Lecturas
del día: Apocalipsis 21, 1-5a.6b-7 Salmo
26, 1.4.7.8b-9a.13-14 1 Corintios 15, 20-23
Evangelio
según San Juan 11, 17-27
Cuando Jesús llegó a Betania, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado.
Betania distaba poco de Jerusalén: unos quince estadios; y muchos judíos habían
ido a ver a Marta y a María para darles el pésame por su hermano.
Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro,
mientras María se quedó en casa. Y dijo Marta a Jesús:
«Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé
que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá».
Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará».
Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección en el último día».
Jesús le dijo: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto,
vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?».
Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que
venir al mundo».
Homilía Diácono Jose Torres, LC
Conmemoración
de los Fieles Difuntos «Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11,25)
Hoy hablaremos de algo que a veces nos cuesta trabajo: hablar de la muerte. Pero aquí está lo interesante, como cristianos, cuando hablamos de la muerte, en realidad estamos hablando de vida. Suena paradójico, ¿verdad? Pero pongamos atención, porque eso es exactamente lo que las lecturas de hoy nos están gritando.
Piensen en
esto: ¿cuántas veces hemos evitado hablar de la muerte? La escondemos detrás de
eufemismos: "se fue", "descansa", "ya no está con
nosotros". Y lo entiendo. Duele y duele muchísimo cuando se va alguien que
amamos. Pero hoy, el 2 de noviembre, la Iglesia nos invita a mirar de frente
ese misterio, no con miedo, sino con los ojos puestos en Cristo.
Un
horizonte que cambia todo
El
Apocalipsis nos pinta una imagen que parece sacada de una película épica:
"Vi un cielo nuevo y una tierra nueva". Pero esto no es ciencia
ficción ni fantasía. Es la promesa más real que existe. Dios mismo secará cada
lágrima. Lean eso otra vez: cada lágrima. Las que derramamos en los
funerales, las que caen en silencio cuando extrañamos a quien ya no está, las
que vienen de golpe cuando vemos una foto o escuchamos una canción.
La muerte,
esa que nos roba seres queridos, trabajos, sueños, salud... esa muerte ya no
existirá más. No es que Dios minimice nuestro dolor diciendo "no
lloren". Es que Él promete un final tan hermoso que todo el dolor tendrá
sentido.
¿Dónde está
tu ciudadanía?
San Pablo
nos dice algo revolucionario: "Somos ciudadanos del cielo". Déjenme
traducirlo: imaginen que están viviendo temporalmente en otro país, pero su
pasaporte, su familia, su casa de verdad están en Argentina. Así es nuestra
vida aquí. Este mundo, con todo lo bueno que tiene, es temporal. Lo definitivo
está más allá.
Esto no
significa que despreciemos esta vida —¡todo lo contrario! Significa que la
vivimos con una perspectiva diferente. Los problemas siguen siendo reales, el
dolor sigue doliendo, pero no nos definen porque sabemos hacia dónde vamos.
Cristo transformará nuestro cuerpo frágil en uno glorioso como el suyo. Esa es
nuestra meta, nuestra verdadera identidad.
Cuando
llega demasiado tarde... o no
Ahora viene
la escena más poderosa: Jesús llega a Betania cuatro días después de que murió
Lázaro. En la cultura judía, después del tercer día ya no había vuelta atrás.
El alma había partido definitivamente. Humanamente hablando, Jesús llegó tarde.
¿Les suena
familiar? ¿Cuántas veces hemos sentido que Dios llegó tarde? "Si hubieras
estado aquí, mi hermano no habría muerto", le dice Marta a Jesús. Y
probablemente nosotros le hemos dicho cosas parecidas: "¿Por qué no lo
salvaste?" "¿Por qué permitiste que se enfermara?" "¿Por
qué te llevaste a alguien tan joven?"
Pero
entonces Jesús pronuncia estas palabras: "Yo soy la resurrección y la
vida". No dice "yo resucito" o "yo doy vida". Dice
"yo soy". Él no es alguien que hace milagros; Él es
el milagro. Él no tiene poder sobre la muerte; Él es más grande
que la muerte misma.
Y aquí
viene lo que más me impacta de Marta: ella no entiende todo. Está confundida,
dolida, probablemente hasta un poco enojada. Pero cuando Jesús le pregunta
"¿Crees esto?", ella responde con una fe sencilla pero absoluta:
"Sí, Señor, yo creo".
¿Y
nosotros? ¿Creemos esto?
Esa es la
pregunta que Jesús nos hace hoy a cada uno. No nos pregunta si entendemos el
plan, si nos parece justo, si tiene sentido. Nos pregunta simplemente:
"¿Crees en mí?"
Nuestra fe
no es un analgésico que elimina el dolor. Creer en Cristo resucitado no
significa que no lloremos cuando perdemos a alguien. ¡Hasta Jesús lloró por
Lázaro! La fe no borra las lágrimas, pero les da un significado. Cada
despedida, cada cementerio que visitamos, cada vela que encendemos, son actos
de esperanza que gritan: "¡La muerte no gana!"
Lo que
hacemos hoy importa
Cuando
oramos por nuestros difuntos, no lo hacemos como quien tira una botella al mar
esperando que alguien la encuentre. Lo hacemos porque estamos conectados en
Cristo. Los que partieron antes que nosotros no están "en algún
lugar"; están con Dios, que es el Alfa y la Omega, el principio y el fin.
Y aquí está
la parte hermosa: la comunión que tendremos con ellos será más profunda y más
real que cualquier abrazo que hayamos dado en esta vida. Imaginen reencontrarse
con sus seres queridos, pero sin malentendidos, sin dolor, sin despedidas. Para
siempre.
El cielo es
nuestro hogar
Por último,
hoy la liturgia nos dice que no venimos a llorar sin esperanza. Queremos recordar
que la muerte es solo una puerta, no una pared. Que nuestros seres queridos que
murieron en Cristo están vivos de una manera que nosotros todavía no
comprendemos del todo. Y que nosotros también estamos llamados a esa plenitud.
Así que sí,
lloren si necesitan llorar. Extrañen a quien deben extrañar. Pero háganlo
sabiendo que esto no es el final. El final será escuchar al Señor decir:
"Mira, hago nuevas todas las cosas". Y en ese día, toda lágrima habrá
valido la pena.
Que esta
jornada renueve nuestra esperanza. Que recordemos que somos peregrinos
caminando hacia casa. Y que cuando llegue nuestro momento, podamos decir como
Marta: "Sí, Señor, yo creo".
Amén.
Click aquí para conocer toda la información del Jubileo 2025
.png)