jueves, 16 de octubre de 2025

Octubre el mes de las misiones

¿Sabías que la Iglesia dedica una devoción particular a cada mes? Es decir, por cada mes del año se nos ofrece un propósito diferente para rezar, reflexionar y poder profundizar algún aspecto de nuestra fe con el objetivo de santificar el año. Octubre se dedica a las misiones y al rosario.

Hay mucho material disponible en Internet sobre este tema, pero en esta ocasión quiero compartir con ustedes uno de los documentos fundamentales relacionados con la misión: el Decreto “Ad Gentes” del Concilio Vaticano II.

Es un documento muy profundo en su totalidad, vale la pena leerlo despacio y a conciencia. Fruto del Concilio Vaticano II, este decreto tiene el objetivo de establecer los principios de la actividad misionera y ordenar los esfuerzos de toda la Iglesia para difundir el Reino de Cristo por el mundo. Por lo tanto, una de las primeras cosas que nos dice es que la misión no es una ocurrencia del obispo o del párroco, sino del mismísimo Dios-Padre, él toma la iniciativa de buscarnos, es quien nos “primereó” en la misión, enviando a su Hijo al mundo, y a través de Jesús al Espíritu Santo, con el deseo de que el hombre participe de la vida divina.

En consecuencia, podemos decir que toda la Iglesia es misionera por naturaleza, y sí asumimos que el concepto de Iglesia va más allá de las estructuras y edificaciones, entonces vos, yo, y todos los bautizados estamos llamados a ser misioneros, a llevar la Palabra de Dios, que es Jesús mismo, a todos los rincones del planeta. A “todos, todos, todos” diría nuestro querido Francisco.

Otro aspecto importante que se incluye en este documento es la distinción de algunos términos que nos plantean un interesante debate: quienes son los destinatarios de la misión. Ahora sólo tenemos la intención de darte a conocer los aspectos fundamentales de este importante decreto. (Te recomendamos e invitamos a que si te interesa conocer a fondo este tema nos lo hagas saber a través de nuestras redes sociales).

Los destinatarios de la misión, en el sentido estricto, son aquellas personas que no conocen a Cristo. En otras palabras, se refiere a aquellos hombres y mujeres que aún no han escuchado la Buena Noticia y, por tanto, no han tenido la oportunidad de responder con fe al llamado de Dios. Es a ellos a quienes, con urgencia y amor, se dirige prioritariamente la acción misionera de la Iglesia.

Sin embargo, el decreto Ad Gentes también señala que la misión no se agota allí. En la actualidad estamos en un mundo cada vez más globalizado, pero también más secularizado, donde muchas personas han sido bautizadas, pero viven alejadas de la fe o la desconocen profundamente, se hace necesaria una nueva evangelización. Por eso, el documento invita a renovar nuestro compromiso y a discernir constantemente cómo ser testigos auténticos del Evangelio en nuestras realidades cotidianas. Se nos invitaba a transmitir un experiencia cercana y misionera de nuestro encuentro con Cristo Vivo.

La misión, entonces, no es solo para quienes cruzan océanos o van a tierras lejanas. La misión comienza en casa, en nuestras familias, barrios, trabajos, parroquias y comunidades. Se trata de vivir con coherencia, con alegría y valentía el mensaje de Jesús, siendo puentes de encuentro, misericordia y esperanza.

En este mes misionero, desde Vivamos Juntos la Fe, te invitamos a que te tomes un momento para reflexionar:

¿Cómo estás viviendo tu vocación misionera? ¿Qué gestos concretos podés hacer para llevar a otros el amor de Dios? Quizá sea compartir una palabra de aliento, rezar por los que no conocen a Jesús, colaborar con alguna comunidad misionera, o dar testimonio con tu vida.

Recordá que ser misionero no es una opción para algunos, sino un llamado para todos. Como dice Ad Gentes, “la Iglesia peregrina es, por su naturaleza, misionera”. Y si la Iglesia somos todos, entonces también vos estás llamado a salir, a anunciar, a sembrar.

Que este octubre misionero nos renueve en el entusiasmo de llevar a Cristo a los demás, y que el Espíritu Santo nos impulse a ser discípulos misioneros con corazón ardiente y pies en camino.




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domingo, 12 de octubre de 2025

Meditamos el Evangelio de este Domingo con Fray Josué González Rivera OP



Lectura del día: Segundo Libro de los Reyes 5,14-17. Salmo 98(97),1-4. Segunda Carta de San Pablo a Timoteo 2,8-13.

Evangelio según San Lucas 17,11-19.

Mientras se dirigía a Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea.
Al entrar en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se detuvieron a distancia
y empezaron a gritarle: "¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!".
Al verlos, Jesús les dijo: "Vayan a presentarse a los sacerdotes". Y en el camino quedaron purificados.
Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió atrás alabando a Dios en voz alta
y se arrojó a los pies de Jesús con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano.
Jesús le dijo entonces: "¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?
¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios, sino este extranjero?".
Y agregó: "Levántate y vete, tu fe te ha salvado".

