miércoles, 17 de abril de 2019

"Reflexión sistemática sobre el martirio" - Leonardo Boff




En la acepción corriente, mártir es la persona que sufre una muerte violenta para dar testimonio de una verdad religiosa o a causa de una práctica que se deriva de esa verdad. Una reflexión teológica que quiera ser sistemática no puede dejar de plantearse las siguientes cuestiones: ¿por qué existen los mártires?, ¿qué concepción de vida subyace en el gesto del martirio? La respuesta a estas simples preguntas ha de introducirnos en una reflexión sistemática.

En primer lugar, el martirio es posible porque existen personas que prefieren sacrificar su vida a ser infieles a sus propias convicciones. Para el mártir no todo vale; pueden darse situaciones en que la conciencia exige aceptar la persecución y el sacrificio de la vida en testimonio de la verdad.

En segundo lugar, el martirio es posible porque hay personas o instancias que rechazan el anuncio y la denuncia; persiguen, torturan y matan. Tal hecho revela que en la historia rige aún una situación decadente. La verdad, la justicia y el propio Dios no son transparentes ni rigen ellos solos las relaciones entre las personas y las sociedades. Pueden existir mecanismos de dominación y mentira que implican la negación de Dios. En tales circunstancias, la afirmación de Dios, de la verdad y la justicia sólo puede mantenerse, sin traición y pecado, bajo la forma de la persecución y el martirio. Siempre hubo mártires en la historia. Jesús de Nazaret se sitúa en esa tradición martirial. La Iglesia, en el seguimiento de Cristo, no sólo tiene mártires, sino que es una Iglesia de mártires. El martirio pertenece al verdadero concepto de Iglesia. Esta no debe guardar solamente una fidelidad doctrinal, sino principalmente una finalidad de vida con Jesús, que sufrió persecuciones y martirio.

Nuestra estrategia teórica tendrá el siguiente orden: primero, consideraremos a Jesucristo como el mártir por excelencia; después, a los mártires de la fe cristiana como seguidores del mártir Jesús; finalmente, a los mártires del reino de Dios, es decir, a aquellos que, sin tener una fe cristiana explícita, pertenecen a la misma causa de Cristo: el reino; ellos supieron sacrificar su vida por los bienes que concretan la utopía del reino, como la verdad, la justicia, el amor a Dios y a los pobres.


I. JESUCRISTO, SACRAMENTO ORIGINAL DEL MARTIRIO


La muerte violenta de Jesús fue consecuencia de un mensaje y una práctica. Ella admite diferentes lecturas: como castigo por blasfemia y desprecio de la ley (fariseos), como fracaso de una política subversiva y revolucionaria (romanos) o como el precio pagado por la liberación y salvación de los hombres en un contexto de no conversión. Las comunidades primitivas, recurriendo a motivos y representaciones del Antiguo Testamento, intentaron desentrañar la significación religiosa y salvífica de la vida y destino de Jesús. Así llegaron a entenderlo como el justo doliente, el siervo que asume y se entrega por los demás, como el profeta perseguido y asesinado y también como el mártir. De hecho, se le llama "mártir fiel y verdadero" (Ap 3,16; 1,5) en el doble sentido de la palabra: el que da testimonio oral ante un tribunal (cf. I Tim 6,13) y el que testimonia mediante una acción y acepta ser perseguido y muerto (cf. Ap 1,5). Al parecer, la primitiva versión del Evangelio de Marcos acerca del proceso y condenación de Jesús se redactó según los esquemas de las "actas de los mártires", siguiendo la inspiración de las actas de los mártires helenistas y de los martirios del judaísmo tardío.

Jesús es representado, especialmente en las Acta martyrum, como el prototipo del mártir. Los mártires cristianos se consideraban como seguidores del mártir Jesucristo, como Policarpo, a quien se llama "socius Christi". No cabe aquí entrar en detalles sobre el contenido martirial del acontecimiento Jesucristo. Nos conformamos con algunas referencias. La perspectiva del martirio emerge en el momento en que el mensaje y la práctica de Jesús comienza a provocar una crisis en los diferentes estamentos del judaísmo; de ahí provienen las incomprensiones, difamaciones, amenazas de muerte. Jesús no fue a la muerte ingenuamente. Asume con coraje los riesgos; en los últimos momentos se esconde de la guardia del templo; pero no hace concesiones a su situación de perseguido; guarda una fidelidad radical a su mensaje, al Padre y a la trayectoria que había elegido; no elude a sus adversarios; en el auge de la crisis de Galilea, "se dirigió resueltamente a Jerusalén" (Lc 9,51) para el enfrentamiento final.

