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sábado, 18 de mayo de 2024

Meditamos el Evangelio de Pentecostés por Fray Emiliano Vanoli OP



Hechos de los Apóstoles 2,1-11. Salmo 104(103),1ab.24ac.29bc-30.31.34. Carta de San Pablo a los Gálatas 5,16-25.


Evangelio según San Juan 15,26-27.16,12-15.


En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:

«Cuando venga el Paráclito que yo les enviaré desde el Padre, el Espíritu de la Verdad que proviene del Padre, él dará testimonio de mí.

Y ustedes también dan testimonio, porque están conmigo desde el principio.

Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora.

Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo.

El me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes.

Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: 'Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes'."


Homilía por Fray Emiliano Vanoli OP 


Pentecostés: historia de fondo y final en suspenso

Este capítulo de la vida de la Iglesia naciente, recibiendo la promesa del Espíritu Santo en el Cenáculo, tiene como toda buena historia un flashback, o historia de fondo, y un final en suspenso (enganche para lo que sigue o cliffhanger).  

Flashback: en el Jardín del Edén, nos dice el Génesis, Dios creo a la primera pareja a su imagen y en amistad con él. Conexión y gozo total, con Dios y con el prójimo. Pero el ser humano, tentado, lo rechazó, pretendió lo mismo, pero sin “depender” de Dios, como si esta dependencia, que era filial y gozosa, fuera un menoscabo para su libertad. Pecado de orgullo. 


Y este es el punto que interesa al capítulo de nuestra historia: gracias a su inteligencia y capacidad de autodeterminación para obrar, el ser humano gozaba de libertad. Obrar significaba entonces tanto como “obrar bien”, y este protagonismo en hacer el bien le daba un protagonismo enorme en la obra de Dios, una realización plena de su ser, una satisfacción total. Pero pecar significó perder esta capacidad de alcanzar el bien, y la libertad quedó reducida a su mínimo: solo elegir, de manera penosa, errática, e incluso deseando el mal para los demás y para uno mismo. De protagonista a mero actor de reparto. Y así entran en escena el odio, el homicidio, la guerra, la muerte, etc.


Vuelta al presente de nuestra historia: Dios se hizo hombre para capacitarnos nuevamente a ser protagonistas del bien, recuperando la comunión con él; y su estrategia fue presentarse cara a cara (la encarnación) y declararnos su amor hasta el extremo de entregar su vida, a fin de que lo volvamos a aceptar en nuestras vidas. Así Dios respetó su propia creación, aún malograda y herida, porque sabía que eligiéndolo libremente se seguiría para nosotros un bien mucho más grande. No es fácil, pero el nos asegura su auxilio si nos disponemos a recibirlo.


Suspenso o enganche: el Espíritu Santo descendió en el Cenáculo y capacitó a los apóstoles para la aventura de anunciar el Evangelio. ¿Cómo sigue esto? Todo el libro de los Hechos de los Apóstoles y las Cartas son la secuela de esta historia, con sus viajes, concilios, decisiones dramáticas, milagros, discusiones, naufragios, esfuerzos, resistencias externas e internas, y la inexorable expansión de la buena noticia. 


Aplicación hoy: ese mismo Espíritu es el que recibimos cada uno de nosotros en el bautismo, cuando nuestros padres tomaron la hermosa decisión de que no fuéramos solo sus hijos, sino también hijos de Dios. Nuestra libertad fue robustecida por la vida divina, y Cristo habitó en nosotros para suscitar sus sentimientos, pensamientos y acciones. Cada uno de nosotros es protagonista de esta historia y tiene toda la vida por delante, en suspenso, busca y espera realizar en dramático despliegue la aventura de llevar a Cristo a los demás y de transformar las realidades de este mundo según el Evangelio: paz, amor, misericordia, consuelo, fraternidad, etc. ¡Vaya aventura!