Homilía por Fr. Josué González Rivera, OP

“Levántate y vete, tu fe te ha salvado”

El Evangelio de este domingo nos presenta a Jesús “de camino a Jerusalén”, atravesando los confines entre Galilea y Samaría. No se trata de un detalle geográfico sin importancia. Como bien señalan algunos comentaristas, este “camino” tiene un profundo sentido teológico: Jesús avanza hacia su Pascua, hacia la entrega total de su vida por la salvación del mundo. En ese itinerario se manifiesta el corazón de su misión, que no se encierra en un territorio ni en un grupo, sino que se abre a todos, especialmente a quienes viven en los márgenes.

Allí, en los límites donde se mezclan judíos y samaritanos, donde habitan los excluidos y los impuros, Jesús se encuentra con diez leprosos. Ellos no pueden acercarse, pero levantan la voz: “¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!”. Jesús los escucha y los envía a presentarse ante los sacerdotes. Y, “mientras iban”, quedaron limpios.

La curación se realiza en el camino, en la obediencia confiada a la palabra del Señor. Este detalle es clave: la fe no consiste en ver para creer, sino en ponerse en marcha fiándose de Cristo. Los leprosos se ponen en camino cuando aún están enfermos, y en ese caminar acontece la sanación. Así también sucede con la misión: quien anuncia el Evangelio no lo hace porque todo esté claro o resuelto, sino porque confía en la palabra de Jesús, que sigue sanando en el camino.

Pero la historia no termina ahí. Solo uno de los diez, al verse curado, vuelve para dar gloria a Dios. Regresa alabando al Señor y postrándose ante Jesús, reconociendo en Él la fuente de su salvación. Así se cumple lo que expresa la primera lectura (2 Re 5, 14-17): Naamán, también extranjero y leproso, al ser curado por el profeta Eliseo, no solo recobra la salud, sino que reconoce al Dios vivo y verdadero. La verdadera sanación no se reduce al cuerpo: es la apertura del corazón al encuentro con Dios.

El hombre se postra a los pies de Jesús y le da gracias. Y ese hombre, dice el Evangelio, era samaritano. Los otros nueve —los que pertenecían al “pueblo elegido”— no regresaron. Jesús se admira: “¿No quedaron limpios los diez? ¿Dónde están los otros nueve?”. El samaritano, extranjero y excluido, se convierte así en ejemplo de fe y de gratitud. Para él, la palabra final de Jesús no habla ya solo de curación, sino de salvación: “Tu fe te ha salvado”.

En este domingo dedicado a las misiones, el Evangelio nos recuerda que la gratitud es el primer impulso del corazón misionero. Solo quien se sabe sanado y amado puede salir a anunciar la misericordia de Dios. El Evangelio nos invita a mirar el mundo desde los confines, allí donde Jesús sigue pasando. Nos enseña que el primer paso del discípulo misionero es ponerse en camino con fe, y el segundo, volver agradecido para dar testimonio. La gratitud se convierte en envío: quien ha experimentado la salvación de Cristo no puede callar.

Como el samaritano, también nosotros hemos sido alcanzados por la misericordia de Dios. Que la Palabra de Dios en este domingo reavive en nosotros la fe agradecida y el compromiso misionero, porque la misión comienza en el corazón que reconoce los dones de Dios y sale, con alegría, a compartirlos con todos.


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miércoles, 8 de octubre de 2025

Nuestra Señora del Rosario

 


Un camino para encontrarnos con Jesús

Cuando pensamos en el rosario, probablemente nos venga a la mente a nuestras abuelas rezando con sus cuentas en la mano, o quizás en nuestras parroquias antes de misa o en una procesión en el barrio. Pero el rosario es mucho más que una tradición bonita: es un camino directo al corazón de Jesús de la mano de María. Y en este camino, los dominicos tienen mucho que ver.

Vamos con poco de historia… Cuenta la tradición que la Virgen María se apareció a Santo Domingo de Guzmán, fundador de la Orden de Predicadores, y le entregó el rosario como un arma espiritual para anunciar el Evangelio. Domingo entendió que no se trataba de “palabras bonitas”, sino de una herramienta poderosa para transformar corazones y llevarlos a Cristo.

Unos siglos más tarde, en la batalla de Lepanto (1571), las tropas cristianas rezaron el rosario antes de enfrentarse al Imperio Otomano. Contra todo pronóstico, salieron victoriosas. El Papa San Pío V —dominico, además— atribuyó el triunfo a la intercesión de la Virgen y, en agradecimiento, instituyó la fiesta de Nuestra Señora del Rosario el 7 de octubre.

Desde entonces, frailes, monjas, hermanas y laicos dominicos propagamos esta oración por todo el mundo. El rosario se convirtió en un sello de identidad: rezarlo no es solo repetir, es contemplar la vida de Jesús con los ojos de María. Y eso significa algo muy profundo: al rezar el rosario, no vamos solos, caminamos con ella, aprendemos de su fe, de su ternura, y descubrimos cómo vincularnos con Jesús desde el corazón de su Madre.

¿Por qué rezar el rosario hoy?

Tal vez pienses: “Eso es cosa de grandes, yo no tengo tiempo”. Pero el rosario es una oración que se adapta a vos:

  • Podés rezar una decena mientras viajas en el colectivo o caminas a la uni o al trabajo.
  • Podés escuchar un audio del rosario y unirte desde el celular.
  • Podés rezar con amigos o en comunidad y descubrir que no estás solo en la fe.

El rosario no te saca del mundo: te ayuda a ver el mundo con otra mirada, a poner tus luchas y proyectos en manos de Dios. Es como llevar a María de compañera de camino: te escucha, te sostiene y te recuerda que no estás solo.