Los relatos de Getsemaní y de la pasión muestran la fortaleza de Jesús en medio de una situación angustiosa; su resignada entrega en la cruz (cf. Lc 23,46) es la victoria contra la tentación de desesperanza (cf. Mt 15,34). Muy pronto, en la era apostólica, se elaboró la imagen del Jesús que sufre, ejemplo para todos los que padecen injustamente a causa de su fidelidad a Dios (cf. 1 Pe 2,19): "Ultrajado, no replicaba con injurias; torturado, no profería amenazas, sino que se entregaba en manos de aquel que juzga con justicia" (1 Pe 2, 23). El martirio de Jesús debe entenderse correctamente; no corresponde, simplemente y sin mediaciones, al designio de Dios; es la consecuencia histórica de un rechazo del mensaje y de la persona de Jesús por aquellos que no quisieron convertirse al reino de Dios. Jesús, por ser fiel a sí mismo y a su misión, tuvo que aceptar la persecución y el martirio. Dios no quiere tanto la muerte de su hijo cuanto la fidelidad, que implica la muerte violenta, en un contexto de no conversión. Esta perspectiva es importante para entender teológicamente el martirio, pues éste nunca es buscado por sí mismo, sino impuesto violentamente. Ya afirmaba san Agustín: "No es el sufrimiento, sino su causa, lo que hace auténticos mártires". El mártir no defiende su vida, sino su causa, que es su convicción religiosa, su fidelidad a Dios y a sus hermanos. Y esta causa se defiende muriendo10 . El mártir lanza una pregunta radical: ¿cuál es el sentido último de esa vida que se sacrifica por algo que se considera de más valor que la vida? La resurrección del mártir Jesucristo tiene, entre otras significaciones teológicas, la de que quien pierde así la vida la recupera en toda su plenitud. Al mártir le está reservada la participación en la plenitud de sentido, es decir, la entronización en el reino inmortal de la vida.

II. LOS MÁRTIRES DE LA FE CRISTIANA: SEGUIMIENTO Y PARTICIPACIÓN


En su predicación, Jesús recogía los principales elementos del martirio: "Seréis odiados por todos a causa de mi nombre... Os llevarán ante los gobernadores y reyes por mi causa... El discípulo no es más que el maestro..." (cf- Mt 10,17-36).

El seguimiento de Cristo, como expresión privilegiada de la fe cristiana, implica participar de su vida y, eventualmente, compartir su destino. Esto lo entendieron muy bien los mártires cristianos de los primeros siglos, como abundantemente lo atestiguan las Acta martyrum11 Los cristianos se vieron enfrentados a un terrible dilema: o Dios (Cristo) o el César12 . Al ser mártires (testigos) de la resurrección (cf. Hch 1,21; 2,32; 3,15; 13,31; 22,15; 26,16; 1 Cor 9,1) como los apóstoles, daban testimonio de Jesús como único Señor y Dios. Cometían así un crimen de lesa majestad contra el emperador (asébeia), al negarle el carácter divino; rechazaban, como consecuencia, las deidades romanas (atheótes). La fe cristiana se convertiría, por tanto, en políticamente subversiva, pues ponía en tela de juicio los fundamentos del aparato político-religioso del Imperio romano y sus dirigentes13 .

Hay, pues, mártires de la profesión pública de la fe que desabsolutiza y desdiviniza los poderes de este mundo como última instancia. La historia está llena de estos mártires desde los tiempos de la divinización de los emperadores hasta el desenmascaramiento de las modernas tiranías fascistas.

Hay también mártires de la práctica cristiana derivada del seguimiento de Cristo. En otros tiempos, los cristianos observaron conductas directamente religiosas con consecuencias políticas; hoy un grupo cada vez más numeroso de cristianos despliega unas conductas directamente políticas, principalmente en el Tercer Mundo, cuyo origen se encuentra en la fe y en el evangelio. No son pocos los cristianos (cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos y seglares) que, a causa del evangelio, han optado preferencialmente por los pobres, por su liberación, por la defensa de sus derechos. En nombre de esta opción anuncian y denuncian las formas de dominación y deshumanización social. Pueden ser perseguidos, secuestrados, torturados y muertos. También ellos son mártires en el sentido riguroso de la palabra14 .

