domingo, 14 de septiembre de 2025

Meditamos el Evangelio de este Domingo con Fray Josué González Rivera OP


Lecturas del día: Libro de los Números 21,4b-9. Salmo 78(77),1-2.34-35.36-37.38. Carta de San Pablo a los Filipenses 2,6-11.

Evangelio según San Juan 3,13-17.

Jesús dijo a Nicodemo:
«Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo.
De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto,
para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.»

Homilía por fray Josué González Rivera OP.

“Si encontré misericordia, fue para que Jesucristo demostrara en mí toda su paciencia”

Queridos hermanos, en nuestra vida, marcada por decisiones grandes y pequeñas, solemos enfrentarnos a la fragilidad de nuestros propios límites. Cometemos errores, tropezamos, nos dejamos llevar por el egoísmo o el orgullo. Pero en medio de esa experiencia humana tan común, descubrimos también que la vida nos abre caminos: algunos buenos, otros menos buenos; a veces incluso dos opciones valiosas que nos generan incertidumbre. En esos momentos decisivos se forja nuestra identidad y se define lo que llegaremos a ser.

Y sin embargo, aun cuando hemos elegido mal, cuando reconocemos nuestras fallas o hemos caído en el pecado, Dios no nos deja abandonados. Él, con entrañas de misericordia, extiende siempre su mano para levantarnos. Nos ofrece la gracia de recomenzar, de iniciar un proceso de conversión que no es un simple cambio externo, sino una transformación interior que nos capacita para decidir con mayor libertad y según su voluntad.

Las lecturas de este domingo nos invitan a reflexionar sobre cómo el pueblo de Dios fue comprendiendo progresivamente quién es Él. En el Antiguo Testamento encontramos, a veces, un rostro de Dios que parece más cercano al juez severo, pronto a castigar y a imponer justicia. Pero, gracias a la revelación definitiva de Jesucristo, descubrimos que esa no es toda la verdad de Dios. No es que Él haya cambiado, sino que nuestra comprensión se ha purificado.

Dios ciertamente rechaza el mal, pero su justicia nunca se separa de la misericordia. Jesús nos lo revela con su vida: el Padre no se complace en condenar, sino en buscar al perdido, en sanar al herido, en reconciliar al pecador. Cuando nos alejamos de Él, no es que su castigo nos caiga encima arbitrariamente; más bien, es el dolor de nuestro propio rechazo al Bien supremo y a la Belleza absoluta lo que experimentamos como juicio.

San Pablo nos da testimonio personal de esta verdad. Él mismo, perseguidor de la Iglesia, experimentó el poder transformador del perdón. Descubrió que la gracia de Dios no solo perdona, sino que renueva y reorienta la vida hacia un horizonte distinto. En su experiencia vemos cómo Dios no se cansa de llamar, incluso cuando hemos cerrado los oídos a su voz.

Por eso, hermanos, estamos invitados a dejar atrás las imágenes falsas de Dios: aquellas que lo presentan como un juez implacable que solo busca castigar; aquellas que provocan división, que infunden miedo o desesperanza. El verdadero Dios es el que nos sale al encuentro en Cristo, el que se compadece de nuestra debilidad, el que nos abre siempre la posibilidad de reconciliación por iniciativa suya como el pastor, la mujer o el padre del Evangelio.

Si hemos recibido este amor, estamos llamados a ser sus testigos en el mundo. No basta con experimentar la misericordia de Dios; debemos encarnarla en nuestras relaciones cotidianas. Eso significa aprender a perdonar, a reconciliarnos, a tender puentes incluso con quienes nos han hecho daño. El cristiano que ha recibido misericordia está llamado a convertirse en un signo vivo de esa misma misericordia.

Pidamos, pues, al Señor, que nos conceda la gracia de vivir con un corazón abierto: que sepamos acoger su perdón, caminar en la justicia y avanzar en la conversión. Que Él nos fortalezca para ser instrumentos de unidad, de paz y de vida nueva, en medio de un mundo que tanto necesita reconciliación.


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