Octubre: el mes del Rosario

La Iglesia dedica octubre a Nuestra Señora del Rosario, y nos invitan a redescubrir esta oración como una manera joven, simple y profunda de encontrarse con Cristo.

Ojo!, algo para tener en cuenta, el rosario no es un amuleto, es un camino de contemplación. Cada misterio es un pedacito del Evangelio que se hace vida en vos: desde la alegría del nacimiento de Jesús hasta la esperanza de su resurrección.

¿Te animas al reto?

Durante este mes, te invitamos a rezar el rosario todos los días, aunque sea una parte, aunque sea una decena. regálale a la Virgen unos minutos de tu día.

  • Elegí una intención diaria (por tu familia, tus estudios, tus amigos, la paz).
  • Rézalo con tus cuentas, con el celular o en comunidad.

María no se cansa de escucharte. El rosario es su regalo, y también puede ser tu fuerza para vivir con más fe, libertad y amor.

Con cariño Maru


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lunes, 6 de octubre de 2025

Intención del Papa de octubre.


Querida comunidad, ¿Sabían que el santo padre León XIV encomienda una intención de oración por mes?

Estas intenciones son una convocatoria mundial a la acción y oración. El Papa las confía a su Red Mundial de Oración, que las difunde a través del “Video del Papa”. 

Hoy te invitamos a leer esta reflexión inspirada en el vídeo del mes de octubre

Por la colaboración entre las distintas tradiciones religiosas

Este mes de octubre, el Papa León XIV preocupado por la división en la que vive el mundo de hoy nos invita a seguir trabajando por la paz. Esta vez, remarcando la importancia de que nuestras creencias no sean en ningún ámbito motivo de discordia o enfrentamiento. “Que las religiones no sean usadas como arma o muralla sino como puente y profecía”.

Cada uno de nosotros está llamado a ser “instrumento de paz” como bien enseñaba San Francisco de Asís para que la belleza llegue a su plenitud. Esta misión nos requiere reconocernos como hermanos y hermanas llamados a vivir en un clima de fraternidad universal superando las diferencias y encontrando la riqueza en la diversidad.

Esta tarea no la podemos realizar solos, necesitamos el impulso del Espíritu Santo que nos hace capaces de ser Iglesia, de ser familia, de ser comunidad donde puedan surgir cada vez más ejemplos concretos de gestos y testimonios de justicia y fraternidad humana que nos interpelen a creer que transformar el mundo es un sueño posible si estamos juntos y caminamos en el mismo sentido.

“Tenemos que reaprender a escuchar y colaborar sin destruir” nos dice el Papa León XIV, y señala que para lograrlo tenemos que purificar nuestro corazón. Limpiar toda violencia, todo aquello que nos pueda llevar a ofender, herir, lastimar. Para hacer la paz tenemos que empezar por limar nuestras asperezas más profundas. ¡Qué desafío!

En una sociedad que tantas veces juzga sin piedad, y genera enfrentamientos innecesarios que tanto daño nos hacen pidamos a Jesús que nos enseñe su modo de ser humildes, mansos de corazón y abiertos a descubrir con mirada amorosa lo diferente. Que en la diversidad sepamos ver el rostro infinito de un Dios que sabe habitar en todos los corazones.

Que este mes podamos comprometer nuestra oración personal y comunitaria para “seguir haciendo creíble el sueño del bien común, acompañando la vida, sosteniendo la esperanza y siendo levadura para la unidad en un mundo fragmentado”, como nos invita el Papa.

Aprovechemos también esta ocasión para examinar si nuestras acciones aportan a la paz de cada día. Tengamos en cuenta que cada día es una oportunidad hermosa para ser mejores personas, que la esperanza nos motive a seguir caminando hacia una convivencia donde el diálogo, la escucha, la empatía y el respeto sean los cimientos de los vínculos que tenemos con los demás.

Amén

María Claudia Enríquez @clauchitaaaa






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sábado, 4 de octubre de 2025

Meditamos el Evangelio de este Domingo con Diácono José Torres, LC




Lecturas del día: Libro de Habacuc 1,2-3.2,2-4. Salmo 95(94),1-2.6-7.8-9. Segunda Carta de San Pablo a Timoteo 1,6-8.13-14.

Evangelio según San Lucas 17,3b-10.

Por lo tanto, ¡tengan cuidado! Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo.
Y si peca siete veces al día contra ti, y otras tantas vuelve a ti, diciendo: Me arrepiento, perdónalo.
Los Apóstoles dijeron al Señor: Auméntanos la fe.
El respondió: Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: Arráncate de raíz y plántate en el mar, ella les obedecería.
Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: Ven pronto y siéntate a la mesa?
¿No le dirá más bien: ¿Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después?
¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó?
Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber.

Homilía Diácono José Torres, LC

El poder escondido de la Fe

¿Alguna vez has sentido que tus oraciones rebotan en el techo? Como si mandaras un mensaje de WhatsApp y ni siquiera te llegara el tilde de "entregado". Habacuc lo sentía así: "¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que me oigas?" (Hab 1,2).

Es el grito que mucho podemos llevar dentro cuando vemos las noticias, cuando un familiar está enfermo, cuando el trabajo no llega, cuando la relación se rompe. Rezamos, pedimos, suplicamos... y el silencio parece ser la única respuesta. Y entonces viene la tentación: "¿Para qué rezo si nada cambia?"