Final: parte del atractivo de una buena serie o película es que su final sea imprevisible; coherente, realizador, plenificante de toda la historia, que se haga cargo de todos los cabos sueltos… pero imprevisto. Aquí nos apartamos de toda imaginería humana, porque nosotros sí sabemos cómo concluye la historia en general, y nuestra historia en particular, si somos fieles. Y, sin embargo, como los niños que en su capacidad de admiración quieren escuchar siempre su cuento favorito por hallar un gusto indescriptible en la anticipación, podemos también en la vida gozarnos, aún entre esfuerzos y dificultades, al anticipar la inexorable (aunque nadie sabe cuándo) y gloriosa manifestación de aquel a quién amamos: nuestro Señor Jesús. Con esta historia de fondo y el suspenso de esta venida,

¿cómo vas a vivir tu vida?


¿Sabias que el papa Francisco nos invitó a vivir el año de la Oración? Más información aquí




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sábado, 8 de junio de 2019

"PENTECOSTÉS" - MONSEÑOR ANGELELLI




SOBRE PENTECOSTÉS Y LA LABOR DEL CATEQUISTA, HABLÓ  MONS. ANGELELLI (1)

El obispo diocesano, monseñor Enrique Angelelli, dedicó la homilía de la misa radial de ayer a destacar la significación del día de Pentecostés en que se conmemora la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia. A la vez, por ser iglesia misionera por naturaleza, instó a los hombres y mujeres de toda la diócesis que sientan el llamado de Cristo a ser catequistas en el medio en que actúan.

Comenzó citando el Libro de los Hechos de los Apóstoles: “Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés (50 días después de Pascua). De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían posándose encima de cada uno. Se llenaron todos del Espíritu Santo
y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu Santo les sugería…María estaba con los discípulos…”.
“En este día - prosiguió Angelelli - queremos hacer, como la Iglesia de Cristo permanentemente asistida y rejuvenecida por la presencia viva del Espíritu Santo, este acto de fe recitando el artículo del Credo que hemos aprendido desde niños: Creo en la Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica. Y era impulsada y movida por el Espíritu Santo la confesión que hacía una mujer de nuestro pueblo antes de morir: ‘como madre que he engendrado a mis hijos, le pido a Cristo perdón por los posibles pecados de ellos, sí en la vida que llevan hubiesen ofendido e injuriado alguna vez a la Iglesia, que es también Madre de ellos…pido esto antes de morir a mi Madre la Iglesia; y les pido a ellos que siempre les sean fieles…’. Confesar nuestra fe en la Iglesia, como lo hacía esta mujer antes de morir, es hacer nuestra confesión pública en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. La Iglesia es una obra estupenda de la Santísima Trinidad. Allí tiene su origen. Por eso, al pretender entenderla y comprenderla con las solas luces de la razón y equipararla a cualquier sociedad humana, corremos el riesgo de no comprender este regalo y misterio de Dios. Por eso, decimos: Creo en la Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica”.

“Y cuando en el año 1962 los sucesores de los apóstoles que son los obispos, veníamos de todas las regiones de la Tierra con nuestra lengua, historia y raza, traíamos las esperanzas y los sufrimientos de cada pueblo, región y continente y junto a la tumba de Pedro recitábamos el Credo y el Padre Nuestro y celebrábamos la misma Eucaristía - explicó enseguida - vivíamos un Pentecostés de la Iglesia y entregábamos al mundo la gran esperanza y respuesta a los más acuciantes problemas. Esto sucedía en el Concilio Vaticano Segundo. Y cuando Pablo VI peregrinó a las Naciones Unidas y en medio de esa gran asamblea de responsables de pueblos y razas, anunciaba el Mensaje de la Paz como fruto del Evangelio de Cristo, era hacer presente la presencia viva del Espíritu Santo por su muerte y resurrección. Pentecostés es el fruto de la Pascua”.

