sábado, 23 de marzo de 2019

3° Domingo de Cuaresma - Homilía de Monseñor Angelelli, "La Reconciliación"



Éxodo 3,1-8. 13-15. / Salmo 103(102),1-2.3-4.6-7.8.11. / Corintios 10,1-6.10-12.

Evangelio según San Lucas 13,1-9.

En ese momento se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus sacrificios.El les respondió: "¿Creen ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera. ¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma manera". Les dijo también esta parábola: "Un hombre tenía una higuera plantada en su viña. Fue a buscar frutos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: 'Hace tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro. Córtala, ¿para qué malgastar la tierra?'.Pero él respondió: 'Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y la abonaré.Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás'".

Homilía de Monseñor Angelelli, 3° Domingo de Cuaresma, 1974:


El Año Santo, idea genial e intuición profética de Pablo VI, es una honda comunicación del Espíritu Santo que nos renueva adentro y nos pacifica interiormente; nos abre a la comprensión de los hombres; nos hace más hermanos, de verdad y no en el fingimiento, nos descubre mejor el Plan de Dios y nos compromete a construir la historia. Si los cristianos nos comprometemos a vivir muy en serio el año santo, buscando evangélicamente la conversión de la vida como individuos y como pueblo, florecerá un nuevo pentecostés, es decir, una renovación pujante de vida, de iniciativas, de realizaciones para el bien de todos. Seremos verdaderos “testigos” de la “pascua”; tan necesitada nuestra Rioja de una floreciente vida “nueva”. Sentiremos dentro de nosotros la fuerza de ser hombres interiormente libres y a la vez, solidarios con los demás; esforzándonos juntos para afrontar las transformaciones que son necesarias afrontar para que todo nuestro pueblo sea feliz.

La “Reconciliación y Renovación” que busca el año santo es esto: volver a nuestro Padre Dios, en verdad; y servir al Cristo que vive en cada hombre. Reconciliarse, hoy, significa en cristiano, vivir con sencillez el sermón de la montaña y comunicar al mundo la fecundidad de las bienaventuranzas. 

El domingo pasado decíamos que Dios Padre nos entregaba a los hombres esta gran consigna: “Este es mi Hijo muy amado, ESCÚCHENLO...”. Este Hijo es Cristo. Es Él quien llama a la reconciliación; es Él quien convoca a que realicemos la justicia, sembremos el amor y construyamos la paz. En síntesis: expresar a los ojos de los hombres el rostro de Cristo que vive en nosotros y que nos ha cambiado. Un Cristo que adora al Padre y nos llama amigos; un Cristo que sube a la montaña para estar solo y orar; un Cristo que va a la cruz para entregar la vida por sus amigos, que somos todos los hombres. Aquí entendemos mejor lo que significa mi “prójimo”. Es todo aquel que Dios ha puesto en mi camino y espera de mí la entrega de mi tiempo, de mi esperanza, la donación de mi vida y de mis talentos, pocos o muchos; la comunicación del Cristo que he descubierto en mi propia vida; el Cristo que me hizo feliz porque cambió mi vida; el Cristo que me da fuerzas para jugar la propia vida cuando están en juego los grandes valores, la vida y la felicidad de nuestro pueblo; el Cristo que en la persecución pone el signo de lo evangélico y del verdadero amor. 

La “reconciliación” a que nos llama Cristo es la que nos exige tener conciencia clara y serena del pecado; del pecado nuestro y de nuestros hermanos; del pecado de la sociedad actual y del pecado en la historia de los hombres; del mal que hicimos y del bien que dejamos de hacer.

“Cree y conviértete al Evangelio”, fue el espaldarazo que nos dio el Miércoles de Ceniza para que iniciáramos el camino duro y difícil de una cuaresma que prepara una verdadera Pascua en la vida. 
Una cuaresma que no puede estar solamente reducida a hacer única y principalmente una abstinencia de carne, o hacer un ayuno puramente externo pero que no llegue a cambiar el corazón, que quiere decir: cambiar la vida como lo quiere nuestro Padre Dios. La “reconciliación y la renovación” exigidas en este año santo, ayudado por esta Cuaresma, es atacar las raíces de nuestro egoísmo; la injusticia manifestada de muchas y varias maneras; la mentira disfrazada frecuentemente, de diversas formas; delatando al hermano y robándole su buen nombre y honradez, cayendo en la grave enfermedad moral, que lamentablemente padecemos hoy, denominada: “calumnia” e “injuria” a personas, instituciones, esfuerzos laudables por realizar el evangelio en nuestro pueblo; caer en la tentación de la “infidelidad” que se viste, también, de distinto ropaje, aun con la apariencia de procurar la “paz” y el “orden”, pero que no están fundamentados en los pilares verdaderos: sentido de la fraternidad, la justicia, el amor, la honradez interior y exterior en el obrar diario, la generosidad y el esfuerzo por remover todo aquello que impiden su vigencia.

