sábado, 8 de diciembre de 2018

Segundo domingo de Adviento - Monseñor Angelelli


Evangelio según San Lucas 3,1-6.

El año decimoquinto del reinado del emperador Tiberio, cuando Poncio Pilato gobernaba la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, su hermano Felipe tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilene, bajo el pontificado de Anás y Caifás, Dios dirigió su palabra a Juan, hijo de Zacarías, que estaba en el desierto. Este comenzó entonces a recorrer toda la región del río Jordán, anunciando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados,como está escrito en el libro del profeta Isaías: Una voz grita en desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos.
Los valles serán rellenados, las montañas y las colinas serán aplanadas. Serán enderezados los senderos sinuosos y nivelados los caminos desparejos. Entonces, todos los hombres verán la Salvación de Dios.

Homilía Monseñor Angelelli:

Amigos y hermanos: después de escuchar las lecturas de la Biblia, la Profecía del Profeta Baruc, la carta de Pablo a los Filipenses y el Evangelio de Lucas, con la figura central de Juan el Bautista, meditaremos hoy sobre el tema central de la CONVERSIÓN.

Dios llamó a los hombres a entrar en comunión con El por medio de Jesucristo. Pero se trata de hombres pecadores, la respuesta al llamamiento de Dios le exigirá por tanto en el punto de partida una conversión y luego a todo lo largo de la vida una actitud penitente. Por esto la conversión y la penitencia ocupan un lugar considerable en la revelación bíblica. La Biblia usa diversas maneras de expresar la conversión del hombre. "Buscar a Dios es buscar su rostro, humillarse delante de él es fijar su corazón delante de él". Pero la idea de conversión nos lleva a entenderla mejor, diciendo: es un cambiar de rumbo, de volver los pasos andados, de volver atrás, reconstruir el amor roto para con Dios y para con nuestros hermanos; ruptura de un pasado que nos desvía de nuestra plena realización como hijos de Dios.

Ratificar de nuevo la condición que aceptamos el día de nuestro bautismo para que se nos entregara la Fe que es la VIDA NUEVA que nace por el agua y el Espíritu Santo. Esa condición era AMAR a Dios con todo lo que somos y con la misma fuerza amar a nuestros hermanos. El Apóstol Juan nos dirá: "no amemos sólo de palabra sino con las obras..."

En el Evangelio de Lucas aparece la figura de Juan que llama a la conversión. El último de los profetas, JUAN EL BAUTISTA, que llama a los judíos a penitencia, que anuncia la aproximación del Reino de Dios entre los hombres, que anuncia la inminencia de la llegada de Jesús, el Mesías, que sumerge a los pecadores en el agua del Río Jordán para que esa levadura exterior fuera como principio de la purificación interior. Hijo de la vejez y del milagro, fue desde su nacimiento, consagrado a ser Nazareno, es decir PURO, limpio, envuelto en una piel de camello, ceñida a su cintura con una correa de cuero, con el cuerpo quemado por el sol del Desierto y el alma quemada por el deseo del Reino de Dios, es el anunciador de la Luz, que es Cristo, el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. El que traerá otro bautismo, el bautismo del agua y del Espíritu Santo para hacer hombres nuevos, un pueblo nuevo, un pueblo sacerdotal y profético, anunciador de las maravillas que Dios realiza entre los hombres. Este Juan que no es ni Elías ni Cristo sino UNA VOZ QUE CLAMA EN EL DESIERTO, que anuncia que en medio de ustedes hay uno a quien ustedes no conocen y a quien no soy digno de desatarle las correas de su sandalias. El que viene...
Y este Cristo, ya está en medio de nosotros, que por el Hijo de Dios se hizo hombre y habita en medio de nosotros. Seguimos con la mirada fija en la Navidad, esa Navidad está en cada hombre, en cada pueblo, es decir Cristo está en el corazón de cada hombre que se alegra o sufre, rico o pobre, sabio o ignorante. Este es el Gran acontecimiento de que hablamos el domingo pasado, cada Adviento es un llamado a nosotros los cristianos a ayudar a nuestros hermanos para integrarlos plenamente en Jesucristo, porque en El encontrarán su plena realización humana.

Así comprenderemos mejor, a Pablo VI, el Santo Padre, que hecho peregrino, misionero y apóstol, por los caminos del lejano oriente, nos enseña que esta es la Iglesia que sale, consciente de saberse misionera y apostólica, no puede quedarse encerrada sobre sí misma, sería infiel a su Divino Fundador Jesucristo, sino que debe ir donde están los hombres, con respeto, con amor, con misericordia, con acogida fraternal, con actitud de sirvienta y "experta en humanidad" brindarle con toda fidelidad todo lo que posee, íntegramente, sin claudicaciones, EL EVANGELIO, JESUCRISTO, revelación del Padre de los Cielos, Camino y Vida, y Luz para que los hombres logremos nuestra total e integral realización.
Fue otro JUAN, el Bueno como le hemos llamado, Pastor Supremo de este Pueblo de Dios, quien convoca a este PUEBLO para la CONVERSION, es necesario presentar a nuestro mundo una Iglesia, con un rostro limpio y sin mancha como enseña el apóstol Pablo. HOY, después de varios años de un Concilio hecho para que resplandezca mejor en Obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles cristianos, la fuerza y la vitalidad siempre joven y llena de vida y esperanza del Evangelio de Jesucristo que es BUENA NOTICIA, vivimos el proceso del camino del EXODO, cuando el pueblo elegido, debe salir de Egipto para emprender la marcha del Desierto rumbo a la Tierra Prometida. Camino duro y difícil, hecho con rupturas interiores y sacrificios exteriores, con la sola confianza puesta en el Señor, con la sabiduría y la Luz del Concilio, sentimos en carne propia las exigencias que este camino de conversión supone, de dolor y alegría a la vez.

