Evangelio según San Lucas 23,35-43.
El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose,
decían: "Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de
Dios, el Elegido!".
También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre,
le decían: "Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!".
Sobre su cabeza había una inscripción: "Este es el rey de los
judíos".
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: "¿No eres tú
el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros".
Pero el otro lo increpaba, diciéndole: "¿No tienes temor de Dios, tú que
sufres la misma pena que él?
Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha
hecho nada malo".
Y decía: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu
Reino".
Él le respondió: "Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el
Paraíso".
Homilía por
Pbro. Diego Olivera:
Hoy celebramos a Jesucristo Rey
del Universo. La Solemnidad de Cristo Rey del Universo es, por tanto, una
invitación a volver a reconocer el señorío de Cristo en la propia vida; dejar
que su Palabra guíe nuestras decisiones, relaciones y proyectos. Con esta
celebración, el año litúrgico se cierra proclamando una verdad que da
esperanza: el mal no tiene la última palabra, la historia no está abandonada al
caos y el futuro está en manos de un Rey crucificado que reina desde la
humildad del amor.
En la primera lectura observamos
que el pueblo (representado en todas las tribus de Israel) tiene necesidad de
un Rey, un guía, un protector. El rey era visto como un representante ungido
por Dios, responsable de la justicia, la guerra, la construcción pública y la
identidad del reino, pero su autoridad estaba supeditada a la voluntad del
verdadero rey divino. David es ungido como Rey de Israel, es el precursor
de la pacificación y la fraternidad de todas las naciones que encontrará su
plenitud en Jesucristo.
Como leemos en el Salmo, en la
casa del Señor (el templo de Israel) está representado el trono de David como
un signo de justicia, ya que este pueblo sufrió muchas injusticas y se vio
librado por Dios de todos los males.
En la segunda lectura, San Pablo
nos ofrece un himno cristológico, reconoce a Cristo como nuestro liberador,
quien vino a reconciliar al mundo, a restablecer el amor, la justicia y la paz.
Él es el Rey de todo el universo, lo visible y lo invisible y nosotros somos
coherederos de este reino eterno, don que hemos recibido por su muerte y
Resurrección.
En el Evangelio se nos presenta
Jesucristo crucificado, puede parecer una contraposición, pero Jesús manifiesta
su reinado desde la cruz, este relato es el momento culmen donde Se expresa
toda la teología lucana: Jesús salvador del hombre, y muy especialmente de
aquellos más desvalidos (“los que están a la orilla del camino” como son
presentados a lo largo de todo el Evangelio de Lucas). Jesús fue elevado en la
cruz, a la vista de todos, incluso este evangelio comienza afirmando que el
pueblo permanecía allí y miraba. En esta cruz se observa un letrero: "Este
es el rey de los judíos", escrito con cierto sarcasmo y que nos da una
idea de que la condena de Jesús tiene connotaciones políticas: acusado de
manifestarse en contra del Imperio presentándose como el Hijo de Dios, aclamado
como el mesías. En el relato el pueblo
es testigo del aparente fracaso de Jesús, pero el dialogo con los malhechores
nos presenta la dimensión salvífica de Jesús. La petición de uno de los
malhechores ofrece a Jesús la posibilidad de dar vida y salvación a quien irá a
la muerte innoble como él.
Prestemos atención a un detalle
importante: El malhechor lo invoca con su nombre propio ¡Jesús!, no como el de
Mesías o el de Rey o incluso el de Hijo de Dios. El nombre Jesús significa
“Dios salva” o “Dios es mi Salvador”, el malhechor reconoce a Jesús como
salvador e inmediatamente se produce la salvación “hoy estarás conmigo en el
paraíso”.
Por lo tanto, vemos que el
evangelista Lucas no considera la muerte de Jesús como un fracaso, sino como la
fuente de vida eterna para toda la humanidad. Lo que llamamos Teología de la
cruz es la clave para entender adecuadamente a Jesucristo como Rey del
universo. Es un rey sin poder, como la monarquía, las características del Reino
de Dios son: amor, justicia y paz como lo proclama Jesús (con palabras y
gestos) a lo largo de los evangelios como buena nueva para todos los que
necesitan su ayuda. “Hoy estarás conmigo en el paraíso” es
la afirmación más rotunda de lo que este rey crucificado ofrece de verdad. No
es la conquista del mundo, sino la de nuestra propia vida, él quiere reinar en
nuestros corazones.
Confesar a Cristo como Rey nos ha
de apasionar a buscar y gestar instituciones humanas más justas, solidarias y
fraternas, que trasciendan el poder temporal. Juntos pidamos lo que invocamos
siempre en la oración que Jesús nos ha enseñado: “Venga a nosotros
tu Reino”
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