domingo, 21 de marzo de 2021

5° Domingo de Cuaresma - Homilía del Cardenal Eduardo Pironio



Jer 31,31-34 / Sal 50 / Heb 5,-79 

Evangelio según San Juan 12,20-33

Entre los que habían subido para adorar durante la fiesta, había unos griegos que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: "Señor, queremos ver a Jesús". Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús. El les respondió: "Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna. El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre. Mi alma ahora está turbada, ¿Y qué diré: 'Padre, líbrame de esta hora'? ¡Si para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!". Entonces se oyó una voz del cielo: "Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar". La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: "Le ha hablado un ángel". Jesús respondió: "Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes. Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí". Jesús decía esto para indicar cómo iba a morir.

Homilía del Cardenal Pironio (24 de marzo de 1985)

Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado. Estas palabras misteriosas que Jesús dice cuando Felipe y Andrés se acercan para decir que los gentiles lo quieren ver –queremos ver a Jesús-. Estas palabras misteriosas señalan que la pasión de Jesús –su muerte y su resurrección- están ya por cumplirse. También nosotros vamos llegando a la hora de Jesús. Estamos a una semana del comienzo de la semana mayor de la iglesia, la semana santa. Habrá que vivirla con una particular intensidad de amor.

En la oración le hemos pedido al Señor que nos ayude a fin de que podamos sentir, vivir, obrar con aquella caridad que movió, empujó al Hijo a dar la vida por nosotros. Es mucho lo que le pedimos. Tener la misma caridad que empujó al Hijo a dar la vida por nosotros, y a vivir y obrar así. A vivir, es decir, a sentirnos interiormente llenos de esta caridad. Por consiguiente con las mismas exigencias de oración, de servicio, de cruz. Y a dar la vida por los demás, por consiguiente, con una entera disponibilidad a morir en bien de nuestros hermanos para que en ellos nazca más profundamente el Señor.

El domingo pasado recordábamos que la pasión de Jesús no se explica sino desde el amor del Padre: tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo. Ahora comprendemos que la pasión de Jesús, el misterio pascual, no se explica sino desde el amor que Jesús nos tiene. Le pedimos participar en este amor que lo empuja a dar la vida por nosotros.

Este amor se manifiesta en forma de alianza. La primera lectura nos habla de la alianza. Llegarán días en los cuales yo haré una alianza nueva con la casa de Israel, con la casa de Judá. La alianza. ¿En qué consiste esta alianza? Es una unidad irrompible entre Dios y su pueblo de tal manera que en adelante Dios será su Dios y el pueblo será su pueblo. Es una alianza que exige fidelidad por ambas partes. Una alianza que lleva a un conocimiento mucho más hondo de Dios. No será necesario -dice- que nadie les enseñe, reconoceréis al Señor, todos los conocerán desde el más chico al más grande.

Esa alianza se realiza de una manera particular con la sangre de Jesús. Esta es la sangre de la nueva alianza. El misterio pascual de Jesús que celebramos hoy, que celebraremos de un modo solemne en la semana santa, en el día de Pascua. El misterio pascual de Jesús es una alianza. En esa alianza hemos entrado a vivir con el Bautismo. El Bautismo que es nuestra primera alianza. Dios empezó a ser nuestro Dios y nosotros empezamos a ser su pueblo. Dios empezó a ser nuestro Padre y nosotros empezamos a ser sus hijos. Después llegó un momento en que esta alianza, por bondad misericordiosa, tiernísima del Señor, esta alianza se hizo más profunda. Se llevó a plenitud la consagración bautismal. Fue la alianza de los votos, de la profesión perpetua.

Ustedes van a renovar mañana en la fiesta de nuestra señora del sí, los votos, van a renovar la alianza. Sentirán mucho más profundamente -como lo siento yo en mi vida sacerdotal- que Dios es nuestro Dios y que nosotros somos su propiedad, que somos sus hijos, que son sus esposas. Dios es el Dios de la alianza.

Meteré la ley en sus corazones. ¿Qué significa esto? Meteré, escribiré adentro la ley; no en tablas de piedra que se puede romper, sino adentro. Cambiaré el corazón de piedra en un corazón de carne, infundiré mi espíritu para que puedan amar bien. La ley en definitiva es eso: amarás al señor tu Dios y al prójimo como a ti mismo. La meteré adentro para que no se rompa. Y meteré al Espíritu Santo para que Él ame dentro de vosotros.

La segunda lectura ya nos presenta a Cristo siervo que ora en Getsemaní. Es de la Carta a los Hebreos, la carta por antonomasia del sumo sacerdote. Aprendió a obedecer en la escuela del sufrimiento. ¡Qué hermosa es esta frase! Siendo Hijo de Dios aprendió -por las cosas que padeció- a sufrir. Aprendió la obediencia en la escuela del sufrimiento. ¡Que lección para nosotros! Pero este sufrimiento íntimamente sacerdotal que nos da la vida porque dice llegó a la perfección.

