a una especificación, a una orientación.

En el Antiguo Testamento, los escribas conocían perfectamente la ley. Debemos considerar que ellos tenían más de 600 prescripciones, y ante esta cantidad, es necesario discernir cuál es el primero y el más importante.

La respuesta de Jesús, como siempre, va al corazón de la cuestión; es contundente: Amarás al Señor tu Dios y a tu prójimo como a ti mismo. Es una respuesta extremadamente simple pero, al mismo tiempo, profundamente significativa. Creo que en este punto debemos adoptar la actitud de este escriba, que no dijo: "Ah, sí, ya conozco esto". Sino que, por el contrario, permitiéndose ser interpelado profundamente, dejó que estas palabras resonaran en su corazón.

Vamos a profundizar: Oye, Israel, es una expresión hermosa con la que Jesús comienza, haciendo referencia al Antiguo Testamento, pero mostrando, además, dónde comienza el amor: en escuchar, en aprender a oír. Todo comienza con la fe; todo comienza cuando nos atrevemos a escuchar a Dios, quien es nuestro único Señor. Ante esto, podemos preguntarnos: ¿Quién es Dios para mí? ¿Hay un solo Dios en mi corazón? Esto es importante, porque nuestro corazón tiende a muchos amores, y esto lo divide constantemente. ¿Cómo es nuestra vida? ¿En qué gastamos el tiempo? ¿En qué o en quién pensamos más? Estas preguntas nos ayudan a descubrir hacia dónde se dirige nuestro corazón. ¿Hacia dónde corremos todo el día? Podemos pasar todo el día escuchándonos a nosotros mismos, convirtiéndonos en nuestros propios dioses, por ejemplo. La invitación es esta: escuchemos a Dios, dejemos atrás todos esos ídolos y escuchemos su corazón de profunda misericordia. Si pasamos el día oyendo cosas que no son de Dios, terminaremos amando solo eso. Cuando amamos algo que no es Dios y lo ponemos en su lugar, nuestro amor se desorienta, se pierde, y se convierte en fuente de profunda angustia, de un vacío existencial, porque solo Dios puede amarnos sin medida, en la medida que nuestro corazón requiere.

Este domingo, Jesús nos dice: Oye, Israel, pero nosotros podemos colocar nuestro nombre personal allí y sentir que Dios nos invita a ponerlo en primer lugar, a escuchar Su corazón palpitante de amor por nosotros.

Este Escucha, Israel también nos ayuda a centrar nuestro amor y llevarlo a plenitud, porque, muchas veces la tentación es reducir el amor únicamente al prójimo. Amar al prójimo es una gran tarea y una misión difícil, pero sin Dios se convierte en un mero altruismo, y nuestra vocación cristiana exige mucho más. Escuchar a Dios implica conocerlo profundamente; significa conocer nuestra fe, tener razones profundas para nuestra fe. Parafraseando a Chiara Luce Badano, podemos decir "No podemos ser analfabetos de nuestra fe" y, ciertamente, "no podemos amar lo que no conocemos".

Escuchar a Dios, como escuchar a cualquier persona, requiere silencio en el corazón. Para escucharlo necesitamos frenar los ruidos que nos aturden, aprender a reconocerlos y ordenarlos en nuestra vida. Es en el silencio del corazón donde descubrimos la belleza del amor de Dios, que luego nos permitirá encontrarlo en el “ruido” del amor al prójimo.

Por lo tanto, amar a Dios implica, ciertamente, conocerlo, entrar en Su presencia, estudiarlo y meditar en Él.

Ese amor que nos envuelve cuando lo escuchamos nos abre inmediatamente a los demás. Nos hace querer escuchar también a Dios en el prójimo, donde Él se manifiesta de un modo particular, donde hace oír Su voz, que podemos reconocer si antes la escuchamos en la intimidad del encuentro con Él y en el estudio de Su ser.

Escuchar al prójimo, desde el corazón de Dios, conocer su historia, el paso de Dios por su vida y sus necesidades, nos ayuda a comprenderlo sin juzgarlo y, por tanto, a amarlo con mayor verdad y transparencia. Escuchar al prójimo también implica hacer silencio en el corazón, callar las voces de nuestro orgullo, prestar atención con profundo interés y vaciar el corazón para recibir el don del otro con total gratitud y disponibilidad.