Más adelante puntualizó que, “por obra del Espíritu Santo, Dios se hizo hombre, tomando un nombre y se llamó Jesucristo. Y por obra de este mismo Espíritu Santo sigue encarnándose en la pobre carne humana. Por eso, a Dios se lo encuentra y a Dios se lo ha de amar en la carne de los hombres. Sólo así se entiende aquellos de San Juan: ‘Quien dice amar a Dios que no ve, y no ama a su hermano a quien ve, es un mentiroso...”.

La Iglesia misionera

Indicó enseguida que “este Pentecostés nos debe hacer reflexionar muy seriamente en esa cualidad fundamental que tiene la Iglesia. Ella nació misionera. Nuestra Diócesis de La Rioja será más fiel al Espíritu Santo si vivimos esta exigencia: somos misioneros todos los cristianos. Esto supone asumir una tarea recibida por Cristo y animada y asistida por el Espíritu Santo: ‘Así como mi Padre me envió, así Yo envío a ustedes…’. ‘Vayan por el mundo a predicar el Evangelio a toda criatura…’. Tener la fuerza y la gracia para cumplir esta tarea, es obra del Espíritu Santo. No solamente los sacerdotes y las religiosas tienen la misión de anunciar el Evangelio; la tienen todos los hombres cualquiera sea su condición”.

Pentecostés y el Año Santo

Expresó luego que “este Pentecostés nos invita también a repensar nuevamente todo lo que nos exige el Año Santo. Porque hablar de ‘año de la reconciliación’ es hablar de la obra que el Espíritu Santo realiza en nosotros. En el bautismo se nos convirtió en templos vivos del Espíritu Santo. Toda la comunidad cristiana es comunidad de testigos de las ‘maravillas’ que obra el Espíritu Santo en los hombres. Sólo así podemos entender lo que diariamente recogemos de personas de corazón sencillo y recto que, con el testimonio de sus palabras, nos están diciendo que en ellas hay una presencia viva de Dios”.

En la parte final de la homilía, el obispo expresó: “Decíamos que la Iglesia es, por naturaleza, misionera. Por eso hoy, día de Pentecostés, quiero hacer el mismo gesto que hizo Cristo a sus apóstoles. Lo quiero hacer especialmente con todos los catequistas de la diócesis. Hermanos catequistas, Cristo los ha llamado a cumplir una misión muy grande: anunciar el Evangelio a sus hermanos. Esos hermanos son, concretamente, los niños que preparan para la comunión o la confirmación. Son los grupos que ayudan a reflexionar juntos el Evangelio. Son ustedes, hermanas maestras de pueblos, personas mayores o jóvenes, mujeres u hombres que sienten vivamente este llamado de Cristo para ser catequistas en el medio donde se encuentran. Reciban en nombre de Cristo, oficialmente, esta misión que el Obispo les confía en la diócesis. Les pido a los párrocos o a quienes presiden comunidades que hagan algún gesto concreto donde se destaque esta misión de ser catequista en la propia comunidad.

Que María nos ayude a vivir en la vida de Pentecostés”.

1 El texto de esta homilía corresponde al publicado en el diario El Independiente, lunes 3 de junio de 1974


Redes sociales oficiales de la beatificación de Monseñor Angelelli y compañeros mártires: (FacebookTwitter e Instagram). 



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sábado, 3 de junio de 2017

EVANCAT - "PENTECOSTÉS" - “LA IGLESIA, COMUNIÓN DEL ESPÍRITU SANTO”



Libro de los Hechos de los Apóstoles 2,1-11. 

Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse. Había en Jerusalén judíos piadosos, venidos de todas las naciones del mundo. Al oírse este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Con gran admiración y estupor decían: "¿Acaso estos hombres que hablan no son todos galileos? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye en su propia lengua? Partos, medos y elamitas, los que habitamos en la Mesopotamia o en la misma Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia Menor, en Frigia y Panfilia, en Egipto, en la Libia Cirenaica, los peregrinos de Roma, judíos y prosélitos, cretenses y árabes, todos los oímos proclamar en nuestras lenguas las maravillas de Dios". 