"Señor, súbeme el volumen a la fe"

Los apóstoles tampoco la tenían muy clara. Como leímos en el Evangelio de hoy le dicen a Jesús: "Auméntanos la fe" (Lc 17,5). Básicamente o en otras palabras: "Jesús, súbenos el nivel, porque con este tutorial básico no alcanza".

Y Jesús les responde con algo que parece sacado de un meme: "Con una fe del tamaño de una semilla de mostaza podrían decirle a ese árbol que se arranque y se plante en el mar".

Momento. ¿En serio? ¿Estamos hablando de la semilla más microscópica que existe en ese tiempo? Sí. Jesús no está pidiendo una fe tamaño catedral. Está diciendo: la fe no se mide en kilos, se mide en autenticidad.

No se trata de cuánta fe tienes, sino de qué tan real es. Como el wifi: no importa que tengas 5 rayas si la contraseña está mal. Una conexión débil pero real es mejor que una señal falsa de cinco barras.

La fe no es para hacerte famoso

Pero aquí viene el giro inesperado del Evangelio. Justo cuando los apóstoles están imaginándose, moviendo árboles con la mente tipo Jedi, Jesús les cuenta la parábola del siervo que trabaja todo el día y al regresar no espera aplausos, sino que sigue sirviendo.

"Hemos hecho lo que teníamos que hacer" (Lc 17,10). Auch. Bajón de expectativas.

Jesús nos está diciendo: la fe verdadera no es para el Instagram espiritual. No es para coleccionar likes divinos o para que todos te vean como "el súper creyente". La fe auténtica se vive en lo cotidiano, en lo que nadie ve:

  • Cuando perdonas aunque todavía duela
  • Cuando te levantas a trabajar aunque no tengas ganas
  • Cuando cuidas a tus padres mayores sin quejas
  • Cuando eres fiel en tu relación aunque nadie te esté vigilando
  • Cuando haces bien tu trabajo sin supervisión

Ahí, en esos momentos de servicio silencioso, la fe deja de ser teoría y se vuelve vida.

Por otro lado, vemos como San Pablo le escribe a Timoteo (2 Tim 1,6-8) y le dice algo clave: "Reaviva el fuego de la fe". Como cuando tu celular está en 2% y necesitas cargarlo urgente. La fe no es algo automático que se mantiene solo. Hay que cultivarla, alimentarla, cuidarla.

Y Pablo añade: esta fe no nos hace cobardes, sino que nos da amor, fortaleza y templanza. La fe verdadera no es un sedante que nos duerme ante las injusticias. Es una fuerza que nos capacita para amar cuando cuesta, para mantenernos firmes cuando todo tiembla, y para tener autocontrol cuando querríamos explotar.

Entonces, ¿qué hacemos con esto?

El Evangelio de hoy nos deja dos verdades que parecen contradictorias pero que en realidad se complementan perfectamente:

1. La fe es súper poderosa – Puede mover lo imposible, cambiar situaciones, abrir puertas cerradas.

2. La fe es súper humilde – Se vive en lo ordinario de nuestras vidas, cumpliendo promesas, siendo fiel en lo pequeño.

Es como tener un auto deportivo último modelo... y usarlo para llevar a tu abuela al mercado. El poder está ahí, pero se usa para servir.

El desafío para esta semana

Tal vez hoy no necesites pedirle a Dios más fe. Tal vez necesites preguntarte: ¿Estoy usando la fe que ya tengo?

  • ¿Estoy siendo fiel en lo ordinario?
  • ¿Confío en Dios incluso cuando no veo resultados inmediatos?
  • ¿Sirvo sin esperar reconocimiento?

Porque al final, la fe no es un superpoder para impresionar a otros. Es un estilo de vida que nos transforma por dentro y transforma todo lo que tocamos. Es semilla pequeña, sí. Pero que da frutos enormes.

Como dice Habacuc: "el justo por su fe vivirá" (Hab 2,4). No dice "por sus milagros", ni "por sus logros espectaculares". Sino por su fe. Esa fe sencilla, diaria, humilde, que confía incluso en la oscuridad.

Esa fe que no siempre mueve montañas, pero que siempre, siempre, mueve corazones.

Terminemos este momento de reflexión con una oración que salga del corazón algo así como:

"Señor, ayúdanos a vivir con fe auténtica. No la fe que busca aplausos, sino la que se hace servicio. No la fe teórica, sino la fe que transforma nuestra vida ordinaria en algo extraordinario. Amén."


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sábado, 27 de septiembre de 2025

Meditamos el Evangelio de este Domingo con Fray Emiliano Vanoli OP




Lecturas del día: Libro de Amós 6,1.4-7. Salmo 146(145),7-10. Primera Carta de San Pablo a Timoteo 6,11-16.

Evangelio según San Lucas 16,19-31.

Jesús dijo a los fariseos: "Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes.
A su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro,
que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus llagas.
El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. El rico también murió y fue sepultado.
En la morada de los muertos, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a él.
Entonces exclamó: 'Padre Abraham, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi lengua, porque estas llamas me atormentan'.
'Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento.
Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí'.
El rico contestó: 'Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre,
porque tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este lugar de tormento'.
Abraham respondió: 'Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen'.
'No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán'.
Pero Abraham respondió: 'Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán'".