Oír a Dios nos abre al amor al prójimo, y por eso Jesús une los dos amores: se trata de una misma capacidad de amar que despliega su máxima expresión en amar a Dios y al prójimo como consecuencia. Reconocer a Dios en Su grandeza y darle en el corazón el lugar que le corresponde como Dios nos permite luego ordenar nuestra capacidad de amor hacia los demás.

Cabe destacar que todo esto se ve de modo sublime en Jesús, quien nos ama de esta manera. Él escuchó la voz de Su Padre en la profunda comunión de la Trinidad, conoció el rostro misericordioso de Dios y fue impulsado a comunicarnos ese amor, a escuchar nuestro corazón, donde reconoce la huella eterna de Dios en cada uno de nosotros, creados por Él con un amor sublime. 


El padre Pablo Jesús es un evangelizador digital, lleva la misión de anunciar la Buena Nueva en la Web con videos muy divertidos. Te invitamos a visitar sus redes: Instagram y  Tiktok




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sábado, 21 de septiembre de 2024

Meditamos el Evangelio del Domingo con P. Matías Burgui.



Lecturas del domingo: Libro de la Sabiduría 2,12.17-20. Salmo 54(53),3-4.5.6.8. Epístola de Santiago 3,16-18.4,1-3.


Evangelio según San Marcos 9,30-37.


Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no quería que nadie lo supiera,

porque enseñaba y les decía: "El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará".

Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas.

Llegaron a Cafarnaún y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: "¿De qué hablaban en el camino?".

Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande.

Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: "El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos".

Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo:

"El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado".


Homilía por el Pbro. Matías Burgui.


Sincronizarnos con los pensamientos de Dios. 


¿Qué pasa cuando nuestra vida, nuestro corazón, nuestra mente, lo que esperamos, nuestras expectativas, nuestros sueños, nuestros proyectos, están totalmente desfasados de lo que Jesús nos viene a decir? Bueno, es lo que nos comenta el evangelio de este domingo. El Señor les dice, les anuncia a los discípulos que va a sufrir, que va a ser entregado para dar su vida y que va a resucitar.


¿Qué pasa con los discípulos? Se están preocupando por quién es el más grande entre ellos. Una lógica totalmente diferente de la que el Señor les quiso compartir en todo este tiempo. 

¿Qué pasa cuando vos y yo también estamos en una sintonía distinta? Bueno, a veces parece que Jesús nos habla en FM y nosotros tenemos el corazón en AM y parece irreconciliable, pero la Buena Noticia es que discerniendo, yendo a lo que Jesús va mostrando en el evangelio, que es hacerse como niños, en el servicio al hermano, en no pretender los primeros lugares, en lo pequeño, en lo sencillo y en lo escondido, ahí podemos reconocer ese paso de Dios en nuestra vida. 


Por eso, pregúntate, ¿cómo estás viviendo la búsqueda de la voluntad de Dios? ¿Te estás preguntando lo que Dios de verdad quiere para tu vida? ¿Te estás animando a hacer buenas preguntas? ¿O ya querés tener todas las respuestas? ¿O creés que te las sabes todas? Humildad para poder sincronizar nuestro corazón con los pensamientos de Dios. Sinceridad para conocernos y para conocerlo a Él. Humildad para poder también ponernos en clave de servicio a los hermanos. Es necesario que nos hagamos pequeños, que nos hagamos como niños y que dejemos que Dios sea Dios. 

No quieras tener todo bajo control, poné todo en manos de Jesús.


Te invitamos a conocer al Padre Matías, sacerdote de la Parroquia San Cayetano de la Arquidiócesis de Bahia Blanca y Evangelizador Digital.

Instagram: p.matiasburgui


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sábado, 7 de septiembre de 2024

Meditamos el Evangelio del Domingo con Fr. Josué González Rivera OP


Libro de Isaías 35,4-7a. Salmo 146(145),7.8-9a.9bc-10. Epístola de Santiago 2,1-7.


Evangelio según San Marcos 7,31-37.


Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis.

Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos.

Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua.

Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: "Efatá", que significa: "Ábrete".

Y enseguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar normalmente.

Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban

y, en el colmo de la admiración, decían: "Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos".


Homilía Por Fray Josué González Rivera OP


Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos


En la actividad pública de Jesús, él predica y obra portentos que hacen presente la realidad del Reinado de Dios en medio del mundo. En este domingo nos encontramos en las lecturas con el tema de la curación, pero no realizada de cualquier forma, contemplemos que es la sanación en especial de los débiles y marginados. Recordemos que, en ese tiempo, la enfermedad implicaba estar en pecado, por lo tanto, la curación también tenía aspectos de una reconciliación. 


Al reflexionar en el tema de la liturgia de este domingo pienso en la curación milagrosa que quiere hacer el Señor de las sorderas y la mudez que nos aíslan del mundo, dejándonos incomunicados de nuestros prójimos, encerrados en lo propio, apartándonos a nuestras hermanas y hermanos, inclusive, apartándonos de Dios. Por ello, las palabras que aquí comparto se orientan hacia esa “apertura” que nos sana de nuestros encierros.


Levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: “Efatá”, que significa: “Ábrete”. 


La condición del sordo y mudo o tartamudo, más allá de ser una limitación física, nos confronta con una metáfora potente sobre la condición humana. Reflexionemos por un momento sobre lo que esta condición simboliza: observar y sentir el mundo sin la capacidad de participar plenamente en él. Es como vivir “bloqueados”, privados de la voz del otro, atrapados en un monólogo interior donde el diálogo se vuelve imposible. Esta imagen nos invita a considerar cuántos de nosotros, aunque con todas nuestras capacidades intactas, nos hacemos sordos y mudos ante la realidad que nos rodea, incapaces de conectarnos verdaderamente con los demás.


Si levantamos la mirada y observamos el mundo actual, nos encontramos con un panorama de crecientes polarizaciones. Hoy en día, las diferencias se alzan como murallas insuperables. Políticas, sociales, culturales, económicas, religiosas: las divisiones se multiplican y profundizan, creando una sensación de desconexión que trasciende lo meramente discursivo para instalarse en las relaciones cotidianas. Incluso dentro de la misma Iglesia, reflejando las tendencias del mundo, nos vemos atrapados en un juego de etiquetas y adjetivos que desvirtúan la riqueza del diálogo auténtico y la comunión en la diversidad.


Buscando comprender este fenómeno, se ha popularizado el concepto de “brechas ideológicas” (además de las ya conocidas brechas generacionales y económicas, entre otras), dando cuenta de aquellas fisuras que nos separan y nos aíslan en burbujas de pensamiento, donde el eco de nuestras propias voces acalla cualquier disonancia externa. Nos hemos vuelto expertos en marcar distancias, pero inexpertos en tender puentes. Como dice el Papa Francisco, nos formamos una “cultura de la exclusión”. Esta situación nos interpela profundamente: ¿acaso no estamos todos, de alguna manera, sordos y callados ante el clamor del otro, encapsulados en nuestras propias certezas? 


Llevantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: “Efatá”, que significa: “Ábrete”. 


Jesús, tras sus controversias con los fariseos y escribas acerca de lo puro e impuro, decide salir del territorio judío, adentrándose en regiones que pertenecían a otras provincias romanas. Las ciudades mencionadas al inicio del Evangelio eran habitadas por personas que, en su mayoría, no pertenecían al pueblo judío. Aunque el texto no lo menciona explícitamente, una tradición sugiere que el sordomudo al que Jesús sana podría haber sido un pagano, lo que subraya la apertura del mensaje evangélico a los gentiles. Estos pueblos, alejados de la promesa de Israel, vivían en exclusión e incomunicación, privados de oír la Palabra de Dios. Santiago nos exhorta a no olvidar a estos despreciados, recordándonos la universalidad del mensaje de Cristo que trasciende fronteras y prejuicios.


El milagro que realiza Jesús retoma las prácticas comunes de la época. Para unos intérpretes, que el Señor simplemente no le imponga las manos confirmaría que no es judío. Jesús eleva la mirada al cielo, un gesto que simboliza una íntima comunicación con el Padre, y con un profundo suspiro, canaliza una fuerza suprahumana. Con la palabra "Efatá", un término arameo que significa "Ábrete", Jesús no solo sana la sordera física, sino que revela un poder trascendente que abre al individuo a una nueva dimensión de fe y entendimiento.


