Carlitos era un joven
universitario cordobés, inquieto y sensibilizado en esa iglesia renovadora. Es,
podríamos decir, un converso, a partir de unas jornadas de espiritualidad que
se hacían en Rio Tercero, llamadas “Mariapolis”. Esa experiencia marca un
antes y un después en su vida. Regresa comprometido, y, como
todo converso, radicalizado en deseo de comprender a Jesús y seguir su
propuesta de vida, en la Iglesia. Comenzó a participar en los encuentros que se
hacían en la Iglesia de Cristo Obrero,
donde se daban encuentros entre universitarios, sindicalistas y sacerdotes.
Allí fue descubriendo y forjando sus inquietudes vocacionales.
En las jornadas de Rio Tercero
había estado en contacto con dos frailes nuestros que también participaban, al
manifestarles estas inquietudes lo invitaron a una ceremonia de toma de habito,
de algunos jóvenes, en Buenos Aires, y
allí podría conocer nuestro estilo de vida y carisma religioso. En esa ocasión
nos conocimos y establecimos una cercanía y amistad. Al poco tiempo ingresó en
la Orden.
Enseguida percibimos sus inquietudes y sensibilidad, no solo hacia lo
específicamente religioso, sino hacia los pobres y marginados. Proponiendo
aperturas renovadoras en nuestro modo de vivir y misionar. A veces, nos
desconcertaba con ciertas propuestas e ideas, o sus visiones de y sobre la
Iglesia. Estábamos en el reciente post concilio. Era pequeño de estatura,
cantaba muy bien, con una hermosa voz, tocaba la guitarra y le gustaba contar chistes,
con esa típica picardía cordobesa.
Misioneros del Reino
Muy jóvenes, ya frailes,
organizamos una misión en la Patagonia. Fueron dos meses inolvidables en la
zona desértica entre Ñorquincó y Cerro
Mesa, en Rio Negro. Allí pude experimentar y aprender
esa doble sensibilidad, llevar a Dios a cada familia y estar atento a las
necesidades de la gente. Iba más allá de lo asistencial, sobre todo visitamos
todas las familias de las comunidades Mapuches, que eran muchas. Escucharlos y
tomar nota de sus quejas, sobre el modo como eran mal tratados, y como se les
corrían los límites territoriales. Junto fuimos a las autoridades a reclamar
por los derechos vulnerados de esas familias.
Fue tal la cercanía que se
estableció con estas comunidades que nos invitaron a una celebración ancestral
que se hacía en el amanecer, en un lugar sagrado para ellos, en el desierto.
Era una celebración interesante. Imitando, parecía, el ritmo de los movimientos
del ñandú, y saludaban al sol naciente, con gritos y plegarias, que no
comprendíamos por ser en lengua mapuche. Era todo un rito que se repetía continuamente.
Lo que nos llamó la atención es que tenían dos banderas, la de ellos y la de
Argentina. Cuando les preguntamos porque y nos dijeron que el General Roca los obligó
a llevar también la bandera argentina.
Nosotros estábamos cerca, pero
alejados del espacio de la celebración, ya que según ellos no podíamos estar
junto a los que participaban- . Se inició al amanecer. Alrededor del mediodía,
ya un poco cansados, estábamos siempre de pie, nos sentamos, en una especie de
lomita, para seguir participando. Vino uno de ellos y con mucho respeto y
delicadeza nos informó que no se podía estar sentados, sino que se debía estar
siempre de pie, pero podíamos irnos más lejos, de donde no se viera la
ceremonia y allí sentarnos. Con Carlitos reflexionamos y nos sentimos mal,
porque tendríamos que habernos dado cuenta, ya que ninguno de ellos, ni los más
ancianos estaban sentados. Todos de pie y danzando. Nos enseñaron, decíamos,
liturgia mapuche.
Al encuentro de un Pastor
Carlitos tenía un cariño y
aprecio muy especial al obispo de La Rioja, Monseñor Angelelli. Lo había conocido en Córdoba y mantenía un
contacto con él. Cada vez que venía a Buenos Aires para la Conferencia
Episcopal, tenía un encuentro con los Riojanos, en la sede del clero de Buenos
Aires, en la calle Rodríguez Peña. Me invitaba a ir y escuchar a este obispo.
Era para mi muy interesante el modo
como el obispo se relacionaba con la gente. Preguntas y respuestas, aplausos y frases,
aves, fuertes desde la platea. No era lo común en ese tiempo, ver un obispo tan
cercano y tan directo con la gente, sobre todo con los riojanos jóvenes que vivían
en Buenos Aires. Carlitos me permitió conocer y acercarme a ese obispo,
totalmente desconocido para mí.
Lo invitábamos a venir a nuestro
convento y venía a almorzar a nuestra
casa y luego lo llevábamos a San Miguel donde se realizaba, en aquellos
años, las Conferencia Episcopal.
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Fr. Carlos fue ordenado por Mons. Angelelli (17/12/1972) |
En esos encuentros nació su propuesta
de abrir una presencia en La Rioja y Carlitos era el más entusiasta y el que se
ofrecía para hacer una experiencia. Siendo yo el rector del seminario y él un ayudante,
le permitía viajar a La Rioja, para hacer, con algunos seminaristas, un retiro,
con el padre Arturo Paoli, hermanito de Foucauld.
Así fue naciendo un vínculo y una
amistad que concluyó con el envío de Carlitos a Chamical para ir viendo dónde y
cómo podríamos hacernos presente en esa diócesis.
Me tocó acompañarlo, cuando vino,
y, me tocó, acompañar su cuerpo, cuando entregó su vida por Jesús y su
Mensaje.
Fray Miguel Ángel López ofm conv.
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Fr. Carlos de Dios Murias, impone las manos a Fr. Miguel Ángel López (15/07/1973) |
Conociendo al Beato Gabriel Longueville
Es un gusto poder compartir un poco de lo que Dios me regaló durante estos dos años que estuve en La Rioja y de lo que me impactó de la vida del beato Gabriel Longueville.