Homilía por Fray Emiliano Vanoli OP.

La paradoja del don.

¿Tenemos derecho a disponer de nuestros bienes sin rendir cuentas? ¿Podemos pasar junto a un necesitado y consolarnos pensando que su situación es “culpa de la crisis” o de “un sistema injusto”? El Evangelio de este domingo nos invita a un “sí” más grande, porque en él se juega nuestro destino.

Si lo pensamos bien, ¿qué tenemos que no hayamos recibido antes? La vida misma es un don, y recibirla imprime a toda nuestra existencia una dinámica de gratuidad: hemos sido creados para donarnos, con lo que somos y lo que tenemos.

Las parábolas que nos propone la liturgia tanto el domingo pasado como el presente ayudan a comprenderlo. Primero, la del administrador infiel, que, aunque responsable de una mala gestión, es alabado por su capacidad de mirar más allá de lo inmediato y asegurar su futuro. Jesús nos enseña así que hay que renunciar a bienes pasajeros para apostar por lo que no pasa: Dios y la vida eterna. Este domingo, la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro nos enfrenta con crudeza a las consecuencias eternas de nuestras decisiones. La riqueza encerrada en sí misma nos aísla y nos condena; la "pobreza" compartida, en cambio, abre las puertas del Reino.

Aquí está la paradoja cristiana: solo dándonos nos realizamos. El mérito, el esfuerzo, el estudio y el trabajo son importantes, nos ayudan a procurar lo necesario para la vida, pero nada de eso borra el hecho de que en su raíz todo es don recibido. Y lo recibido, en clave evangélica, pide ser compartido. Rico, como Epulón y según el mundo, es quien acumula para sí; pero verdaderamente rico en el sentido evangélico, es quien, aunque tenga poco, lo abre generosamente a los demás. Nadie vive solo para sí, porque vivir es esencialmente entregarse; en cambio, guardarse para sí mismo es empezar a morir.

En definitiva, Jesús nos recuerda con estas parábolas que somos administradores, no dueños absolutos. Y lo que se pide a un administrador, como nos recuerda San Pablo en sus cartas, es fidelidad: ser fiel al corazón de Dios, el verdadero dueño, que da sus bienes para ser compartidos. La plenitud de la vida se encuentra en la lógica del don: la semilla que muere y da fruto, como Jesús en la Cruz. Esta es la verdad profunda de la existencia, en las propias palabras del Señor: “hay mayor felicidad en dar que en recibir” (Hch. 20,35).


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sábado, 20 de septiembre de 2025

Meditamos el Evangelio de este Domingo con el Pbro. Mauricio Calgaro. SDB



Lecturas del día:
Libro de Amós 8,4-7. Salmo 113(112),1-2.4-6.7-8. Primera Carta de San Pablo a Timoteo 2,1-8.

Evangelio según San Lucas 16,1-13.

Jesús decía a sus discípulos:
"Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes.
Lo llamó y le dijo: '¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto'.
El administrador pensó entonces: '¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza.
¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!'.
Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: '¿Cuánto debes a mi señor?'.
'Veinte barriles de aceite', le respondió. El administrador le dijo: 'Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez'.
Después preguntó a otro: 'Y tú, ¿cuánto debes?'. 'Cuatrocientos quintales de trigo', le respondió. El administrador le dijo: 'Toma tu recibo y anota trescientos'.
Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz."
Pero yo les digo: Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que este les falte, ellos los reciban en las moradas eternas.
El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho.
Si ustedes no son fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién les confiará el verdadero bien?
Y si no son fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes?
Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero".

Homilía por el Pbro. Mauricio Calgaro. SDB

Queridos amigos y amigas,

Jesús hoy nos pone frente a una elección clara: no se puede servir a dos señores. O servimos a Dios, o terminamos sirviendo al dinero. Y sabemos bien que el dinero es buen servidor, pero pésimo dueño.

La parábola de este domingo puede sonar rara. Un administrador al que descubren en falta, que no quiere trabajar la tierra ni pedir limosna… y que se las ingenia para ganarse amigos entre los deudores de su patrón. Y lo sorprendente es que el dueño lo felicita. No por lo deshonesto, sino por lo astuto. Porque supo reaccionar en un momento límite. La pregunta es: ¿qué nos quiere decir Jesús con esto?

Podemos subrayar tres cosas:

1. Los bienes son un medio, no un fin.

En tiempos de Jesús, esta parábola era una llamada a decidirse sin demora, porque el Reino de Dios estaba llegando. En la redacción de Lucas, se convierte en una exhortación/invitación para que seamos administradores prudentes de los bienes que recibimos. Compartir no es perder: es preparar un tesoro que nadie nos podrá quitar. Decidirnos aquí y ahora es una urgencia, porque el Reino y los pobres no pueden esperar.

2. Todo lo que tenemos es un don.

Nada es plenamente nuestro. La vida, los dones, las cosas materiales: todo es préstamo de Dios. El verdadero sentido de lo que poseemos está en compartirlo. Por eso Lucas insiste: los ricos buenos son aquellos que saben abrir la mano, como Zaqueo, que al encontrarse con Jesús decidió repartir sus bienes. Podemos recordarlo también en palabras de una canción de nuestro folclore: “La vida me han prestado y tengo que devolverla cuando el Creador me llame para la entrega”.