A diferencia de los curanderos de esa época, que buscaban notoriedad mediante la exhibición de sus poderes, Jesús actúa con una discreción notable. Aparta al enfermo de la multitud y le pide guardar silencio sobre el milagro. Sin embargo, el acto de sanación, cargado de un significado mesiánico que cumple las promesas anunciadas por Isaías, no puede permanecer oculto. A pesar de la prohibición de Jesús, la noticia se difunde, y las personas reconocen en sus acciones la manifestación de la salvación prometida. El que Jesús abra los oídos del sordo significa en este contexto que él puede regalar la inteligencia, necesaria para la fe. Sin esa gracia, el hombre es un sordo respecto del evangelio.


Llevantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: “Efatá”, que significa: “Ábrete”. 


Beda, el venerable, interpretaba que: “es sordo el que no oye la palabra de Dios; y mudo el que no propaga la confesión de la fe”. Esta sordera y mudez espiritual no se limitan a aquellos que desconocen la Palabra, sino que muchas veces nos alcanza a nosotros mismos, atrapados en nuestras propias limitaciones y temores. El Papa Francisco nos recuerda que, con frecuencia, nos encerramos en nosotros mismos, creando islas inaccesibles donde la apertura y el diálogo son imposibles: “la pareja cerrada, la familia cerrada, el grupo cerrado, la parroquia cerrada, la patria cerrada… Y esto no es de Dios. Esto es nuestro, es nuestro pecado”. Esta tendencia a la cerrazón se manifiesta en todos los niveles de nuestra vida. 


El desafío que se nos presenta hoy es redescubrir la capacidad de escucha y romper con los bloqueos que nos impiden dialogar genuinamente. Aprender a dejar de vernos como adversarios y apostar por el reencuentro con los hermanos en la búsqueda común de la verdad y el bien. Jesús nos invita a dar un paso valiente: pasar de una cultura de la exclusión a una cultura del encuentro.

Este milagro nos llama a la curación, a la reconciliación, a abrirnos primeramente a la voz de Dios y después a compartir su Palabra con aquellos que no la han escuchado o que la han olvidado, ahogada bajo las preocupaciones y los engaños del mundo. Que podamos, con la gracia de Dios, ser verdaderos instrumentos de su paz, escuchando, dialogando y construyendo puentes que unan, en lugar de muros que dividan.


Hoy, más que nunca, el llamado es claro: abrir nuestros oídos, abrir nuestras bocas y abrir nuestros corazones, confiando en Aquel que todo lo hace bien, esforcémonos por llevar el mensaje de esperanza y sanación a un mundo que clama por reconciliación y encuentro.


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sábado, 31 de agosto de 2024

Meditamos el Evangelio del Domingo con P. Abel Alfaro



Lecturas del día: Deuteronomio 4,1-2.6-8. Salmo 15(14),2-3a.3cd-4ab.4cd-5 Epístola de Santiago 1,17-18.21b-22.27


Evangelio según San Marcos 7,1-8.14-15.21-23.


Los fariseos con algunos escribas llegados de Jerusalén se acercaron a Jesús, y vieron que algunos de sus discípulos comían con las manos impuras, es decir, sin lavar.

Los fariseos, en efecto, y los judíos en general, no comen sin lavarse antes cuidadosamente las manos, siguiendo la tradición de sus antepasados; y al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones. Además, hay muchas otras prácticas, a las que están aferrados por tradición, como el lavado de los vasos, de las jarras y de la vajilla de bronce.

Entonces los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: "¿Por qué tus discípulos no proceden de acuerdo con la tradición de nuestros antepasados, sino que comen con las manos impuras?".

El les respondió: "¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, en el pasaje de la Escritura que dice: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.

En vano me rinde culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos.

Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres".

Y Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: "Escúchenme todos y entiéndanlo bien.

Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre.

Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios,

los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. 

Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre".