Evangelio según San Juan 20,19-23. 

Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: "¡La paz esté con ustedes!". Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: "¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes". Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan". 

Catecismo de la Iglesia Católica

 “LA IGLESIA, COMUNIÓN  DEL ESPÍRITU SANTO”


767 "Cuando el Hijo terminó la obra que el Padre le encargó realizar en la tierra, fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés para que santificara continuamente a la Iglesia" (LG 4). Es entonces cuando "la Iglesia se manifestó públicamente ante la multitud; se inició la difusión del evangelio entre los pueblos mediante la predicación" (AG 4). Como ella es "convocatoria" de salvación para todos los hombres, la Iglesia, por su misma naturaleza, misionera enviada por Cristo a todas las naciones para hacer de ellas discípulos suyos (cf. Mt 28, 19-20; AG 2,5-6).

768 Para realizar su misión, el Espíritu Santo "la construye y dirige con diversos dones jerárquicos y carismáticos" LG 4). "La Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador y guardando fielmente sus mandamientos del amor, la humildad y la renuncia, recibe la misión de anunciar y establecer en todos los pueblos el Reino de Cristo y de Dios. Ella constituye el germen y el comienzo de este Reino en la tierra" (LG 5).

813 La Iglesia es una debido a su origen: "El modelo y principio supremo de este misterio es la unidad de un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo, en la Trinidad de personas" (UR 2). La Iglesia es una debido a su Fundador: "Pues el mismo Hijo encarnado, Príncipe de la paz, por su cruz reconcilió a todos los hombres con Dios... restituyendo la unidad de todos en un solo pueblo y en un solo cuerpo" (GS 78, 3). La Iglesia es una debido a su "alma": "El Espíritu Santo que habita en los creyentes y llena y gobierna a toda la Iglesia, realiza esa admirable comunión de fieles y une a todos en Cristo tan íntimamente que es el Principio de la unidad de la Iglesia" (UR 2). Por tanto, pertenece a la esencia misma de la Iglesia ser una: ¡Qué sorprendente misterio! Hay un solo Padre del universo, un solo Logos del universo y también un solo Espíritu Santo, idéntico en todas partes; hay también una sola virgen hecha madre, y me gusta llamarla Iglesia (Clemente de Alejandría, paed. 1, 6, 42).

1152 Signos sacramentales. Desde Pentecostés, el Espíritu Santo realiza la santificación a través de los signos sacramentales de su Iglesia. Los sacramentos de la Iglesia no anulan, sino purifican e integran toda la riqueza de los signos y de los símbolos del cosmos y de la vida social. Aún más, cumplen los tipos y las figuras de la Antigua Alianza, significan y realizan la salvación obrada por Cristo, y prefiguran y anticipan la gloria del cielo.

1226 Desde el día de Pentecostés la Iglesia ha celebrado y administrado el santo Bautismo. En efecto, S. Pedro declara a la multitud conmovida por su predicación: "Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo" (Hch 2,38). Los Apóstoles y sus colaboradores ofrecen el bautismo a quien crea en Jesús: judíos, hombres temerosos de Dios, paganos (Hch 2,41; 8,12-13; 10,48; 16,15). El Bautismo aparece siempre ligado a la fe: "Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa", declara S. Pablo a su carcelero en Filipos. El relato continúa: "el carcelero inmediatamente recibió el bautismo, él y todos los suyos" (Hch 16,31-33).



