sábado, 4 de mayo de 2019

3° Domingo de Pascua, "La Pascua es el Espíritu de la comunión entre los hombres" - Mons. Angelelli



Hechos de los Apóstoles 5, 27-32 . 40-41 Apocalipsis 5, 11-14     San Juan 21, 1-19


Evangelio según San Juan 21,1-19.

Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le respondieron: "Vamos también nosotros". Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada. Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: "Muchachos, ¿tienen algo para comer?". Ellos respondieron: "No". El les dijo: "Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán". Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: "¡Es el Señor!". Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla. Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: "Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar". Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: "Vengan a comer". Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: "¿Quién eres", porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos. Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?". El le respondió: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis corderos". Le volvió a decir por segunda vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?". El le respondió: "Sí, Señor, sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas". Le preguntó por tercera vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?". Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: "Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero". Jesús le dijo: "Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras". De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: "Sígueme".


Homilía de Monseñor Enrique Angelelli. (25 de Abril de 1971)

SALUDOS: 
A la población de Saladillo del Monte. A los enfermos.
Internados del Penal de La Rioja. A Ud. amigo Camionero y colectivero.
A Ud. que viaja en las rutas de nuestra provincia. A ustedes amigos que han perdido en esta semana un ser querido. A la Comunidad de Religiosas de Villa Unión. A Ustedes amigos de Ulapes, de Villa Nidia y Corral de Isaac. Enfermeras del Plaza que viajan a Catamarca.

Amigos y hermanos: durante estos domingos venimos reflexionando sobre la Pascua del Señor, sobre Cristo Resucitado y lo que nos dice hoya nosotros, hombres que necesitamos encontrar en la vida el verdadero sentido de nuestra existencia. Cuando el domingo pasado anunciábamos cambios y responsabilidades nuevas en nuestros hermanos sacerdotes, no significaba una medida táctica o insensibilidad ante los problemas de nuestro pueblo. Recae sobre nosotros cristianos la responsabilidad de ir construyendo una Iglesia Diocesana que sea verdaderamente Iglesia Pascual, Iglesia llena de VIDA NUEVA en cada uno de sus miembros. 

Una Iglesia Diocesana joven y renovada, que saborea la fecundidad de la pobreza interior y se apoya en la fuerza interior del Espíritu que la anima constantemente, "una Iglesia auténticamente pobre, misionera y pascual, desligada de todo poder temporal y audazmente comprometida con la liberación del hombre y de todos los hombres" (Medellin 5,15).

Porque el Espíritu Santo está obrando en nosotros de un modo nuevo y despertando energías y responsabilidades ocultas. Porque el Padre de los cielos nos descubre la urgencia y totalidad de su plan de salvación sobre nosotros y sobre nuestros pueblos. No es una hora de superioridad para la Iglesia sino de servicio. Porque es una Iglesia Pascual no puede ser una Iglesia "triunfalista" o "del poder". Todo lo contrario.

Es una Iglesia de la esperanza y la alegría, pero en la profundidad verdadera que da la Cruz y el Silencio interior. Es la hora de la responsabilidad y el compromiso, la conciencia, la renovación y el servicio al mundo. Hacia esta Iglesia Pascual es a donde debemos caminar, la que sólo confía en las armas del Espíritu de Dios y sólo tiende a expresar al Señor resucitado. Cuando decimos una Iglesia pobre, decimos una Iglesia libre, una Iglesia segura, porque sabe en quién pone su confianza, en Cristo el Señor, no con la seguridad humana que da el prestigio o el poder sino con la firmeza inquebrantable del Espíritu Santo. Cuando decimos que nuestra diócesis debe ser una Iglesia joven, es porque sentimos necesariamente la urgencia de lo nuevo que lo da Cristo, a cuya imagen debe ser creado el "hombre nuevo". Una Diócesis de "la caridad, la alegría y la paz" que son los frutos primeros del Espíritu Santo (Gal 5,22). 

Buscamos seguir construyendo una Diócesis que sea Iglesia en comunión. Porque la Pascua es el Espíritu de la comunión entre los hombres. Pronto, Pentecostés nos enseñará que engendra en los discípulos de Cristo "un solo corazón y una sola alma" (Hechos 4,32). Es la comunión de la totalidad del Pueblo de Dios con el Cristo Glorioso y con la totalidad de los hombres, sin excluir a nadie. Por eso todo cuanto se haga por expresar en nosotros y realizar la verdadera comunión en el Espíritu Santo, que anima y rejuvenece permanentemente a su Iglesia, es ir preparando el rostro de una Iglesia Diocesana auténticamente Pascual. 