Homilía por el Pbro. Abel Alfaro 


"El Más Acá de las Apariencias"


Amigos, soy el padre Abel y hoy quiero hablarles de algo que nos toca muy de cerca: el verdadero significado de nuestra fe. El Evangelio de Marcos 7, 1-8. 14-15. 21-23 nos ofrece una reflexión que sigue siendo muy relevante en nuestra vida diaria. 


En el tiempo de Jesús, los fariseos eran conocidos por su obsesión con las reglas y las tradiciones. Eran un grupo de líderes religiosos que se enfocaban en cumplir rigurosamente las normas ceremoniales y de pureza. Para ellos, la apariencia externa era todo. Ellos vivían el verdadero postureo. Si seguías al pie de la letra todas las reglas de la ley de Moisés, estabas bien con Dios. Tené en cuenta que eran 613 preceptos. Muchos de ellos considerados prácticas rituales y actitudes que norman aspectos básicos de la vida cotidiana, como cuantos pasos podías dar en el día sábado, por ejemplo.


Jesús viene a sacudir esta visión. En su confrontación con ellos les trata con firmeza tratando de mostrar el verdadero espíritu de la relación con Dios. El maestro les recuerda que no es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre (la exterioridad), sino lo que sale de ella (lo que está arraigado adentro nuestro). Señala que lo que nos aleja de Diosa menudo surge del corazón, de nuestras intenciones y pensamientos.


Pensemos la cultura en la que nacemos y de la cual somos hijos, ¿cuántas veces nos dejamos llevar por las apariencias? Vivimos en una era en la que las redes sociales y la presión por mantener una imagen perfecta pueden hacernos olvidar lo que realmente importa. La pregunta es: ¿estamos más enfocados en cómo nos ven los demás o en quiénes somos realmente por dentro?


A veces, uno siente que tiene que mostrarse fuerte, exitoso y feliz, aunque por dentro pueda estar pasando por un momento difícil. La fragilidad propia de la naturaleza humana esta mal vista.  Puede que te sientas atrapado entre la necesidad de cumplir con las expectativas de los demás y tu propia realidad interna. Es una presión constante, y reconozcámoslo, muchas veces, lo que vemos en las redes no es más que una máscara. Nos muestran la versión editada y brillante de la vida, mientras que la verdad de nuestros corazones puede ser mucho más complicada.


En nuestra relación con Dios también es fácil caer en la trampa de realizar actos de culto como una mera rutina: ir a misa, rezar, cumplir con las prácticas religiosas. Estas acciones son importantes, pero lo que realmente cuenta es el corazón que las sostiene. Dios no se interesa solamente en los rituales que realizamos, sino en la sinceridad con la que nos acercamos a Él. Los sacramentos son eficaces por sí mismos, nunca están vacíos. El que no deja que ejerzan su efecto es el hombre. Vos y yo. 


Dios busca una relación auténtica, una conexión real y profunda. Él quiere que nuestras oraciones, nuestro culto y nuestras acciones de fe fluyan desde un corazón transformado y sincero.


Les animo a que, al vivir nuestra fe, no solo sigamos las reglas externas sino que permitamos que nuestra relación con Dios sea una expresión genuina de lo que llevamos dentro. Que nuestras prácticas religiosas reflejan una vida interior llena de amor, compasión y autenticidad. No se trata de aparentar, sino de vivir nuestra fe de manera profunda y real.


En fin, la buena noticia del evangelio de hoy es el llamado que Jesús nos hace a concentrarnos en el más acá de las apariencias, es decir, en el corazón, la sede de los sentimientos más profundos y el lugar de la toma de decisiones. Es un llamado a una relación auténtica con Él, a una relación viva y personal, transformadora, capaz de hacer salir de nosotros un modo de proceder que refleje el evangelio de Jesús en lo cotidiano de cada día. 


Te invitamos a conocer al Padre Abel, sacerdote de la Arquidiócesis de Mendoza y Evangelizador Digital.

Instagram: @p.abel_


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sábado, 24 de agosto de 2024

Meditamos el Evangelio del Domingo con Fr. Emiliano Vanoli OP


Lecturas del día: Josue 24,1-2a.15-17.18b. Salmo 34(33),2-3.16-17.18-19.20-21.22-23. Efesios 5,21-33.