En cada uno de nosotros y en la comunidad eclesial nos entra la tentación del miedo, nuestra FE se ve seriamente replanteada e interpelada por el Señor y por quienes nos ven obrar cada día, parecería que, a veces, no advirtiéramos que el Señor está haciendo el camino con nosotros.
Nuestra debilidad humana, nuestras pasiones desordenadas, cobran, por momento, toda la fuerza del hombre viejo que se resiste a la conversión, que debe ser de mente y corazón como lo hemos dicho hasta la saciedad. Caminar como Iglesia mezclado con un mundo que aceleradamente cambia y sufre toda clase de tensiones, es correr los riesgos humanos de equivocarnos y de no tener miedo de meter nuestras manos para ayudar a nuestros hermanos, con quienes hacemos el mismo camino, como lo acaba de hacer el Papa Pablo, para asumir todas las alegrías y esperanzas, los dolores y sufrimientos que a diario pesan sobre la vida de cada hombre concreto.

A todos nos cuesta cambiar nuestro ritmo, a veces rutinario, quizás algunas veces, escondemos, en nuestras agresividades, un sentido hondo de frustración personal, de miedo a asumir nuevos compromisos exigidos por la Fe y la Vida. Quizás escondemos, en la falta de cordura y madurez personal en nuestras actitudes cristianas, la debilidad de nuestra carne, la poca solidez de nuestra Fe, sentimientos encontrados; para ser acogedores y simplemente AMAR y no vivir condenando, quizás, nuestra falta de valentía para tomar en serio nuestra conversión, nos haga aparecer en aparente postura de firmeza o reacciones incontroladas la pobreza de nuestro espíritu.
Amigos: los invito a que piensen seriamente, no se alimenten con la murmuración y la falta de nobleza de espíritu, a Usted y a mí, San Pedro, en su carta, nos dice que debemos ser piedras vivas del edificio espiritual que es el Cuerpo de Cristo. Pablo, el apóstol, a Ud. y a mí nos dice que no profanemos el Templo del Espíritu Santo. A Ud. y a mí si nos decimos buenos hijos de esta Madre que es la Iglesia, que con la fuerza del Señor renovemos nuestro interior y aquellas instituciones que ya no sean capaces de engendrar vida.

La Conversión pedida por el Concilio exigirá todavía muchas renuncias y rupturas interiores y exteriores, la redención y la salvación se hace con SANGRE, sangre de nuestro corazón y si fuere necesario, y lo considero una gracia de Dios, con la misma vida. No nos engañemos, si no somos hombres nuevos seguiremos mintiendo a nuestro mundo que busca apasionadamente hombres capaces de testificar con la propia vida lo que dicen y creen. Quizás, para no hacer detener la marcha de un pueblo que grita su propia dignidad y no cambie el Evangelio, por cualquier otra cosa, porque los cristianos no somos capaces de asumirlo, en medio de nuestras debilidades, con alegría, con esperanza y con firmeza.

El Evangelio, la Fe cristiana en serio, actitudes nuevas que rompan con ese hombre viejo que todos tenemos dentro, Cristo ha resucitado, El es nuestra fuerza, El quiere que todos los hombres seamos hermanos, felices y nos ayudemos los unos a los otros para construir una comunidad de hombres que nos amamos de veras y no un conglomerado de individuos que perdemos el tiempo jugando con la vida a lo franco tirador, mientras existe todo un pueblo que espera, acusando el cansancio de la espera y el descreimiento a todo llamado para que juntos caminemos.

Amigos: ustedes los del interior y ustedes que viven en los suburbios de nuestra ciudad o Ud. que vive la soledad de saberse ignorado por sus hermanos, aprendan la lección en la debilidad y en el pecado de quienes nos decimos cristianos comprometidos, que si no nos convertimos en serio a Jesucristo y somos verdaderos hermanos, mentiremos en la próxima Navidad cuando partamos el pan en la mesa familiar a la luz de un Pesebre improvisado en nuestra casa o en un rancho. Acuérdense, como lo debo recordar yo también, el día de nuestro bautismo le aceptamos a Cristo la condición que nos puso para darnos la FE, si éramos capaces de amar, no de condenar.

Misas Radiales. Editorial Tiempo Latinoamericano, Córdoba.  Tomo 1, Pág. 100 s
La Rioja, 6 de Diciembre de 1970  
Segundo domingo de Adviento C


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