La Pascua nos comunica la inquebrantable solidez de la Esperanza.
Nace así la Iglesia Diocesana de la Luz y la Firmeza. Una Iglesia Diocesana que debe ir sintiendo cada vez más su urgencia de ser misionera. La que sale renovada de esta Pascua, que hemos vivido, para que se convierta en una Iglesia que ora, y se sabe peregrina, que sufre y profetiza, que es aprisionada y libera a los hombres, que muere y da la vida, que el Reino de Dios ha llegado e invita a los hombres a la conversión y a la FE.

Más que nunca se advierte entre nosotros la necesidad de iluminar, hacer crecer y comprometer en la práctica de la Fe. Pero si nuestra Iglesia Diocesana quiere ser Iglesia Pascual, tiene que ser la Iglesia del anonadamiento y de la Cruz. Si nos escandalizamos por ello, no hemos comprendido a Cristo, seguimos todavía con pensamientos humanos. Si nos envuelve la triseza o la desesperanza, es porque aún no creemos lo que encierra la muerte en la Cruz y la Resurrección de Cristo. Porque una Iglesia Diocesana Pascual, es una Iglesia de Cristo muerto y resucitado por su obediencia hasta la muerte de Cruz (Fil 2, 5-11). 

Nuestra Iglesia Diocesana será Pascual cuando en el silencio guarde la Palabra de Dios y la haga fecunda; cuando vivamos la Eucaristía como donación, servicio y muerte. A esta Iglesia Diocesana la construimos todos, la hacemos todos cada día, cada instante de nuestra existencia; cuando asumamos con todas sus consecuencias la renovación pascual obrada en nosotros por el Concilio; cuando el Espíritu Santo la haga en nosotros, si somos pobres interiormente, si confiamos en Él y si nos entregamos a que obre en nosotros el "hombre nuevo"; cuando descubramos el dolor de nuestros hermanos y nos decidamos a llenar sus esperanzas. 

Mis Amigos: Todas estas reflexiones nos sirven para sacar conclusiones prácticas para la vida diaria. Cuando el Señor quiere dejar a sus discípulos como un testamento les recuerda en forma de comparaciones que deben vivir como servidores siempre preparados, fieles vigilantes, con la lámpara encendida, habiendo hecho fructificar los talentos por el trabajo diario más bien que teniéndolos guardados y ocultos, y que serán juzgados no por lo que tengan sino por lo que hayan trabajado, por alimentar, por dar de beber, por visitar y vestir a los pobres, hambrientos, perseguidos y extranjeros. Cuando resumimos que "todo hombre, es nuestro hermano" es resumir el doble amor de Dios y del prójimo. Cuando habla de desarrollo, la Iglesia lo hace en conformidad con el mensaje del hombre que ha sido imagen perfecta de Dios, Jesucristo, que ha asumido toda la creación y toda la actividad humana para llevarla a su Padre. Es por tanto en este mundo, en sus actividades, en su expansión, como la salvación se ofrece al hombre y se opera en él.

Amigos radioyentes: en este contexto debemos comprender las decisiones que debemos asumir en la Diócesis mirando el bien de toda la Comunidad Diocesana. En este contexto ¿podemos decir hoy, que nuestra provincia, a la que le cuesta dolorosamente crecer y desarrollarse como el Señor lo quiere, deba estar en actitud pasiva y en espera que en altas esferas, con las mejores intenciones, se paralice la marcha de un pueblo o por lo menos no pueda desarrollar las obras que reclaman la gama de problemas existentes porque no se puede contar con el dinero necesario hasta tanto no se lo apruebe, o se lo examine con criterios poco sensibles a las urgencias de nuestro pueblo? Advertir esto es hacer tomar más conciencia en quienes tienen el poder de decisión. Es ayudar a hacer reflexionar a los responsables de las Instituciones Políticas, a tomar conciencia de ello. Máxime si son cristianos. La dignidad de nuestro pueblo y la responsabilidad de quienes lo sirven como gobernantes, merece la consideración debida de quienes ostentan un poder superior, que debe ser servicio. Advertir esto no es inmiscuirnos en asuntos que escapan a la competencia pastoral de la Iglesia sino tratar de caminar junto a la vida concreta de nuestro pueblo.
                       Amigos: hasta el Domingo, Dios mediante.

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El sábado 27 de Abril celebramos con gran alegría la beatificación de Monseñor Enrique Angelelli, Fr. Carlos de Dios Murias, P. Gabriel Longueville y el laico Wenceslao Pedernera.
Que vivan los cuatro mártires!!!

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