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miércoles, 31 de mayo de 2017

EL AGUA VIVA DEL ESPÍRITU SANTO

El agua que yo le dé se convertirá en él en manantial de agua viva, que brota para comunicar vida eterna. Se nos habla aquí de un nuevo género de agua, un agua viva y que brota; pero que brota sólo sobre los que son dignos de ella. Mas, ¿por qué el Señor da el nombre de agua a la gracia del Espíritu? Porque el agua es condición necesaria para la pervivencia de todas las cosas, porque el agua es el origen de las plantas y de los seres vivos, porque el agua de la lluvia baja del cielo, porque, deslizándose en un curso siempre igual, produce efectos diferentes. Diversa es, en efecto, su virtualidad en una palmera o en una vid, aunque en todos es ella quien lo hace todo; ella es siempre la misma, en cualquiera de sus manifestaciones, pues la lluvia, aunque cae siempre del mismo modo, se acomoda a la estructura de los seres que la reciben, dando a cada uno de ellos lo que necesitan.

De manera semejante, el Espíritu Santo, siendo uno solo y siempre el mismo e indivisible, reparte a cada uno sus gracias según su beneplácito. Y, del mismo modo que el árbol seco, al recibir el agua, germina, así también el alma pecadora, al recibir del Espíritu Santo el don del arrepentimiento, produce frutos de justicia. Siendo él, pues, siempre igual y el mismo, produce diversos efectos, según el beneplácito de Dios y en el nombre de Cristo.

En efecto, se sirve de la lengua de uno para comunicar la sabiduría; a otro le ilumina la mente con el don de profecía; a éste le da el poder de ahuyentar los demonios; a aquél le concede el don de interpretar las Escrituras. A uno lo confirma en la temperancia; a otro lo instruye en lo pertinente a la misericordia; a éste le enseña a ayunar y a soportar el esfuerzo de la vida ascética; a aquél a despreciar las cosas corporales; a otro más lo hace apto para el martirio. Así, se manifiesta diverso en cada uno, permaneciendo él siempre igual en sí mismo, tal como está escrito: A cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu para común utilidad.

Su actuación en el alma es suave y apacible, su experiencia es agradable y placentera y su yugo es levísimo. Su venida va precedida de los rayos brillantes de su luz y de su ciencia. Viene con la bondad de genuino protector; pues viene a salvar, a curar, a enseñar, a aconsejar, a fortalecer, a consolar, a iluminar, en primer lugar, la mente del que lo recibe y, después, por las obras de éste, la mente de los demás.

Y, del mismo modo que el que se hallaba en tinieblas, al salir el sol, recibe su luz en los ojos del cuerpo y contempla con toda claridad lo que antes no veía, así también al que es hallado digno del don del Espíritu Santo se le ilumina el alma y, levantado por encima de su razón natural, ve lo que antes ignoraba.

De las Catequesis de san Cirilo de Jerusalén, obispo
(Catequesis 16, Sobre el Espíritu Santo, 1, 11-12. 16: PG 33, 931-935. 939-942)


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sábado, 14 de mayo de 2016

Domingo de Pentecostés y Catecismo



Evangelio según San Juan 14,15-16.23b-26. 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. 
Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: Jesús le respondió: "El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis palabras. La palabra que ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les digo estas cosas mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he dicho.» 

Pentecostés

731 El día de Pentecostés (al término de las siete semanas pascuales), la Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como Persona divina: desde su plenitud, Cristo, el Señor (cf. Hch 2, 36), derrama profusamente el Espíritu.

732 En este día se revela plenamente la Santísima Trinidad. Desde ese día el Reino anunciado por Cristo está abierto a todos los que creen en El: en la humildad de la carne y en la fe, participan ya en la Comunión de la Santísima Trinidad. Con su venida, que no cesa, el Espíritu Santo hace entrar al mundo en los "últimos tiempos", el tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía no
consumado:

Hemos visto la verdadera Luz, hemos recibido el Espíritu celestial, hemos
encontrado la verdadera fe: adoramos la Trinidad indivisible porque ella nos ha
salvado (Liturgia bizantina, Tropario de Vísperas de Pentecostés; empleado
también en las liturgias eucarísticas después de la comunión)

741 "El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables" (Rm 8, 26). El Espíritu Santo, artífice de las obras de Dios, es el Maestro de la oración (esto será el objeto de la cuarta parte del Catecismo).