“He escuchado el clamor de mi pueblo...”, nos dice el Señor, hoy, en las lecturas que hemos escuchado. Lo repetimos: Dios es celoso de su pueblo. Dios protege, ayuda, acompaña y bendice a todo hombre que ayuda a su pueblo a que ese clamor y sufrimiento, se convierta en clamor de felicidad y de acción de gracias porque se ven realizadas sus aspiraciones. A esta verdad bíblica, La Rioja la experimenta en su propia carne. Dios es celoso de su pueblo riojano. La sabiduría que lleva guardada en su alma de pueblo no la improvisa ahora, la viene amasando desde hace mucho tiempo, con lo que trae de su historia y con lo que vive hoy; no opta ahora, optó en su misma cuna por el Evangelio de Cristo para iluminar la vida y la historia que va tejiendo. Por eso, cada año, al alumbrar al primer día, desde que un fraile franciscano, Francisco Solano hizo el gran anuncio del Evangelio de Jesucristo al hombre de nuestra tierra, no sólo lo recuerda sino que lo vive y lo convierte en tarea, en ese ENCUENTRO de San Nicolás y el Niño Alcalde. Por eso dijimos en las Fiestas de diciembre, que La Rioja tiene, hoy, un “mensaje” que brindar al resto de sus hermanos argentinos. No ver a La Rioja desde este gran acontecimiento, es no descubrir ni entender lo que Dios viene realizando desde su misma alma de pueblo. Desde aquí entendemos lo que se nos dice hoy: “He escuchado el clamor de mi pueblo... iré a sacarlo de esa situación para llevarlo a que viva en una tierra que mana leche y miel...”; es decir, sacarlo de una situación de sufrimientos y esperanzas para que viva una realidad de fraternidad y de paz. Esto es bueno recordarlo una vez más, para no caer en la desorientación, en el engaño y en la angustia.

“Conviértete y cree en el Evangelio”, seguiremos repitiendo para que no nos crucemos de brazos; para que sigamos trabajando juntos la realización de ese Encuentro Nuestro, Riojano; para que este Año Santo sea una realidad con todo el sabor, el estilo y la profundidad que tiene nuestra vida riojana. Pero también es una gran verdad de que ese Encuentro es una TAREA para todo un pueblo que busca diariamente solucionar sus problemas y no detener su marcha hasta convertir a La Rioja en una tierra “prometida”. Así como cada año el hombre de nuestra tierra tiene derecho a recoger de sus parrones abundante y rica uva, porque a ese parrón le prodigó toda clase de cuidados y sacrificios.También Dios, busca de cada uno de nosotros y de todo su pueblo, que somos nosotros, recoger frutos, sanos, sazonados y abundantes. Como no es fácil conseguirlo de nuestros parrones, tampoco es fácil conseguirlo de la vida que está acechada por muchas plagas que le impiden crecer; y a veces la inutiliza y la convierte en nociva para sí y para los otros. Cuaresma es el tiempo apropiado y especial para hacer las podas y curarla de los males morales a fin de recoger frutos de vida auténticamente cristiana. 

Ayer, en Amaná, pueblo escondido y casi diría contemplativo de nuestra Rioja, se inauguró el edificio de una nueva escuela. Les puedo decir que vivimos hasta emotivamente la sencillez y la hondura humana y cristiana de un encuentro de pueblo. Sentimos que Cristo, La Rioja y la Patria se habían confundido en un abrazo de paz y que ese abrazo se hizo oración en la oración de los niños que públicamente rezaron por todos nosotros. Sentimos que se hacía realidad este pasaje bíblico: “El Señor escuchaba el clamor inocente de los niños de nuestro pueblo riojano”, allá, en el silencio de un pequeño pueblo, hermano nuestro, que sabe mucho de sacrificios, esperanzas, esfuerzo por brindarle a las generaciones futuras lo mejor de su vida.

Por eso, hermanos riojanos, no nos dejemos tentar por los sectarismos políticos o de otro orden. Dios no quiere este proceder. Luchemos en nosotros mismos para no caer en la tentación desordenada y esclavizante del dinero o del poder. Luchemos para no caer en los placeres que degradan la vida privada, familiar y social. “Conviértete y cree en el Evangelio” se nos sigue diciendoa todos. No te olvides de que “eres polvo y en polvo te convertirás”. Será el grito saludable y cargado de esperanza y mensaje para reflexionar en la vida. 

ESCÚCHENLO, nos seguirá diciendo nuestro Padre Dios. Reflexionemos, más allá de problemas pequeños y mezquinos, fruto, muchas veces de la pasión descontrolada y de ambiciones egoístas, en las verdaderas, grandes, urgentes y reales soluciones a los problemas de nuestro pueblo riojano, por los que vale la pena entregarle talento, capacidad, esfuerzos y la misma vida. 

En esta Cuaresma sigamos profundizando nuestra Diócesis para que sea una Comunidad orante y a la vez más evangélica, más misionera, más comprometida con toda la vida de nuestro pueblo a quien tiene que servir. Si el sufrimiento y todo aquello que la asemeja más a Cristo crucificado, la “prueban”, sigamos pidiendo la serenidad, la paz, la luz y la gracia de Cristo para discernir bien - porque allí está el signo evangélico querido por Cristo - si todo ello es originado por vivir mejor el Evangelio con todas sus consecuencias. Si así lo vivimos, nuestra comunidad diocesana será fiel servidora de su pueblo. 

Seamos conscientes cada vez más, en Quién hemos puesto nuestra confianza y en qué cimiento se asienta nuestra FE.





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