En estos casos se da también el odium fidei. Se odia no la fe simplemente, sino este tipo de fe y praxis liberadora que se inspira en la pasión por Dios y por los pobres a los que Dios ama. No se suele odiar a los cristianos por serlo. Se los persigue y odia porque se comprometen en un proceso de liberación y confiesan que este compromiso nace de la vivencia del evangelio y la oración. Esta conexión es la que se rechaza y provoca el sacrificio de la vida por el martirio.

Ya santo Tomás, al plantearse la cuestión de si es martirio morir por la república, decía con acierto teológico: "El bien humano puede convertirse en divino si hace referencia a Dios; por eso cualquier bien humano puede ser causa de martirio si se refiere a Dios15 . Este es exactamente el caso de muchísimos cristianos comprometidos en la liberación de sus hermanos y que refieren sus conductas a Dios y al seguimiento de Jesucristo. No son menos mártires que quienes ante un tribunal romano, con valentía y orgullo, confesaban christianus sum y aceptaban jovialmente la muerte.




III. MÁRTIRES DEL REINO DE DIOS: LA POLÍTICA DE DIOS


Se muere no sólo en nombre de la fe cristiana explícita, ni sólo por una conducta derivada de la fe. Son muchos los que entregan su existencia en procesos sociales de cambios, orientados a una mayor participación y justicia para todos16 . Revoluciones victoriosas (como en Cuba o en Nicaragua) celebran a sus héroes y mártires que cayeron en defensa de los humildes o que fueron víctimas en el costoso proceso de liberación. Ellos se constituyen en puntos importantes de referencia que animan el espíritu revolucionario o la construcción de la nueva sociedad. Escogieron lo más difícil y poseen una dignidad, independientemente de cualquier referencia religiosa.
Sin embargo, cabe preguntarse: ¿qué valor teológico tienen estos mártires políticos?, ¿es exacto llamarlos mártires? Creemos que, con toda exactitud teológica, se les puede llamar, verdaderamente y no con eufemismo, mártires.

Con razón explicaba Orígenes: "Quien da testimonio de la verdad, ya con palabras ya con actos, tiene derecho a ser llamado mártir; pero entre los hermanos, llevados por su amor a los que lucharon hasta la muerte, se ha establecido la costumbre de llamar mártires a quienes testimoniaron en favor del misterio de la piedad con la efusión de su sangre"17 . Se distingue aquí claramente entre lo que es esencial y general (el testimonio de la verdad) y lo que es una concreción específica aceptada por común acuerdo (el testimonio sangriento en favor de la verdad cristiana). A la objeción de que "sólo la fe en Cristo da a los que sufren la gloria del martirio", responde santo Tomás: "Cristiano es aquel que es de Cristo; se dice que alguien es de Cristo no sólo porque tiene la fe de Cristo, sino también porque hace obras virtuosas con el espíritu de Cristo"18 . Por tanto, la pertenencia a Cristo no se realiza solamente por vía de la conciencia que se concreta en el acto de fe explícito; hay una referencia ontológica en la medida en que el obrar se inscribe en el espíritu que informa también el obrar de Cristo. La existencia de Cristo fue una existencia para los demás, una entrega al servicio de los otros y una incondicional fidelidad a la verdad y a Dios. Decíamos antes, citando a santo Tomás, que cualquier bien humano puede ser causa de martirio si hace referencia a Dios. Ahora bien, esa referencia ha de entenderse en su sentido pleno; no existe referencia por el simple hecho de que conscientemente hagamos referencia a Dios; la acción virtuosa en sí misma, por su estructura óntica, se refiere a principio de toda virtud que es Dios. Porque objetivamente así es, podemos conscientemente referir todo a Dios.

La teología ha afirmado categorías para afirmar la presencia de Dios allí donde ésta no se manifiesta como tal presencia. Entonces se habla no de Iglesia, sino de reino de Dios o de misterio de salvación. Reino y misterio de salvación son realidades teológicas que pasan por la Iglesia y la sociedad y se realizan en ellas bajo signos diferentes, pero de forma real y objetiva. Dios penetra así la materia de la historia y realiza su obra. Y el verdadero nombre de Dios es justicia, amor, paz de modo absoluto; la verdadera fidelidad Dios -esto es lo que importa, en definitiva, para la salvación- es la fidelidad a la justicia y a los imperativos de la paz. Por tanto todos los que han muerto y mueran todavía por estas causas, independientemente de su ideología, si derraman su sangre son realmente mártires y han realizado obras virtuosas según el espíritu de Cristo. No son mártires de la fe cristiana ni héroes de la Iglesia: son mártires del reino de Dios, de la causa que fue la de Hijo de Dios cuando vivió entre nosotros. Ayudan en la historia a la realización de la política de Dios.