1076 El día de Pentecostés, por la efusión del Espíritu Santo, la Iglesia se manifiesta al mundo (cf SC 6; LG 2). El don del Espíritu inaugura un tiempo nuevo en la "dispensación del Misterio": el tiempo de la Iglesia, durante el cual Cristo manifiesta, hace presente y comunica su obra de salvación mediante la Liturgia de su Iglesia, "hasta que él venga" (1 Co 11,26). Durante este tiempo de la Iglesia, Cristo vive y actúa en su Iglesia y con ella ya de una manera nueva, la propia de este tiempo nuevo. Actúa por los sacramentos; esto es lo que la Tradición común de Oriente y Occidente llama "la Economía sacramental"; esta consiste en la comunicación (o "dispensación") de los frutos del Misterio pascual de Cristo en la celebración de la liturgia "sacramental" de la Iglesia.

1287 Ahora bien, esta plenitud del Espíritu no debía permanecer únicamente en el Mesías, sino que debía ser comunicada a todo el pueblo mesiánico (cf Ez 36,25-27; Jl 3,1-2). En repetidas ocasiones Cristo prometió esta efusión del Espíritu (cfLc 12,12; Jn 3,5-8; 7,37-39; 16,7-15; Hch 1,8), promesa que realizó primero el día de Pascua (Jn 20,22) y luego, de manera más manifiesta el día de Pentecostés (cfHch 2,1-4). Llenos del Espíritu Santo, los Apóstoles comienzan a proclamar "las maravillas de Dios" (Hch 2,11) y Pedro declara que esta efusión del Espíritu es el signo de los tiempos mesiánicos (cf Hch 2, 17-18). Los que creyeron en la predicación apostólica y se hicieron bautizar, recibieron a su vez el don del Espíritu Santo (cf Hch 2,38).

2623 El día de Pentecostés, el Espíritu de la promesa se derramó sobre los discípulos, "reunidos en un mismo lugar" (Hch 2, 1), que lo esperaban "perseverando en la oración con un mismo espíritu" (Hch 1, 14). El Espíritu que enseña a la Iglesia y le recuerda todo lo que Jesús dijo (cf Jn 14, 26), será también quien la formará en la vida de oración.



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viernes, 13 de mayo de 2016

SI NO ME VOY, EL ABOGADO NO VENDRÁ A VOSOTROS



Habían sido ya cumplidos los designios de Dios sobre la tierra; pero era del todo necesario que fuéramos hechos partícipes de la naturaleza divina de aquel que es la Palabra, esto es, que nuestra vida anterior fuera transformada en otra diversa, empezando así para nosotros un nuevo modo de vida según Dios, lo cual no podía realizarse más que por la comunicación del Espíritu Santo.

Y el tiempo más indicado para que el Espíritu fuera enviado sobre nosotros era el de la partida de Cristo, nuestro Salvador.

En efecto, mientras Cristo convivió visiblemente con los suyos, éstos experimentaban -según es mi opinión- su protección continua; mas, cuando llegó el tiempo en que tenía que subir al Padre celestial, entonces fue necesario que siguiera presente, en medio de sus adictos, por el Espíritu, y que este Espíritu habitara en nuestros corazones, para que nosotros, teniéndolo en nuestro interior, exclamáramos confiadamente: «Padre», y nos sintiéramos con fuerza para la práctica de las virtudes y, además, poderosos e invencibles frente a las acometidas del demonio y las persecuciones de los hombres, por la posesión del Espíritu que todo lo puede.

No es difícil demostrar, con el testimonio de las Escrituras, tanto del antiguo como del nuevo Testamento, que el Espíritu transforma y comunica una vida nueva a aquellos en cuyo interior habita.