¿Cuándo ha llegado a la perfección? Cuando pasó por la gloria de la cruz. Cristo llega a la perfección a través de la muerte, la resurrección, la ascensión al cielo, el envío del Espíritu Santo. Todo eso es la perfección, la plenitud del misterio pascual. Entonces ha llegado a la perfección, se hace para nosotros causa de salvación eterna. Aprendió a obedecer en la escuela del sufrimiento. Y antes la Carta los Hebreos nos muestra al siervo sufriente orando con gritos y lágrimas. Es la oración de Getsemaní. Ofreció plegarias y súplicas con fuertes gritos y lágrimas a aquel que podía salvarlo.

La vida de una sierva que ha entrado en la alianza por su consagración tiene que ser necesariamente una vida de oración intensa, una vida de serena cruz. Aprendió a obedecer en la escuela del sufrimiento.

Luego el evangelio. Si alguno quiere servirme que me siga y donde yo estoy estará también mi siervo, mi servidor. Ustedes se llaman particularmente siervas, tienen que vivir el misterio de su nombre. Siervas como María, es decir, disponibles. Siervas, como María, es decir, acogiendo constantemente la palabra y engendrándola en la Iglesia. Siervas como María, serenas y fuertes al pie de la cruz. Por eso el Evangelio es todo sobre la cruz. La glorificación por la cruz. Si el grano de trigo no cae en tierra y no muere queda solo pero si muere entonces es cuando produce fruto. No tengan miedo a la cruz, no la pidan, pero cuando el Señor adorablemente la pone en la vida -y la tiene que poner porque sino nuestra vida no sería de configuración plena con el Cristo pascual, no seria fecunda-, cuando el Señor la ponga no tengan miedo porque es el momento de la gloria. Sentirán una gran serenidad, una gran fuerza. Sobre todo experimentarán la alegría de la fecundidad. La fecundidad maternal como en el sacerdote es la fecundidad paternal de su consagración. Si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda solo pero si muere da mucho fruto.

Si alguno quiere ser mi siervo que me siga y donde estoy yo este también mi siervo. ¿Dónde está el siervo que es Jesús? ¿Dónde está? Está en el seno del Padre por la interioridad y la unidad de la oración. Está en el seno de María cuando se hace carne y se anonada por nosotros. Está en el seno de la cruz cuando nos reconcilia para siempre con el Padre. Si queremos de veras ser siervos con Jesús, como María, vivamos allí donde vivió Jesús, donde vivió María: en el seno del Padre por la oración, en el seno de María por el anonadamiento y la disponibilidad total, en el seno de la cruz por nuestra entrega fiel, gozosa, serena a una cruz que nos hace grandes y fecundos en la iglesia. Que así sea.

Palabras después de la bendición final.

Les hablaba de intensidad, que nos prepare para la celebración del misterio pascual. Ha llegado la hora, dice Jesús. Y para esta hora nos hizo el Padre. Y qué vamos a pedir: Padre, líbranos de esta hora. Si para esta hora el Padre nos hizo venir al mundo, vivir hondamente el misterio pascual de Jesús. Y -en Él- nuestra propia Pascua hecha de cruz y de esperanza, de muerte y resurrección. Particularmente ustedes van a hacer este día de oración preparándose a la gran fiesta de nuestra señora del sí –mañana- y renovar sus votos. Yo les aconsejo simplemente que vuelvan a repasar los hermosísimos textos de la liturgia del hoy. El Señor ha hecho una alianza especial con ustedes en el día de la profesión. Esa alianza supone fidelidad pero seguridad ante todo en la fidelidad de Dios. Yo meteré mi ley en su corazón. Esa ley es el don del Espíritu con el cual ustedes cumplirán con fidelidad las exigencias de sus constituciones y -más abajo, más hondamente todavía- el llamado particular del Señor a la santidad. Yo seré su Dios, ellas serán mi pueblo; Yo seré su Esposo, ellas serán mis esposas, dice Cristo. Y luego esa asimilación profunda con el Cristo anonadado; el Cristo que ora en el huerto con lágrimas y clamores, con gritos; el Cristo que en los sufrimientos aprende lo que es obedecer. Y se hace así -siendo perfecto- causa de salvación para los demás. Sentir la maravillosa vocación de servidoras: junto con el sacerdote ser causa de salvación en Cristo y por Cristo sacerdote para todos los demás. Y luego el Evangelio tan hermoso del grano de trigo que muere para poder dar su fruto. Las palabras tan hermosas de Jesús: el que quiera ser mi servidor que me siga y donde yo estoy que esté también él. Para aprender cómo tiene que ser una sierva que mire. ¿Dónde está el Señor? El Señor está en el desierto orando, está entre la muchedumbre curando y está en la cruz ofreciéndose. Que María les prepare y nos prepare a todos para la gran fiesta de mañana.


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