3. La decisión es personal y urgente.

El administrador se preguntaba: “¿Qué haré?”. Esa misma pregunta nos la dirige hoy el Evangelio: ¿qué hago yo con lo que tengo, con lo que soy, con mi tiempo, con mis dones? ¿Me encierro en el egoísmo, o los pongo al servicio de los demás? Son preguntas que este domingo pueden ayudarnos a repensar nuestro discipulado. Recordemos lo que Jesús nos dice en Mateo 25: “Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber…”. Ese será siempre el criterio de discernimiento.

Hermanos y hermanas, Jesús nos pide elegir: ¿a quién servimos? El dinero promete seguridad, pero esclaviza. Dios, en cambio, nos invita a una libertad que se expresa en el amor, en la solidaridad y en el servicio.

Francisco nos recuerda:

“El dinero sirve, pero el amor a él esclaviza. El dinero sirve para llevar adelante muchas cosas buenas, para sostener la familia, para sostener a los hijos, pero si tú amas al dinero, el dinero te destruye. El dinero sirve, y mucho, pero no se debe amar. Se debe amar a Dios. La codicia, sin embargo, corrompe” (Homilía en Santa Marta, 20 de septiembre de 2013).

Queridos hermanos y hermanas, pidamos al Señor que nos regale un corazón libre: libre de la codicia, libre de la esclavitud del dinero, y abierto al servicio generoso. Que nuestra vida sea administrada con esa astucia del Evangelio, pero puesta al servicio de la solidaridad, de la justicia y de la fraternidad.

Amén.


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domingo, 14 de septiembre de 2025

Meditamos el Evangelio de este Domingo con Fray Josué González Rivera OP


Lecturas del día: Libro de los Números 21,4b-9. Salmo 78(77),1-2.34-35.36-37.38. Carta de San Pablo a los Filipenses 2,6-11.

Evangelio según San Juan 3,13-17.

Jesús dijo a Nicodemo:
«Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo.
De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto,
para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.»

Homilía por fray Josué González Rivera OP.

“Si encontré misericordia, fue para que Jesucristo demostrara en mí toda su paciencia”

Queridos hermanos, en nuestra vida, marcada por decisiones grandes y pequeñas, solemos enfrentarnos a la fragilidad de nuestros propios límites. Cometemos errores, tropezamos, nos dejamos llevar por el egoísmo o el orgullo. Pero en medio de esa experiencia humana tan común, descubrimos también que la vida nos abre caminos: algunos buenos, otros menos buenos; a veces incluso dos opciones valiosas que nos generan incertidumbre. En esos momentos decisivos se forja nuestra identidad y se define lo que llegaremos a ser.

Y sin embargo, aun cuando hemos elegido mal, cuando reconocemos nuestras fallas o hemos caído en el pecado, Dios no nos deja abandonados. Él, con entrañas de misericordia, extiende siempre su mano para levantarnos. Nos ofrece la gracia de recomenzar, de iniciar un proceso de conversión que no es un simple cambio externo, sino una transformación interior que nos capacita para decidir con mayor libertad y según su voluntad.

Las lecturas de este domingo nos invitan a reflexionar sobre cómo el pueblo de Dios fue comprendiendo progresivamente quién es Él. En el Antiguo Testamento encontramos, a veces, un rostro de Dios que parece más cercano al juez severo, pronto a castigar y a imponer justicia. Pero, gracias a la revelación definitiva de Jesucristo, descubrimos que esa no es toda la verdad de Dios. No es que Él haya cambiado, sino que nuestra comprensión se ha purificado.

Dios ciertamente rechaza el mal, pero su justicia nunca se separa de la misericordia. Jesús nos lo revela con su vida: el Padre no se complace en condenar, sino en buscar al perdido, en sanar al herido, en reconciliar al pecador. Cuando nos alejamos de Él, no es que su castigo nos caiga encima arbitrariamente; más bien, es el dolor de nuestro propio rechazo al Bien supremo y a la Belleza absoluta lo que experimentamos como juicio.

San Pablo nos da testimonio personal de esta verdad. Él mismo, perseguidor de la Iglesia, experimentó el poder transformador del perdón. Descubrió que la gracia de Dios no solo perdona, sino que renueva y reorienta la vida hacia un horizonte distinto. En su experiencia vemos cómo Dios no se cansa de llamar, incluso cuando hemos cerrado los oídos a su voz.

Por eso, hermanos, estamos invitados a dejar atrás las imágenes falsas de Dios: aquellas que lo presentan como un juez implacable que solo busca castigar; aquellas que provocan división, que infunden miedo o desesperanza. El verdadero Dios es el que nos sale al encuentro en Cristo, el que se compadece de nuestra debilidad, el que nos abre siempre la posibilidad de reconciliación por iniciativa suya como el pastor, la mujer o el padre del Evangelio.

Si hemos recibido este amor, estamos llamados a ser sus testigos en el mundo. No basta con experimentar la misericordia de Dios; debemos encarnarla en nuestras relaciones cotidianas. Eso significa aprender a perdonar, a reconciliarnos, a tender puentes incluso con quienes nos han hecho daño. El cristiano que ha recibido misericordia está llamado a convertirse en un signo vivo de esa misma misericordia.