Esta perspectiva radical y óntica nos abre a la posibilidad de leer en clave de martirio, sin entrar en detalles como el tema merecería, la suerte de todos aquellos que sufren el mismo destino de Jesús. De su pasión dolorosa participan los pobres, las razas subyugadas, los indígenas y proletarios; a causa de la opresión ven su vida partida por medio, mueren sus hijos de anemia y miseria. Toda esta carga de iniquidad, brecha de sufrimientos y lágrimas sin enjugar, no carece de sentido y fruto delante de Dios. La teología del Siervo doliente y del Mesías sacrificado, liberador colectivo de su pueblo, nos permite discernir, en medio de esta contradicción, un significado divino y redentor19 . Tal vez la misericordia de Dios para con la tierra de los hombres dependa de la intercesión de estas víctimas anónimas de la historia,


IV. VALOR SACRAMENTAL DEL MARTIRIO


El martirio posee innegablemente una eminente función de signo (sacramento). En primer lugar, contiene una alta significación antropológica. Lo que confiere dignidad a la existencia no es el centrarse en sí mismo, sino el descentrarse y estructurar la existencia en favor de los otros. El mártir lleva hasta el radicalismo la dinámica de la vida: la entrega total al otro como donación de la propia vida. Este gesto plantea indudablemente el problema del valor absoluto. Normalmente la vida se concibe como el valor supremo. Con el sacrificio de la vida por el martirio se apunta a algo superior a la propia vida. En otras palabras: la vida se ordena a algo mayor y más digno. ¿Es el otro? ¿Es la sociedad? La fe cristiana habla de Dios; el otro y la sociedad, por cuyo bien alguien se sacrifica, prolongan cualitativamente el mismo ámbito de la vida; por eso no son adecuadamente el valor supremo de la vida: el otro y la sociedad son sacramentos de Dios, el verdadero nombre del sentido supremo de la vida y de la historia. El martirio muestra el carácter relativo de todo, incluso de la propia vida; relativo en un doble sentido: todo se refiere a un bien mayor en función del cual todo puede, y a veces debe, ser sacrificado; ante este bien mayor todas las cosas pasan a un segundo o tercer orden y son, por tanto, relativas. El mártir apunta (por eso es un sacramento) en una dirección en la que el lenguaje que habla de lo absoluto puede ser significativo.

El mártir, por su gesto valiente, se hace sacramento de la verdad. Plantea unos interrogantes, como lo atestiguan san Justino, Tertuliano y el autor del De laude martyrum: "Hay algo que estudiar, una valentía que es necesario investigar hasta el fondo; hay que tener en cuenta una creencia por la que alguien sufre o acepta morir"20 . No sin motivo se dice que la sangre es semilla de nuevos cristianos21 .

Por último, el mártir es un sacramento eficaz, productor de verdad para la Iglesia. La Iglesia tiene mártires, que son su gloria. Pero siempre que un cristiano, por seguir a Cristo, se compromete de tal forma que es llevado al martirio, produce credibilidad para la Iglesia. Más aún: produce sustancia eclesial, en el sentido de que una Iglesia es solamente Iglesia de Cristo en la medida en que está dispuesta a vivir de manera que considere normal participar del mismo destino del mártir Jesucristo. El mártir proclama la verdad de la Iglesia de Cristo y manifiesta la santidad de Dios comunicada a la Iglesia. La Iglesia es santa a causa de sus santos.