Samuel, en efecto, dice a Saúl: Te invadirá el Espíritu del Señor, te convertirás en otro hombre. Y san Pablo afirma: Y todos nosotros, reflejando como en un espejo en nuestro rostro descubierto la gloria del Señor, nos vamos transformando en su propia imagen, hacia una gloria cada vez mayor, por la acción del Señor, que es Espíritu. Porque el Señor es Espíritu.

Vemos, pues, la transformación que obra el Espíritu en aquellos en cuyo corazón habita. Fácilmente los hace pasar del gusto de las cosas terrenas a la sola esperanza de las celestiales, y del temor y la pusilanimidad a una decidida y generosa fortaleza de alma. Vemos claramente que así sucedió en los discípulos, los cuales, una vez fortalecidos por el Espíritu, no se dejaron intimidar por sus perseguidores, sino que permanecieron tenazmente adheridos al amor de Cristo.

Es verdad, por tanto, lo que nos dice el Salvador: Os conviene que yo vuelva al cielo, pues de su partida dependía la venida del Espíritu Santo.

Del Comentario de san Cirilo de Alejandría, obispo, sobre el evangelio de san Juan
(Libro 10, 16, 6-7: PG 74, 434)


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martes, 10 de mayo de 2016

LA ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO



¿Quién, habiendo oído los nombres que se dan al Espíritu, no siente levantado su ánimo y no eleva su pensamiento hacia la naturaleza divina? Ya que es llamado Espíritu de Dios y Espíritu de verdad que procede del Padre; Espíritu firme, Espíritu generoso, Espíritu Santo son sus apelativos propios y peculiares.

Hacia él dirigen su mirada todos los que sienten necesidad de santificación; hacia él tiende el deseo de todos los que llevan una vida virtuosa, y su soplo es para ellos a manera de riego que los ayuda en la consecución de su fin propio y natural.

Fuente de santificación, luz de nuestra inteligencia, él es quien da, de sí mismo, una especie de claridad a nuestra razón natural, para que conozca la verdad.

Inaccesible por su naturaleza, se hace accesible por su bondad; todo lo llena con su poder, pero se comunica solamente a los que son dignos de ello, y no a todos en la misma medida, sino que distribuye sus dones a proporción de la fe de cada uno.

Simple en su naturaleza, diverso en su virtualidad, está presente todo él en cada uno, sin dejar de estar todo él en todas partes. De tal manera se divide, que en nada queda disminuido; todos participan de él, aunque él permanece intacto, a la manera del rayo de sol, del que cada uno se beneficia como si fuera para él solo y, con todo, ilumina la tierra y el mar y se mezcla con el aire.

Así también el Espíritu Santo está presente en cada uno de los que son capaces de recibirlo, como si estuviera en él solo, infundiendo a todos la totalidad de la gracia que necesitan. Gozan de su posesión todos los que de él participan, en la medida en que lo permite la disposición de cada uno, pero no en la medida del poder del mismo Espíritu.

Por él, los corazones son elevados hacia lo alto, los débiles son llevados de la mano, los que ya van progresando llegan a la perfección; iluminando a los que están limpios de toda mancha, los hace espirituales por la comunión con él.

Y, del mismo modo que los cuerpos límpidos y transparentes, cuando les da un rayo de luz, se vuelven brillantes en gran manera y despiden un nuevo fulgor, así las almas portadoras del Espíritu y por él iluminadas se hacen ellas también espirituales e irradian a los demás su gracia.

De ahí procede el conocimiento de las cosas futuras, la inteligencia de los misterios, la comprensión de las cosas ocultas, la distribución de dones, el trato celestial, la unión con los coros angélicos; de ahí deriva el gozo que no termina, la perseverancia en Dios, la semejanza con Dios y, lo más sublime que imaginarse pueda, nuestra propia deificación.




Del Libro de san Basilio Magno, obispo, Sobre el Espíritu Santo
(Cap. 9, núms. 22-23: PG 32, 107-110)

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