Lecturas del
día: Libro de los Números 21,4b-9. Salmo 78(77),1-2.34-35.36-37.38. Carta
de San Pablo a los Filipenses 2,6-11.
Evangelio según San Juan 3,13-17.
Jesús dijo a Nicodemo:
«Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre
que está en el cielo.
De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto,
también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto,
para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que
cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se
salve por él.»
Homilía por fray
Josué González Rivera OP.
“Si encontré
misericordia, fue para que Jesucristo demostrara en mí toda su paciencia”
Queridos
hermanos, en nuestra vida, marcada por decisiones grandes y pequeñas, solemos
enfrentarnos a la fragilidad de nuestros propios límites. Cometemos errores,
tropezamos, nos dejamos llevar por el egoísmo o el orgullo. Pero en medio de
esa experiencia humana tan común, descubrimos también que la vida nos abre
caminos: algunos buenos, otros menos buenos; a veces incluso dos opciones
valiosas que nos generan incertidumbre. En esos momentos decisivos se forja
nuestra identidad y se define lo que llegaremos a ser.
Y sin embargo,
aun cuando hemos elegido mal, cuando reconocemos nuestras fallas o hemos caído
en el pecado, Dios no nos deja abandonados. Él, con entrañas de misericordia,
extiende siempre su mano para levantarnos. Nos ofrece la gracia de recomenzar,
de iniciar un proceso de conversión que no es un simple cambio externo, sino
una transformación interior que nos capacita para decidir con mayor libertad y
según su voluntad.
Las lecturas de
este domingo nos invitan a reflexionar sobre cómo el pueblo de Dios fue
comprendiendo progresivamente quién es Él. En el Antiguo Testamento
encontramos, a veces, un rostro de Dios que parece más cercano al juez severo,
pronto a castigar y a imponer justicia. Pero, gracias a la revelación
definitiva de Jesucristo, descubrimos que esa no es toda la verdad de Dios. No
es que Él haya cambiado, sino que nuestra comprensión se ha purificado.
Dios ciertamente
rechaza el mal, pero su justicia nunca se separa de la misericordia. Jesús nos
lo revela con su vida: el Padre no se complace en condenar, sino en buscar al
perdido, en sanar al herido, en reconciliar al pecador. Cuando nos alejamos de
Él, no es que su castigo nos caiga encima arbitrariamente; más bien, es el
dolor de nuestro propio rechazo al Bien supremo y a la Belleza absoluta lo que
experimentamos como juicio.
San Pablo nos da
testimonio personal de esta verdad. Él mismo, perseguidor de la Iglesia,
experimentó el poder transformador del perdón. Descubrió que la gracia de Dios
no solo perdona, sino que renueva y reorienta la vida hacia un horizonte
distinto. En su experiencia vemos cómo Dios no se cansa de llamar, incluso
cuando hemos cerrado los oídos a su voz.
Por eso,
hermanos, estamos invitados a dejar atrás las imágenes falsas de Dios: aquellas
que lo presentan como un juez implacable que solo busca castigar; aquellas que provocan
división, que infunden miedo o desesperanza. El verdadero Dios es el que nos
sale al encuentro en Cristo, el que se compadece de nuestra debilidad, el que
nos abre siempre la posibilidad de reconciliación por iniciativa suya como el
pastor, la mujer o el padre del Evangelio.
Si hemos
recibido este amor, estamos llamados a ser sus testigos en el mundo. No basta
con experimentar la misericordia de Dios; debemos encarnarla en nuestras
relaciones cotidianas. Eso significa aprender a perdonar, a reconciliarnos, a
tender puentes incluso con quienes nos han hecho daño. El cristiano que ha
recibido misericordia está llamado a convertirse en un signo vivo de esa misma
misericordia.
Pidamos, pues,
al Señor, que nos conceda la gracia de vivir con un corazón abierto: que
sepamos acoger su perdón, caminar en la justicia y avanzar en la conversión.
Que Él nos fortalezca para ser instrumentos de unidad, de paz y de vida nueva,
en medio de un mundo que tanto necesita reconciliación.
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