Pidamos, pues, al Señor, que nos conceda la gracia de vivir con un corazón abierto: que sepamos acoger su perdón, caminar en la justicia y avanzar en la conversión. Que Él nos fortalezca para ser instrumentos de unidad, de paz y de vida nueva, en medio de un mundo que tanto necesita reconciliación.


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domingo, 31 de agosto de 2025

Meditamos el Evangelio de este Domingo con Fray Emiliano Vanoli OP


Lecturas del día: Libro de Eclesiástico 3,17-18.20.28-29. Salmo 68(67),4-5.6-7.10-11. Carta a los Hebreos 12,18-19.22-24.

Evangelio según San Lucas 14,1.7-14.

Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente.
Y al notar cómo los invitados buscaban los primeros puestos, les dijo esta parábola:
"Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: 'Déjale el sitio', y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar.
Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: 'Amigo, acércate más', y así quedarás bien delante de todos los invitados.
Porque todo el que ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado".
Después dijo al que lo había invitado: "Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa.
Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos.
¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!".

Homilía por Fray Emiliano Vanoli OP.

El libro del Eclesiástico nos exhorta hoy a vivir con modestia y humildad. Nos recuerda que cuanto más grandes seamos, con más sencillez debemos obrar, porque es en los corazones humildes donde Dios se complace en habitar. El orgullo y la soberbia, en cambio, nos ciegan, nos aíslan de los demás y nos apartan del Señor. Por eso la Palabra de Dios nos advierte que la verdadera grandeza se encuentra en reconocer nuestra pequeñez y en confiar en Él.

En el Evangelio, Jesús nos ofrece una enseñanza muy concreta: no busquen los primeros lugares. El que se exalta será humillado, y el que se humilla será enaltecido. Con estas palabras, el Señor nos muestra que la vida cristiana no se mide por los honores, el prestigio o las apariencias, sino por la capacidad de ponernos en el último lugar, al servicio de los demás, reconociendo que todo lo que somos y tenemos es un don de Dios. La humildad abre el corazón para acoger su gracia y nos libera de la vanidad que tantas veces nos esclaviza.

En nuestra vida cotidiana esto significa aprender a servir sin esperar reconocimientos, a callar cuando otros buscan imponer su voz, a alegrarnos con los logros ajenos, y a ocupar los últimos lugares con serenidad. La humildad no nos empequeñece, al contrario, nos hace grandes a los ojos de Dios, porque nos asemeja a Cristo, que vino a servir y no a ser servido. Una comunidad cristiana crece en santidad cuando cada uno busca ser el último, y deja que sea Dios quien le dé su verdadero valor.

El fundamento de esta enseñanza está en Dios mismo: Él es humilde. No nos salvó con despliegue de poder o manifestaciones fantásticas, sino abajándose, haciéndose uno de nosotros, y muriendo en la cruz. Allí comprendemos que la humildad no es debilidad, sino la fuerza del amor verdadero. Por eso, pidamos este domingo la gracia de ser humildes como Jesús, de renunciar al orgullo y a la búsqueda de los primeros lugares, y de abrazar con alegría el camino de la cruz, sabiendo que quien se abaja con Él, será exaltado con Él.


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domingo, 10 de agosto de 2025

Meditamos el Evangelio de este Domingo con Fray Josué González Rivera OP


Lecturas del día: Libro de la Sabiduría 18,6-9. Salmo 33(32),1.12.18-19.20-22. Carta a los Hebreos 11,1-2.8-19.

Evangelio según San Lucas 12,32-48.

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “No temas, rebañito mío, porque tu Padre ha tenido a bien darte el Reino. Vendan sus bienes y den limosnas. Consíganse unas bolsas que no se destruyan y acumulen en el cielo un tesoro que no se acaba, allá donde no llega el ladrón, ni carcome la polilla. Porque donde está su tesoro, ahí estará su corazón.

Estén listos, con la túnica puesta y las lámparas encendidas. Sean semejantes a los criados que están esperando a que su señor regrese de la boda, para abrirle en cuanto llegue y toque. Dichosos aquellos a quienes su señor, al llegar, encuentre en vela. Yo les aseguro que se recogerá la túnica, los hará sentar a la mesa y él mismo les servirá. Y si llega a medianoche o a la madrugada y los encuentra en vela, dichosos ellos.

Fíjense en esto: Si un padre de familia supiera a qué hora va a venir el ladrón, estaría vigilando y no dejaría que se le metiera por un boquete en su casa. Pues también ustedes estén preparados, porque a la hora en que menos lo piensen vendrá el Hijo del hombre”.

Entonces Pedro le preguntó a Jesús: “¿Dices esta parábola sólo por nosotros o por todos?”. El Señor le respondió: “Supongan que un administrador, puesto por su amo al frente de la servidumbre, con el encargo de repartirles a su tiempo los alimentos, se porta con fidelidad y prudencia. Dichoso este siervo, si el amo, a su llegada, lo encuentra cumpliendo con su deber. Yo les aseguro que lo pondrá al frente de todo lo que tiene. Pero si este siervo piensa: ‘Mi amo tardará en llegar’ y empieza a maltratar a los criados y a las criadas, a comer, a beber y a embriagarse, el día menos pensado y a la hora más inesperada, llegará su amo y lo castigará severamente y le hará correr la misma suerte que a los hombres desleales.