Estas breves reflexiones nos permiten entender mejor lo que significa el martirio en una perspectiva sistemática. Mártir es todo aquel que sufre una muerte violenta por causa de Dios o de Cristo, o por causa de una manera de vivir la vida derivada de la fe en Dios o en Cristo, o también por lo que constituye el verdadero contenido de la palabra de Dios y de Cristo: la verdad y la justicia. Evidentemente, necesitamos mediaciones que garanticen, contra los mecanismos de las ideologías (ilusión), del fanatismo (exacerbamiento de la subjetividad) y de la idolatría (identificación errónea de Dios), la identificación de la verdad y la justicia. Justicia y verdad constituyen los mínimos sin los que quien muere violentamente no puede ser llamado mártir. La verdad y la justicia (verdadero nombre de Dios) no se encuentran tan ocultas que no puedan identificarse. La existencia del mártir prueba su identificación en la historia y en la conciencia.

Lenoardo Boff, Marzo, 1983, - Traducción: S. García Díez

Notas:

  • 1 En el campo católico véanse los siguientes estudios, considerados clásicos: H, Delehaye, Martyr et confesseur: "Analecta Bollandiana" 39(1921)20-49; E. Hocedez, Le concept de martyr: NRT 55(1928)81-99, 198-208; en el campo protestante: F. Kattenbusch, Der Martyrertitel: ZNW 4(1903)111-127; K. Holl, Der ursprüngliche Sinn des Namens Martyrer: "Neue jahrbücher" 35(1916)253-259; Reitzenstein, Der Titel Martyrer: "Hermes" 52(1917)442-452.
  • 2 Cf. E. Peterson, Testigos de la verdad, en Tratados teológicos (Cristiandad, Madrid 1966) 71-101, espec. 76; id., Martirio e martire, en Enciclopedia Cattolica VIII (Roma 1952) 233-236.
  • 3 Cf. M. L. Gubler, Die frühesten Deutungen des Todes Jesu (Gotinga 1977)0-94, 203-205
  • 4 Cf. D. Dormeyer, Die Passion Jesu als Verhaltensmodel (Munich 1974) 43-50, 238-261.
  • 5 Cf. Les chrétiens de Vienne et Lyon à leurs frères d'Asie... Lettre sur les martyrs de 177 (ed. de C. Montdésert y J. Comby; Lyon 1976), c. 2, n. 3; otros testimonios en E. Hocedez, Le concept de Martyr, op. cit., 200-201.
  • 6 Martyrium Sancti Polycarpi, VI; cf. XV.
  • 7 Cf. L. Boff, Jesucristo y la liberación del hombre (Ed. Cristiandad, Madrid 1981) 316-363; H. Cousin, Le prophète assassiné (Paris 1976) 22-230.
  • 8 J. Sobrino, Cristología desde América Latina (México 1976)79-185.
  • 9 In Ps 34; Sermo 2,13: PL 36, 340.
  • 10 Cf. Actas de los Mártires (BAC 75; ed. D. R. Bueno; Madrid 1951)1149.
  • 11 Cf. H. Delehaye, Martyr et confesseur, op. cit., 46-47; E. Hocedez, Le concept de mártyr, op. cit., 200-203.
  • 12 Cf. B. Reicke, The Inauguration of Catholic Martyrdom according to St. John the Divine: "Augustinus" 20(1980)275-283, espec. 283.
  • 13 Cf. 1. Lesbeaupin, A Bem-aventurança da perseguição (Petrópolis)13-18.
  • 14 Cf. S. Tomás, In Ep. ad Rom, c. 8, lect. 7: "Patitur etiam propter Christum non solum qui patitur propter fidem Christi, sed etiam qui patitur pro quocumque justitiae opere pro amore Christi".
  • 15 II-II, q. 124 ad 3.
  • 16 Cf. La sangre por el pueblo. Nuevos mártires de América Latina (Instituto Histórico Centroamericano; Petrópolis 1982); cf. Bartz, Heroische Heiligkeit und Martyrium ausserhalb der Kirche, en Einsicht und Glaube (Homenaje a G. Söhngen; Friburgo 1962) 321-331.
  • 17 In Joan. II: PG 14,176.
  • 18 11-II . 124 a. 5.
  • 19 C. Mesters, O destino do povo que sofre (Petrópolis 1981).
  • 20 Justino, Apol. II, 12; Tertuliano, Ad Scapulam, 5; De laude Martyrum, 5.
  • 21 Tertuliano, Apol. 50: "Plures efficimur quoties metimur a vobis, semen est christianorum".



  • El próximo 27 de abril celebraremos el martirio de Monseñor Enrique Angelelli, Fr. Carlos de Dios Murias, P. Gabriel Longueville y el laico Wenceslao Pedernera en la diócesis de La Rioja, Argentina


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