sábado, 4 de octubre de 2025

Meditamos el Evangelio de este Domingo con Diácono José Torres, LC




Lecturas del día: Libro de Habacuc 1,2-3.2,2-4. Salmo 95(94),1-2.6-7.8-9. Segunda Carta de San Pablo a Timoteo 1,6-8.13-14.

Evangelio según San Lucas 17,3b-10.

Por lo tanto, ¡tengan cuidado! Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo.
Y si peca siete veces al día contra ti, y otras tantas vuelve a ti, diciendo: Me arrepiento, perdónalo.
Los Apóstoles dijeron al Señor: Auméntanos la fe.
El respondió: Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: Arráncate de raíz y plántate en el mar, ella les obedecería.
Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: Ven pronto y siéntate a la mesa?
¿No le dirá más bien: ¿Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después?
¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó?
Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber.

Homilía Diácono José Torres, LC

El poder escondido de la Fe

¿Alguna vez has sentido que tus oraciones rebotan en el techo? Como si mandaras un mensaje de WhatsApp y ni siquiera te llegara el tilde de "entregado". Habacuc lo sentía así: "¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que me oigas?" (Hab 1,2).

Es el grito que mucho podemos llevar dentro cuando vemos las noticias, cuando un familiar está enfermo, cuando el trabajo no llega, cuando la relación se rompe. Rezamos, pedimos, suplicamos... y el silencio parece ser la única respuesta. Y entonces viene la tentación: "¿Para qué rezo si nada cambia?"

"Señor, súbeme el volumen a la fe"

Los apóstoles tampoco la tenían muy clara. Como leímos en el Evangelio de hoy le dicen a Jesús: "Auméntanos la fe" (Lc 17,5). Básicamente o en otras palabras: "Jesús, súbenos el nivel, porque con este tutorial básico no alcanza".

Y Jesús les responde con algo que parece sacado de un meme: "Con una fe del tamaño de una semilla de mostaza podrían decirle a ese árbol que se arranque y se plante en el mar".

Momento. ¿En serio? ¿Estamos hablando de la semilla más microscópica que existe en ese tiempo? Sí. Jesús no está pidiendo una fe tamaño catedral. Está diciendo: la fe no se mide en kilos, se mide en autenticidad.

No se trata de cuánta fe tienes, sino de qué tan real es. Como el wifi: no importa que tengas 5 rayas si la contraseña está mal. Una conexión débil pero real es mejor que una señal falsa de cinco barras.

La fe no es para hacerte famoso

Pero aquí viene el giro inesperado del Evangelio. Justo cuando los apóstoles están imaginándose, moviendo árboles con la mente tipo Jedi, Jesús les cuenta la parábola del siervo que trabaja todo el día y al regresar no espera aplausos, sino que sigue sirviendo.

"Hemos hecho lo que teníamos que hacer" (Lc 17,10). Auch. Bajón de expectativas.

Jesús nos está diciendo: la fe verdadera no es para el Instagram espiritual. No es para coleccionar likes divinos o para que todos te vean como "el súper creyente". La fe auténtica se vive en lo cotidiano, en lo que nadie ve:

  • Cuando perdonas aunque todavía duela
  • Cuando te levantas a trabajar aunque no tengas ganas
  • Cuando cuidas a tus padres mayores sin quejas
  • Cuando eres fiel en tu relación aunque nadie te esté vigilando
  • Cuando haces bien tu trabajo sin supervisión

Ahí, en esos momentos de servicio silencioso, la fe deja de ser teoría y se vuelve vida.

Por otro lado, vemos como San Pablo le escribe a Timoteo (2 Tim 1,6-8) y le dice algo clave: "Reaviva el fuego de la fe". Como cuando tu celular está en 2% y necesitas cargarlo urgente. La fe no es algo automático que se mantiene solo. Hay que cultivarla, alimentarla, cuidarla.

Y Pablo añade: esta fe no nos hace cobardes, sino que nos da amor, fortaleza y templanza. La fe verdadera no es un sedante que nos duerme ante las injusticias. Es una fuerza que nos capacita para amar cuando cuesta, para mantenernos firmes cuando todo tiembla, y para tener autocontrol cuando querríamos explotar.

Entonces, ¿qué hacemos con esto?

El Evangelio de hoy nos deja dos verdades que parecen contradictorias pero que en realidad se complementan perfectamente:

1. La fe es súper poderosa – Puede mover lo imposible, cambiar situaciones, abrir puertas cerradas.

2. La fe es súper humilde – Se vive en lo ordinario de nuestras vidas, cumpliendo promesas, siendo fiel en lo pequeño.

Es como tener un auto deportivo último modelo... y usarlo para llevar a tu abuela al mercado. El poder está ahí, pero se usa para servir.

El desafío para esta semana

Tal vez hoy no necesites pedirle a Dios más fe. Tal vez necesites preguntarte: ¿Estoy usando la fe que ya tengo?

  • ¿Estoy siendo fiel en lo ordinario?
  • ¿Confío en Dios incluso cuando no veo resultados inmediatos?
  • ¿Sirvo sin esperar reconocimiento?

Porque al final, la fe no es un superpoder para impresionar a otros. Es un estilo de vida que nos transforma por dentro y transforma todo lo que tocamos. Es semilla pequeña, sí. Pero que da frutos enormes.

Como dice Habacuc: "el justo por su fe vivirá" (Hab 2,4). No dice "por sus milagros", ni "por sus logros espectaculares". Sino por su fe. Esa fe sencilla, diaria, humilde, que confía incluso en la oscuridad.

Esa fe que no siempre mueve montañas, pero que siempre, siempre, mueve corazones.

Terminemos este momento de reflexión con una oración que salga del corazón algo así como:

"Señor, ayúdanos a vivir con fe auténtica. No la fe que busca aplausos, sino la que se hace servicio. No la fe teórica, sino la fe que transforma nuestra vida ordinaria en algo extraordinario. Amén."


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