El siervo que, conociendo la voluntad de su amo, no haya preparado ni hecho lo que debía, recibirá muchos azotes; pero el que, sin conocerla, haya hecho algo digno de castigo, recibirá pocos.

Al que mucho se le da, se le exigirá mucho, y al que mucho se le confía, se le exigirá mucho más”.

Homilía por Josué González Rivera OP

“No temas, pequeño Rebaño”

El libro de la Sabiduría recuerda la noche del éxodo como un momento en que Dios fue fiel a sus elegidos. No fue un capricho ni una reacción impulsiva: era el cumplimiento de una promesa hecha a sus padres. Ellos no veían aún la tierra prometida, pero sí sabían algo: su Dios no les fallaría. Por eso, aun con miedo, podían confiar.

Muchos siglos después, otro grupo de creyentes enfrentaba también incertidumbres. La carta a los Hebreos les recordaba el ejemplo de Abraham y Sara. Ellos no conocían los detalles de su camino, pero sí la voz que los llamaba. Abraham dejó su tierra sin saber a dónde iba. Sara confió en que Dios cumpliría su palabra, aunque la lógica humana dijera lo contrario. Murieron sin ver la plenitud de las promesas, pero saludándolas desde lejos, como quien sabe que su verdadero hogar está más allá.

La fe, nos dice Hebreos, es “la garantía de lo que se espera y la certeza de lo que no se ve”. No es un sentimiento pasajero ni un optimismo ingenuo. Es una certeza profunda que se apoya no en lo que podemos controlar, sino en la fidelidad de Dios.

Y en medio de esta historia de fe, llegamos al Evangelio de este domingo. Jesús, mirando a sus discípulos —un grupo pequeño, frágil, con dudas y miedos— les dice: “No temas, pequeño rebaño, porque el Padre de ustedes ha querido darles el Reino”. Es una frase que suena como un abrazo. No los llama “guerreros” ni “sabios”, sino “rebañito”: un grupo vulnerable, que necesita cuidado y guía. Y, sin embargo, ese rebaño recibe un regalo inmenso: el Reino de Dios.

Es aquí donde el mensaje se vuelve muy personal. Porque todos nosotros tenemos miedos. Algunos son necesarios: el miedo a lo que puede hacernos daño, el que nos mantiene prudentes. Pero otros nos paralizan: el miedo a perder, a fracasar, a ser rechazados, a no tener suficiente. Esos miedos pueden robarnos la paz y hacernos olvidar que nuestra vida está en manos de un Padre que nos ama. Jesús no niega que haya peligros, pero nos da la clave para vencerlos: saber dónde está nuestro tesoro. “Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón”. El problema no es que busquemos un tesoro; el corazón humano fue hecho para buscarlo. El problema es confundir el tesoro verdadero con lo que solo es brillo pasajero, como lo recordamos el domingo pasado.

Vivimos en un mundo que nos ofrece infinitos “tesoros” de consumo, que seducen y prometen felicidad instantánea: cosas, logros, estatus, placeres. Pero la mayoría son frágiles. Un día se pierden, se rompen, se agotan… y el corazón queda vacío. Jesús nos invita a buscar un tesoro que no se desgasta: el amor de Dios, su Reino, las obras de bien que nadie puede robarnos.

Y aquí aparece otra imagen del Evangelio: la vigilancia. Jesús habla de servidores que esperan a su señor con las lámparas encendidas. No saben cuándo llegará, pero lo esperan listos. Ser vigilante no significa vivir ansioso, sino estar siempre orientado hacia lo que importa, administrando bien lo que Dios nos ha confiado: la vida, la fe, los talentos, las personas que nos rodean.

El mensaje es exigente: “Al que se le dio mucho, se le pedirá mucho”. No se trata de miedo al castigo, sino de responsabilidad por el don recibido. Si el Padre nos ha dado el Reino, entonces nuestra vida debe reflejarlo. Cuando entendemos esto, cambia nuestra forma de enfrentar las dificultades. Las pérdidas, los problemas o las pruebas dejan de ser el centro. Sí, nos duelen, pero no nos destruyen. Porque nuestro tesoro no está en lo que se puede perder, sino en lo que permanece.

Por eso, hoy la Palabra nos invita a tres actitudes concretas:

  1. Recordar la fidelidad de Dios en nuestra historia: como Israel en Egipto, hacer memoria de las veces que Él nos ha sostenido.
  2. Vivir con fe activa: como Abraham y Sara, caminar confiando en su promesa, aunque no veamos el final.
  3. Vigilar el corazón: discernir dónde ponemos nuestro tesoro y elegir lo que no pasa.

Quizá tú también te sientes parte de ese “pequeño rebaño”: frágil, a veces confundido, con miedos que no siempre sabes manejar. Jesús lo sabe. Y por eso te repite hoy, como hace dos mil años: “No temas, rebañito mío, porque el Padre ha querido darles el Reino”. Esa es nuestra identidad más profunda: somos hijos de Dios, amados, herederos de su vida eterna. Vivamos, entonces, como quienes ya poseen el tesoro que buscan. Con la lámpara encendida, con el corazón vigilante, con la fe que sostiene y la esperanza que no se apaga. Y que esta frase nos acompañe durante la semana como oración y compromiso: Mantente firme en la fe; mantente atento en la esperanza; mantente eficaz en el amor. Amén.


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