Evangelio según San Juan 6, 60-69.


Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: "¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?".

Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: "¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen". En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: "Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede". Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: "¿También ustedes quieren irse?". Simón Pedro le respondió: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios".


Homilía de Fray Emiliano Vanoli OP


Punto de decisión


Seguramente todos podemos reconocer en nuestra vida esos momentos particulares en los cuales una decisión que tomamos marcó un rumbo con consecuencias importantes. Más allá de las pequeñas decisiones cotidianas que van preparando otras más grandes, existen esas grandes decisiones que ponen en juego algo fundamental. El estudio, el trabajo, la familia, y la amistad suelen ser el campo de juego habitual de estos puntos de decisión, pero entra aquí también la relación con Dios.


 La Palabra de Dios nos presenta este domingo esta situación, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. En el primero, por medio de Josué las tribus que conforman el Pueblo de Israel, luego de cruzar el río Jordán y antes de entrar en posesión de la tierra prometida, son interpeladas para que tomen una decisión: o sirven al Señor, o sirven al dios de la tierra en la que acaban de entrar.


En el Evangelio es Jesús quien plantea este punto de decisión a sus discípulos: “¿También ustedes quieren irse?” Jesús acaba de presentar la exigencia fundamental, la novedad absoluta que trae para vivir la relación con Dios: comer su carne y beber su sangre. Esto es, adherir y entrar en comunión con él, con su humanidad, para poder alcanzar a Dios. A este pasaje se le llama la “crisis de Galilea”, por el lugar donde sucede, y porque a partir de entonces “muchos de sus discípulos se alejaron de Él y dejaron de acompañarle.”


Más allá de tratarse de dos puntos de decisión cruciales, a mil años de distancia entre sí, las motivaciones y la perspectiva de futuro son muy distintas. En el caso del pueblo de Israel se deciden a seguir al Señor fundamentalmente por recordar todos los beneficios y prodigios que Dios había hecho por ellos y teniendo a la mira el cumplimiento de la promesa: entrar en posesión de una tierra que mana leche y miel.


Pero en el caso de Jesús es diferente. Ante su pregunta: «¿También ustedes quieren irse?», los discípulos deciden quedarse, expresando su fe y su amor de manera elocuente a través de Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios». Sin desconocer el bien que han encontrado en Jesús, los doce se deciden en contra de la mayoría de los discípulos que lo abandona, y, fundamentalmente, teniendo presente un futuro que aún no comprenden pero que los aterra: el camino de la cruz. En definitiva, se deciden por Jesús no por lo recibido sino porque lo aman y confían en Él.


Todos enfrentamos puntos de decisión, antes o después. Y aunque hayamos sido bautizados y confirmados de niños, en algún momento debemos tomar una decisión personal con relación a Jesús. Tal vez, en una primera aproximación, como en el Antiguo Testamento, pesarán mucho los beneficios recibidos y por recibir. Pero antes o después, si queremos madurar en la fe y entrar realmente en el misterio de Cristo, debemos confrontar las palabras de Jesús, pero esta vez dirigidas personalmente a cada uno: “¿Tú también quieres irte?”


¿Por qué querría uno dejar de seguir a Jesús? Porque la vida no es como esperaba, porque el Señor no parece cumplir lo que le pido, porque la Iglesia no es como antes o aún no es lo que debería ser, porque el obispo hace tal o cual cosa, o deja de hacer tal o cual otra, porque en mi comunidad no se aman como se lee en el Nuevo Testamento, porque… porque… porque… 


Decidirse por Jesús es asumir que uno no tiene todas las respuestas, ni todas las soluciones, que en el mundo existe el pecado. Decidirse por Jesús es querer caminar con él, poniendo en práctica el mensaje del amor que se entrega incluso hasta que duele física, moral o intelectualmente. Decidirse por Jesús es darle todo el peso al amor y la confianza en Él.

Por eso, llegado nuestro punto de decisión en la relación con Jesús, pidamos al Padre la gracia de poder decir junto a nuestros hermanos, sencilla y sentidamente las palabras de Pedro: Señor, ¿a quién iremos? ¡Tú tienes palabras de vida eterna! ¡Yo creo que tú eres Dios!



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